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La burbuja de la militancia

Cuando hace unos años estalló en nuestro país la crisis de la democracia- representada por ese movimiento tan tóxico para la política conocido como el 15M- se pretendió establecer una fórmula mágica que resolviera las inquietudes de los ciudadanos, en general, y de aquellos que se acercaban a la política como activistas, en particular. De ahí que se propagara aquello de la nueva y la vieja política, por un lado; y la apertura del partido mediante las primarias y las consultas a los militantes, por otro. La democracia no funcionaba como nos gustaría, y lejos de examinar las causas de su insuficiencia en los actores principales, era más fácil para los partidos nuevos deslegitimar todo lo conseguido desde la muerte de Franco, y para los partidos- especialmente los “viejos”- procurar resolver su mala imagen en la ciudadanía aplicándose fórmulas de apertura y participación.

Pues bien, un lustro más tarde de aquella fiebre regeneradora de la política, podríamos concluir sin temor a equivocarnos que ni la nueva política ha superado en soluciones a la “vieja política” (incluso nos ha traído más problemas aún); ni la apertura y participación de las bases de los partidos han servido para mejorar la calidad y la cualificación de los candidatos elegidos para representar a los votantes, ni para elaborar proyectos más sólidos o soluciones ocultas a las principales demandas de nuestro tiempo.

 

La élite de un partido nacional no pueden ser 50 personas reunidas en una sola habitación, porque en ese caso cabe concluir que todo es un decorado fastuoso para acabar siempre haciendo lo que el líder y su camarilla de turno traigan ya hablado desde casa.

 

Precisamente, estos días hemos podido ver en los medios una foto de la ejecutiva federal del Partido Socialista reunida para discernir sobre la cuestión catalana o las elecciones del 21-D, por decir algo. Una ejecutiva más propia del PCUS de las URSS que de un partido socialdemócrata clásico. Si la regeneración de la vida interna en los partidos del siglo XXI era volver al Politburó del comunismo más rancio del siglo pasado, es evidente que algo ha fallado en el camino. Primero, porque es imposible que un órgano sea operativo, deliberativo o ejecutivo, cuando cuenta con decenas de miembros; y, segundo, porque entre tantos componentes de un órgano, tanto el órgano como sus componentes pierden algún tipo de valor aunque sea simbólico. La élite de un partido nacional no pueden ser 50 personas reunidas en una sola habitación, porque en ese caso cabe concluir que todo es un decorado fastuoso para acabar siempre haciendo lo que el líder y su camarilla de turno traigan ya hablado desde casa. Si de 50 están en desacuerdo 10, ni los notas; en cambio, si de 30 están en desacuerdo 10, la controversia puede volverse venenosa para la estabilidad del partido.

Lo más llamativo de este modelo soviético es que han copiado la fórmula ejecutivas regionales y hasta provinciales, como la de Ximo Puig, con 74 miembros, para crear, más que un partido, una especie de OSU (Organización Socialistas Unidos) con todas sus agencias agregadas. Así, si miramos la composición apreciamos secretarías de: Alternativa, Participación de residentes extranjeros, Políticas del mar, Intergeneracional, Infancia, Patrimonio y Artes, Bandas de música, Bienestar Animal, Despoblamiento, Nuevos Derechos y Laicidad, Cooperación y Refugiados, Transparencia…. y luego, además, un Consejo Institucional que asesorará a todos los miembros de la ejecutiva. Es posible que yo al estar inspirado y cercano al modelo clásico de la socialdemocracia, de los partidos de masas y de la democracia pluralista liberal del siglo XX, no pueda entender esta forma moderna de hacer política y dirigir partidos. Mi opinión es que cuando se sobrepasa un número razonable de secretarías o departamentos temáticos dentro de una organización partidista, la organización pierde un rumbo reconocible y el partido se vuelve un peligroso terreno de lucha de egos e intereses sectoriales que, inevitablemente, acabarán chocando unos con los otros.

 

La cuestión, en definitiva, es que las nuevas fórmulas de participación y democratización de los partidos no han servido para hacer de estos un instrumento más efectivo frente a los problemas de nuestro tiempo.

 

En cambio, si miramos a Podemos comprobaremos que ha seguido el camino contrario. De aquellos círculos de militantes que decidían todo, y una militancia activa que a los pocos meses de crearse el partido ya superaba al PSOE y se acercaba al número de miembros declarado por el PP, nos encontramos con una ejecutiva muy reducida, donde Pablo Iglesias ejerce su poder absoluto ya sea dinamitando a su Comisión de Garantías o interviniendo la marca catalana de Podemos, después de que su líder regional, Dante Fachín, se hubiera creído que Podemos estatal estaba a favor de la independencia de Cataluña, como en realidad el 80% de españoles hemos llegado a creer.

La cuestión, en definitiva, es que las nuevas fórmulas de participación y democratización de los partidos no han servido para hacer de estos un instrumento más efectivo frente a los problemas de nuestro tiempo. Se intenta, en múltiples ocasiones, hacer partícipe a la militancia y se busca refugio en la militancia cuando no se tiene un liderazgo que tenga algo interesante que decir ni se quieren asumir responsabilidades por la falta de resultados. A pesar de que nos digan lo contrario, actualmente los políticos tienen menor responsabilidad real de sus actos que los de hace 20 años, por poner un ejemplo. Todo, eso sí, en nombre de la militancia y para la militancia.

Cuando nos enfrentamos a sociedades atomizadas, idiotizadas por las redes sociales y debilitadas en cuanto a valores y claridad ideológica, lo peor que pueden hacer los partidos políticos, responsables del funcionamiento de la democracia y de la defensa del Estado de Derecho, es atomizarse también ellos y entregarse a las modas demagogas y populistas que auténticos analfabetos históricos y políticos logran propagar sin oposición alguna. Si la democracia, los partidos, han funcionado mal y han sido incompetentes en la resolución de las grandes crisis contemporáneas, no se debe ni a su estructura ni al papel de su militancia, sino a la selección de sus élites y su manifiesta falta de responsabilidad y grandeza. Nos estamos empeñando en buscar la solución en la cantidad cuando esta solo se encontrará en la calidad.