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Jueces justicieros

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Salvador Gata*

Creo que no hay divinidad y se explica el surgimiento de las religiones a partir únicamente de viejas costumbres y de la necesidad de una ley moral común.

Tras el surgimiento de la idea del dios único, los pueblos primitivos regularon sus relaciones en torno a dos conceptos: uno la relación del hombre con dios y otro la relación del hombre con el hombre, la vida en comunidad.

Los pueblos más avanzados idearon el concepto “democracia” donde todos eran iguales, eso sí, unos más iguales que otros.

Divinidad, Democracia son ideas que han calado en las personas de un modo tan potente que nadie se atreve a cuestionar su verdadero significado. Son, lo que algunos llaman, realidades inventadas, conceptos que han hecho posible que miles de personas abracen una idea común, sin conocerse, sin saber los unos de los otros, sin liderazgo, solo son ideas comúnmente aceptadas. Sorprende la capacidad de los actuales homos sapiens de creer en cosas que no existen. Es lo que se conoce como la revolución cognitiva.

Del mismo modo que divinidad y democracia son conceptos ideados para regular las tormentosas relaciones entre humanos, el concepto justicia aparece para salvar aquellas disputas entre estos sin necesidad de recurrir a la violencia, el ojo por ojo.

 

Me viene a la memoria una frase de mi admirado Philip Marlowe: “la blanca luz de la luna era fría y transparente, como la justicia con la que todos soñamos, pero nunca encontramos”.

 

Pero la justicia solo funciona para aquel que puede “ejercerla”, esto es, aquel que puede aplicarla por la fuerza. Y aparece el Estado protector que aplica conceptos como divinidad, democracia y justicia. Y lo hace extensivo al pueblo, la ciudadanía (palabro que llena la boca de los gurús de la nueva política).

El poder que trasciende lo real y humano (de dios, reyes y gobernantes) se aplica al pueblo soberano (la ciudadanía) a través de la divinidad, la democracia y la justicia. El hombre necesita creer en estos conceptos, aunque intuye o sabe que son absolutamente inventados.

Me viene a la memoria una frase de mi admirado Philip Marlowe: “la blanca luz de la luna era fría y transparente, como la justicia con la que todos soñamos, pero nunca encontramos”.

La justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del poder judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley..

No es infrecuente oír el triste lamento de estos funcionarios predeterminados por ministerio de la ley para administrar justicia. Jueces, Magistrados y Fiscales son los encargados por el poder protector de nuestros gobernantes para aplicar “justicia”. Todos ellos consideran que es su obligación estar en el servicio público, aunque casi ninguno se niega a ganar dinero de paso.

Pero eso si, lloran desconsolados por la falta de medios, por el exceso en la carga de trabajo, por la falta de presupuesto para modernizar los sistemas informáticos, etc.. Debe ser de una complejidad absoluta aplicar justicia, sobre todo, cuando el sistema les permite ver lo blanco negro o lo negro blanco en aplicación del concepto (no menos inventado que el resto) de “la libre valoración de la prueba”.

 

Esos jueces cobardes y llorones se hacen acompañar de fiscales a los que adorna la desidia y la apatía.

 

Asistimos impasibles al espectáculo de unos representantes políticos que, por más que hagan un uso amplio y basto de la palabra “democracia” solo transmiten mediocridad, cinismo y oportunismo…(Se le llena la boca con las palabras : ciudadanía, democracia, emergencia social, recortes,  echar al pp de las instituciones…etc) y los que por circunstancias de la vida nos vemos sometidos a los poderes públicos (civiles, administrativos y penales) comprobamos, con cierta indolencia, la ejemplaridad con la que esos jueces llorones se pronuncian (en función de la dirección el viento) y cuando el afectado es un gualdrapas cualquier , no  les tiembla el pulso a la hora de condenar a cinco o seis años de prisión al primer insurrecto que ose atacar la propiedad privada de cualquier potente, y si es con un arma, aunque ésta sea simulada…las penas pueden aumentar considerablemente. En cambio, vemos no menos complacientemente, como esos mismos jueces justicieros, reculan, se atrincheran en lo que, según la anterior LECivil, ellos llamaban diligencias para mejor proveer, que no dejaba de ser una fórmula para dilatar los procesos, técnica ampliamente utilizada cuando se enfrentan a entidades financieras, miembros de poderosas familias o representantes de las grandes multinacionales. Entonces aparece la prudencia, o, mejor dicho, la cobardía.

Esos jueces cobardes y llorones se hacen acompañar de fiscales a los que adorna la desidia y la apatía. Fiscales que deben (por ministerio de la ley) seguir las directrices que les marcan sus jefes y a los que, a su vez se las marcan los políticos de turno.

Es significativo ver como algunos de estos fiscales construyen escritos de acusación basados en simples conjeturas, pruebas indiciarias e incluso meros chismorreos y como otros, sin embargo, no ven o no aprecian indicios de delito en otros asuntos, como el relacionado con la quiebra más que sospechosa de alguna “fundación para la gestión inmobiliaria” haciendo oídos sordos ( o no admitiéndolos directamente)  informes del Banco de España, la Agencia Tributaria, la SAREB o los propios administradores concursales.

 

A diario sufrimos las maniobras de esos corruptos que se valen de jueces justicieros con la connivencia de fiscales advenedizos y dóciles para infligir daño a sus adversarios, ya sean económicos o políticos.

 

Olvidan estos servidores públicos, que el servicio a los poderosos ha de estar siempre contrarrestado con la protección a los más débiles.

 Nos inundan con palabras grandilocuentes, conceptos abstractos, llantos y reclamaciones desaforadas, pero nos regalan desidia, apatía y una falta de empatía absoluta hacia aquellos que realmente necesitan que el poder protector de la administración los ampare en sus legítimas reclamaciones.

A diario sufrimos las maniobras de esos corruptos que se valen de jueces justicieros con la connivencia de fiscales advenedizos y dóciles para infligir daño a sus adversarios, ya sean económicos o políticos, con una sola finalidad: quítame a este para que me pueda colocar yo.

En estos casos no hay desidia ni apatía, y aflora un inusitado furor instructor y vengativo, arrasando las vidas de muchas inocentes, aunque esto no deja de ser “efectos colaterales”.

Apliquemos entonces el concepto de justicia a todos los actos de nuestra vida y, fundamentalmente al desempeño de nuestro trabajo, pero atemperado con los conceptos equidad, honradez, honestidad, valentía, y así se daría comienzo al verdadero cambio.

 

*Salvador Gata es un seudónimo por razones profesionales.