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La aristocracia natural

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez

Rajoy es un desastre absoluto para España, incluso para su propio partido. Es evidente que nadie en el PP quiere ser el primero en sacar el puñal porque el gallego tiene esa fama de superviviente con la que ya ha superado al Cid en batallas ganadas después de ser dado por “muerto”. Pero Rajoy está tensando su estrategia de anti líder y anti política hasta tal punto que se le está notando demasiado su desprecio por la democracia y hasta por la ciudadanía. Dentro de su derecho legítimo a optar por la estrategia que crea más conveniente para él, no se puede acusar a los rivales de estar pensando solamente en ellos y no “en España” mientras tú dejas en el limbo si habrá investidura, cuándo, cómo y para qué. Quien da lecciones de responsabilidad institucional no puede estirar 7 días la respuesta a la oferta de Albert Churchill para acabar explicando en rueda de prensa que no has hablado en la reunión de tu partido de las 6 condiciones para el pacto.

En nuestro país, sin embargo, asistimos incrédulos a la conjura de unas élites políticas saturadas de necios y mediocres que están consumiendo a una sociedad entera en la hoguera de sus fatuas vanidades.

Pero volvamos al concepto del desprecio con el cual Rajoy trata a los españoles y a su sistema democrático. Ser el más votado, ganar 2 elecciones seguidas y obtener una diferencia considerable sobre el segundo de la competición, no te da derecho a “secuestrar” al Estado ni a jugar al ajedrez presupuestario con las necesidades de los ciudadanos. Hasta en la teorización del absolutismo sus principales autores establecían unos límites de respeto a los súbditos que el rey, por muy soberano que fuese, no podría traspasar sin consecuencias para su reinado. Aquí parece, en cambio, que un presidente democrático se cree con derecho a jugar con el país a su antojo. Con un partido totalmente callado detrás de él, a diferencia del PSOE, que está dando muestras de cobardía y falta de altura política sin ninguna clase de paliativos. Si yo fuese un dirigente del PP y solo me moviese por el interés de sobrevivir en el cargo, me plantearía seriamente a dónde conduce Rajoy a todo el partido.
Quizás todo esto obedezca no solamente a la personalidad del actual presidente del gobierno sino a su concepción del poder y de la política. Cuando escribió en su temprana juventud sobre los hijos de “buena estirpe”, ya nos estaba indicando su apoyo a la teoría de la aristocracia natural de Edmon Burke. Ignoro si Rajoy conoce a este autor inglés, uno de los principales defensores del sistema representativo, pero no cabe duda de que el gallego se siente parte de esa élite social natural que tiene el derecho – y hasta el deber – de guiar a las masas ignorantes que caminan a oscuras cuando no reciben la luz providencial de estos faros aristocráticos.

Claro que Burke exponía esta teoría en el siglo XVIII, donde la alfabetización y la culturización de las sociedades eran aún precarias y donde el concepto del estado democrático liberal con sufragio universal aún estaba muy lejano en la línea del tiempo por venir. En cambio, en pleno año 2016, no existe esa aristocracia natural virtuosa y ni mucho menos Rajoy pertenecería a ella.
Andando hacia adelante, fue Popper quien teorizó sobre el racionalismo crítico que debe acompañar a la acción política y esa “sociedad abierta” que debe procurar en contraposición a la sociedad cerrada propia de los totalitarismos. Como en el PP, según dicen, son liberales, harían bien en leer a esta figura clave del liberalismo del siglo XX y poner en práctica algunas de sus enseñanzas en su forma de tratar a los ciudadanos. Pero seamos sinceros: es imposible una actitud crítica en la actual política española.

Sobre quién es el más guapo todos están de acuerdo: Pedro. Sobre quién está siendo el más perverso, imposible hallar acuerdo.

Tanto Rajoy como Pedro Sánchez – secundados por Rivera– están dedicándose a jugar una competición suicida para demostrar quién es el más listo, quién consigue engañar a los otros mejor y quién resiste más en la impostura. Sobre quién es el más guapo todos están de acuerdo: Pedro. Sobre quién está siendo el más perverso, imposible hallar acuerdo. Los tres viven presos de sus urgencias, ambiciones y defectos, adoctrinados por asesores de imagen y marketing que les fabrican relatos y frases encorsetadas destinadas a formar parte de la inanidad política más mediocre y del egoísmo personal más tóxico para los intereses de una sociedad. Porque para debatir sobre esos intereses, el primer paso esencial es que las instituciones funcionen a pleno rendimiento, y nos encontramos en un estado al ralentí con respiración artificial asistida.

El estudio crítico de la historia desde una visión política y de poder nos ha dejado claro que no existe nada más determinante que las élites de cada país y de cada sistema. Dentro del proceso dialéctico entre los líderes y las masas, nos encontramos diversos resultados según quien haya conseguido imponer su fuerza y sus intereses en cada momento. En democracia este juego de las élites se ha caracterizado por estar abierto a la incertidumbre electoral y porque los dirigentes políticos han considerado como beneficioso atender y trabajar por las demandas y necesidades de las mayorías. En nuestro país, sin embargo, asistimos incrédulos a la conjura de unas élites políticas saturadas de necios y mediocres que están consumiendo a una sociedad entera en la hoguera de sus fatuas vanidades.