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Julio Anguita (D.E.P)

Sonreía, dominaba la oratoria de los antiguos dominicos, orden creada para predicar. Tenía un lado místico, lector reflexivo de san Juan de la Cruz.

 

 El PC adquirió una casa en la calle Teodosio. Durante un período la frecuentó Julio Anguita. Al declinar la tarde pasaba por la calle donde vivo camino de la Alameda de Hércules para pasear por la entonces casi abandonada travesía terriza, solar de tenderetes, frecuentada por una salpicada prostitución, visible aunque en retroceso.

Un día lo vi en una charla, en absoluto frívola, dado el semblante de ambos. La prostituta lo miraba con fijeza y él atendía con igual atención. Dejé terminar la conversación mientras, a distancia, me hacía el distraído. Al terminar me acerqué: «Don Julio, le saludo», mientras le extendía la mano. «No estoy de acuerdo con el tratamiento, al saludo correspondo». Cualquier situación la precisaba o puntualizaba.

«Me parece ―le dije― tener dos coincidencias: los mismos años y ser maestros». Entonces sus electrizantes ojos brillaron más e iniciamos una larga charla al tiempo de saludar a trotamundos y a alguna mujer de las mal llamadas ‘fáciles’. «Si te contara los dramas de estas pobres criaturas… Desconozco el motivo pero se confían demasiado a mí, será por mi condición de político…». Un corto silencio me hizo decirle: «Siendo bastante tu influencia, eres  algo más de una recogida política de situaciones sociales, sabes escuchar, infrecuente en este mundo cuajado de prisas y egoísmos».

Me agradeció el elogio y hablamos sobre la enseñanza. Entonces me di cuenta de su gran vocación didáctica y comprendí su persuasión a través de una oratoria envolvente. Le preocupaba un factor decisivo: la clase media, hasta ahora y desde el siglo XIX se encontraba cómoda y miraba hacia arriba, pero sus hijos no encontraban un horizonte.

Concatenaba los argumentos con la agilidad de quiénes tienen un examen próximo. Los partidos premian a los fajadores y desprecian a los no provocadores de conflictos No renunciaré a la utopía mientras el mundo siga siendo injusto. Aceptaba el fracaso de los experimentos marxistas pero, ¿acaso el capitalismo no había demostrado su incapacidad para disminuir algo el abandono de los pobres? En España hubo un pacto surgido de debilidades: por un lado la del franquismo porque muerto su jefe no podía continuar, la de los poderes económicos ansiosos para entrar en Europa y la de una izquierda debilitada.

Sonreía, dominaba la oratoria de los antiguos dominicos, orden creada para predicar. Tenía un lado místico, lector reflexivo de san Juan de la Cruz.  Pero Julio y su personaje estaban fusionados en el radical mesianismo del ‘¡sígueme!’. Muchos de sus simpatizantes no superaron la realidad soldada al deseo; por ello, alumnos y alumnas distinguidos, camaradas de mítines y refriegas, desfilaron para sentir el calor aburguesado de la casa común fundada por el linotipista de Ferrol. La dura persecución del partido durante el franquismo y el poco rédito obtenido, constituía una injusticia flagrante.

Su singular coherencia daba aldabonazos permanentes a una sociedad habituada a interpretar papeles en el gran teatro social. Hoy, muchos de sus actores lagrimean entre salmodias su desaparición. Anguita era escrupuloso con los erarios públicos, intentaba resolver en un día los asuntos en sus viajes a Madrid con tal de ahorrar pernoctas en hoteles de lujo; él, renunciador a la pensión de diputado para vivir con mil ochocientos euros, estaba destinado, viendo el corruptor panorama político, a sufrir cardiopatías y a un fin algo prematuro.

Prometeo era su mito, dios creador o salvador de la humanidad para alumbrar el camino de la evolución espiritual y convertir al hombre en el más perfecto de los animales terrestres, dándoles libertad para actuar. Ahora, desde la eternidad reivindicará las posibles jerarquías celestiales porque la lucha por la utópica igualdad no terminará para los intransigentes: siempre vivirá en ellos la esperanza en un más allá.