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La cultura de un pueblo sabio

Benito Fdez 2
Benito Fernández

Todos sabemos que vivimos en un país de honda y profunda cultura popular arraigada en sus genes. Un país de analfabetos que suele despreciar a sus propios genios pero que eleva a los altares a gente absolutamente inculta con la que se suele identificar.

El hecho de que uno de los programas televisivos con mayor audiencia sea el Sálvame de Tele 5 y sus diversas secuelas y que la “princesa del pueblo”, Belén Esteban, tenga más seguidores que cualquiera de los más conocidos miembros de la Real Academia de la Lengua, incluídos Pérez Reverte o Muñoz Molina, nos da una idea del panorama al que nos enfrentamos y en el que tenemos que desenvolvernos en nuestro día a día. Y los primeros que tenían que darse cuenta de esta cuestión son los políticos que nos gobiernan que apenas pisan la calle y suelen estar encerrados en un ombliguismo trasnochado que nos conduce indefectiblemente a situaciones esperpénticas e indeseables como las que estamos atravesando desde hace aproximadamente un año.

La gente, mucha gente, habla, habla, habla y no dice nada o solo aporta lo que ha escuchado en la radio o en la tele en boca de unos tertulianos (casi siempre los mismos) que se repiten más que el ajo.

Uno, que anda ya jubilado y bastante harto de coles, suele emplear parte de su amplio tiempo libre en lo que todos mis colegas, ya saben, visita al ambulatorio, paseos a pie o en autobús, aperitivo en el bar, agente de cambio y bolsa diario en Mercadona, el Día o el Mas y tertulias más o menos acaloradas con otros colegas en situación similar a la mía. En todos estos lugares me encanta escuchar, algo que no suele ser muy habitual. La gente, mucha gente, habla, habla, habla y no dice nada o solo aporta lo que ha escuchado en la radio o en la tele en boca de unos tertulianos (casi siempre los mismos) que se repiten más que el ajo. En la cola del supermercado, en la del autobús, en la sala de espera del ambulatorio, o en la barra de un bar se suelen escuchar sentencias que serían enmarcadas si las dijeran cualquiera de los contertulios habituales.

Me lo contaba recientemente un amigo, político en excedencia, que regresaba a Sevilla después de haber asistido en Madrid a una reunión con dirigentes de su partido. En Santa Justa cogió un taxi para ir a casa y el taxista, que le reconoció, le preguntó sobre lo que en estos momentos nos preguntamos el noventa y nueve por ciento de los españoles, si al final habá acuerdo de Gobierno o iremos a unas nuevas elecciones a finales de año. Mi amigo, que volvía con las carnes abiertas después de contemplar de cerca como era rechazada en el Congreso de los Diputados la investidura de Mariano Rajoy, trató de echar balones fuera y salir por la tangente ante la falta de una respuesta clara y concisa al profesional del taxi que sigue viendo a los políticos como unos “chupopteros” que decía José María García que viven del cuento. “Mire usted, le contestó, la cosa está muy complicada. O Sánchez cambia de postura o vamos otra vez a las elecciones en diciembre. No queda otra solución por muy mal que nos patrezca a caso todos”.

A estas alturas de la película uno no sabe ya si es mejor que siga Rajoy o que Sánchez lidere un Gobierno de sodoku con Iglesias de vicepresidente y los vascos y los catalanes de comparsa o chirigota.

Y el taxista, con esa sorna y conocimiento que dan los años y el saber popular de alguien en contacto diario con la calle, le dijo:”Mire usted, en eso de elegir presidente quien mejor lo tiene resuelto es la Iglesia. Cuando tienen que elegir al Jefe se encierran todos en una sala, me parece que se llama la Capilla Sixtina. Cierran la puerta y de allí no sale ni Dios hasta que se hayan puesto de acuerdo. Pueden pasar una semana o un mes encerrados pero hasta que no hay fumata blanca no se mueve ni uno de la silla. Eso es lo que tendríamos que hacer con nuestros políticos en el Congreso de los Diputados. Encerrarlos a los quinientos cincuenta en el Salón de Plenos a base de agua y bocatas de mortadela hasta que lleguen a un acuerdo. Ya vería usted como en dos o tres días tendríamos presidente del Gobierno. Vaya si lo tendríamos”.

El ejemplo es una muestra de lo que dice la gente de la calle, de lo hartitos que estamos todos de aguantar las pamplinas de unos y otros, de escuchar justificaciones que solo valen para paliar la inutilidad de unos individuos que dicen representarnos cuando sólo se representan a ellos y a los intereses de sus personas y sus partidos. A estas alturas de la película uno no sabe ya si es mejor que siga Rajoy o que Sánchez lidere un Gobierno de sodoku con Iglesias de vicepresidente y los vascos y los catalanes de comparsa o chirigota. Que sea lo que sea, pero que sea ya. Otros tres meses más de espera puee acabar con la paciencia de Job. Aunque también es verdad que el Gobierno en funciones, con sus meteduras de pata habituales como el último nombramiento del ex ministro Soria para el Banco Mundial, sigue funcionando como si aquí no pasara nada. No me extraña que en todo el mundo n o puedan entender cómo nuestra economía siga creciendo más que la media europea pese a no cntar con un Gobierno. O a lo peor es por eso mismo.