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¿Justicia o caridad?

Nuestra conciencia exige que en los momentos de gasto incontrolado tienen traigan consigo un plus de acercamiento a los otros, a los que menos tienen

Caty León / Opinión.- Algunas fechas del año nos hacen especialmente propicios a pensar en el prójimo. Una catástrofe, por ejemplo; un atentado terrorista; el calendario mismo, con sus hitos litúrgicos que hablan del amor a los demás… La palabra solidaridad se ha puesto de moda. Pero es una palabra nueva, que hace años apenas se usaba. Una palabra nueva con una acepción vieja. Porque, ¿cuál es la diferencia entre solidaridad y caridad? Quizá que la primera tiene menos connotación religiosa en un mundo en el que la religión estorba y concita, como desde hace siglos, el rechazo de los que están en la parte contraria, o de los que niegan.

Usemos el término que usemos, los desfavorecidos (otra palabra inventada, para hacer más suave la realidad), se presentan ante nosotros como la forma más sencilla de aplacar nuestras conciencias. Los seres humanos tenemos que hacernos perdonar la felicidad, el bienestar y, por supuesto, el derroche. Los momentos de gasto incontrolado tienen que llevar consigo un plus de acercamiento a los otros, a los que menos tienen, sean estos quienes sean. O a los que han sufrido una desgracia, que es otra forma de parecer o de ser desfavorecido. Así surge lo que hoy llamamos solidaridad. Una manera como otra cualquiera de sentirnos menos privilegiados. Primero somos solidarios, mejor con el dinero ajeno, y luego nos compramos cualquier fruslería, un bolsito de Armani o un foulard de Loewe, qué más da.

Lo curioso, lo que me llama la atención, es que esa manera de actuar repite casi al milímetro las loables intenciones que movían hace años a los que hablaban de ser caritativos, de practicar la caridad. Desde las criticadas damas de los roperos, que necesitaban tener un pobre a mano para sentirse buena gente, hasta las instituciones expresamente dedicadas a ello, la caridad se convierte en un recurso puntual que llama a nuestras conciencias para paliar, siquiera mínimamente, algunas situaciones que violentan el sentido común y que nos obligan a mirarnos en un espejo de diferencias insalvables. Somos caritativos o somos solidarios porque no podemos ser justos.

[blockquote style=»1″]Cuando se contemplan directamente las bolsas de chabolismo o los barrios intransitables porque la miseria los ha convertido en ghettos….¿qué piensan aquellos que llevan sobre sí, desde hace tanto, la mayor responsabilidad, la mayor exigencia?[/blockquote]

He aquí la otra palabra, la palabra que resume la actitud contraria, la actitud que no proviene de un deseo graciable de ayudar a los otros, sino de un derecho de los otros a ser autosuficientes, a tener lo necesario para no depender de la caridad ajena. “Desgraciaíto el que come/ el pan por manita ajena/ siempre mirando a la cara/ si la pone mala o buena”

Esa otra palabra es la “justicia”. Que no es únicamente un vocablo, sino un concepto. Y que no es patrimonio de ninguna opción política sino un derecho de los que nos asisten aunque a veces no lo tenemos claro. La justicia, no solamente como el tercer poder, sino como actitud esencial que define el comportamiento humano en cuanto a su relación con el mundo.

En Andalucía no tenemos claros estos conceptos. Demasiadas actuaciones políticas vienen a ser regalos caritativos en medio de un océano de necesidades. Las necesidades de los andaluces, crecientes e insatisfechas después de más de treinta años de Gobierno monocolor, no tendrían que ser atendidas con actitudes solidarias, que es lo mismo que decir caritativas.

Porque, en su mayoría, responden a derechos no ejercidos o a exigencias nunca valoradas. La pobreza de un número importante de familias, las personas solas que no tienen amparo familiar y que se ven abocadas a la frialdad de la calle o a institucionalizar su almuerzo, los niños que carecen de condiciones básicas, todo ello no tendría que ser objeto de planes parciales, de iniciativas partidarias o de gestos que se publicitan más allá de su eficacia. No. En una región como la nuestra, con condiciones suficientes como para que todos sus ciudadanos disfruten de lo básico, el Estado de Bienestar no debería ser una entelequia ni depender de que haya más o menos caridad, disfrazada de palabras sublimes.

Cuando se publican las cifras de parados, de niños en el umbral de la pobreza, de personas atendidas en los comedores sociales, en los albergues de transeúntes; cuando se contemplan directamente las bolsas de chabolismo o los barrios intransitables porque la miseria los ha convertido en guetos… ¿Qué piensan aquellos que llevan sobre sí, desde hace tanto, la mayor responsabilidad, la mayor exigencia?

Espero que no piensen que el problema es de otros. Espero que no piensen que la cosa puede esperar. Espero que no piensen que los votos legitiman que esta situación permanezca. Lo espero, pero me temo lo peor.