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Jesús Tortajada, pugna colmada de belleza reflexiva

Ese morir viviendo despojados de nuestra esencia.

LA COSTUMBRE DEL TIEMPO LASTIMADO.

En la desdichada alocución interna que construimos, nos asola la terrible certeza de lo íntimo. Desde esa discreta mirilla ojeamos hacia dentro con la inútil pretensión de ver más allá. Pero la visión es reducida y miope. No nos satisface. Y hacemos esfuerzos ímprobos por elevar la mirada. Finalmente impotentes, aprendemos a convivir con ese otro que escuchamos tras el tabique. No nos acostumbramos a sus hábitos: eleva el tono de voz cuando estamos en silencio o discrepa de nuestros gustos si disfrutamos plácidamente. A pesar de la incomodidad nos acostumbramos a su duermevela y runrún. La conciencia escribe a lápiz y nosotros mantenemos a buen recaudo la goma de borrar para no dejar rastro de su trazo. La apariencia se convierte en ese credo personal que aducimos desde la arrogancia o la humildad, según nos salgan las cuentas. Insistimos en el atuendo y olvidamos el sostén del alma. El pespunte que marca la labor de cosido. Sabemos a ciencia cierta que la necedad no sucumbe. Más bien se reinventa y acrecienta. Nos ridiculiza conforme el tiempo se aproxima y se asemeja a esa moneda que dejó de tener curso y valor de cambio real. Acompaña nuestro deambular errabundo como los cordones de los zapatos, que liberados de la lazada provocan un inesperado traspié. Los hechos son tozudos. Se convierten en el rosario de cuentas que manoseamos obsesivamente cuando ya es tarde. Demasiado tarde incluso para la derrota. Desde este pretil donde la pérdida aguza transparencia, bajamos los brazos. Nos entregamos, pero como señala Izet Sarajlić, “¿Quién cubre el turno de noche para impedir el secuestro del corazón del mundo? Nosotros, los poetas”. Qué vigilia lírica de tanto poder de ensoñación en las palabras del poeta bosnio. Son versos fraternales que reclaman de los seres humanos ese territorio donde las emociones son herencia común, raíz profunda, incendio en el iris, bolsillo remendado, una suerte de realismo vitalapasionado, que ayuda a reconciliarnos con ese otro yo cuyo latido olvidamos.

 

MANUAL DE LA CONTIENDA 

 

En el acento aguerrido del título hay una enmienda a la propia vida desde la recapitulación de lo que ha sido. La elegancia del verso se anuda a la mirada reflexiva, que inquiere sobre el rostro del tiempo y su reflejo demudado en el nuestro. La anotación teresiana, Vivo sin vivir en mí, se suma al profundo mandamiento al que nos remite: digerir el claro amanecer. El desasosiego es síntoma de inconformismo que la propia vivencia arranca y con la que se resiste ante la futilidad. Más aún cuando la  firma que ordena el desahucio de lo que somos, permanece indeleble desde el primer asiento.

 

Su autor suscribe esta exhortación con la mano abierta. A la espera de esa última luz que le procure alivio. La fragmentación del ser humano en tantas ocupaciones inútiles, absorto por lo venidero, indisponiéndose con su ética y abandonando la labor postergada que rumia en su interior como ruego ante la perdición, componen este sumario de enunciados introvertidos, expresados con el atributo de la sencillez indómita

 

Con acertado apunte del natural, no exento en ocasiones de sutil ironía, el quehacer poético es relámpago. Por un brevísimo instante el resplandor ilumina el estremecimiento. Nos apremia a desentendernos del trueno que más tarde repercutirá como aldabón ya tardío. En ese fotograma inspirador, los recuerdos avanzan como hilera de refugiados en busca de la tierra promisoria. Vagando por caminos inciertos hasta encontrar la desolación o el abrazo.-Editorial Renacimiento. Colección Calle del Aire, 176-

 

JESÚS TORTAJADA, RECIA ESTIRPE DE SILENCIO.

 

Como si de un vuelode aviones papel se tratara, el poeta sevillano lanza su misiva, como en tantas otras y contadas ocasiones, bajo el ceremonial del pliegue acariciado, para que otras manos los sostengan y vuelvan a hacerlos volar: palabra sostenida en el aire. Así va conformando una arquitectura lírica con el asentimiento a las formas clásicas pero con tacto y resonancia contemporánea y en la que su hermano Vicente sigue respirando y asintiendo. Lo etéreo cimenta su pronunciamiento estético vinculado al silencio. Y no es esta una definición al uso. Proviene de ese credo donde la verdadera poesía se nutre sin réplica editorial. Es decir, donde la creación es, antes que nada y sobre todo, bastión de personal y humano sentido artístico y asoma sin calendario definido o programado. El autor de aquel fulgente y trémulo paisaje emocional titulado Un invierno llevaderopublicado en 1985, no se prodiga. Y este hecho lejos de ser un inconveniente, constituye su mayor activo.“La poesía está viva y late con independencia, es una lengua que habla por su propia cuenta” Sin premura teje la prenda poética que viste a la medida. No hay lindeza o artificio en sus ademanes. Manual de contiendaabre y cierra su carga simbólica con un poema de Jorge Manrique con el que contextualiza ese tributo a la tradición. Siendo esta acicate para su propia recreación que bien pudiera tomar el lema del poeta palentino, “Ni miento ni me arrepiento”. Y es que este finiquito vital enciende los ventanales en la madrugada, “Ahora, cuando el tiempo ya se acaba / y además el recuerdo va a lo suyo / prefiero no saber lo que merezco. / No tengo nada que decir, tan solo / que el beso que esperé nunca lo obtuve”.