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La dictadura de los ‘ofendiditos’

Donde el fanatismo de lo ‘políticamente correcto’ ha ganado la partida a la serenidad del razonamiento informado.

 

Año nuevo, vida nueva. Dicen. Con cierta sorna, mencionado sea de paso, sabiendo que los propósitos de año nuevo, en gran medida y lamentablemente, se esfumarán como un amor de verano. Bueno, y qué tendrá esto que ver con el título que abre este artículo, se preguntará el amable lector. Resulta que andaba yo el día 31 dándole vueltas a esta idea durante la cena mientras me tragaba el programa de José Mota en la tele. En su línea y no exento de cierto autobombo, planteó una reflexión interesante que no pudo pasar desapercibida: la relación entre la Libertad y el Humor. Un indicador fidedigno para las sociedades democráticas. Aquellas en las que el Humor campa a sus anchas son en las que existe mayor grado de Libertad y, por ello, de Democracia. Mis pensamientos se dirigieron ahora hacia nuestra sociedad y hacia nuestro país, sin despegarse de la brújula inmediatamente adoptada del Humor y la libertad con la que se ejerce en estos momentos.

 

Sin darnos cuenta, poco a poco, hemos cedido el espacio que antes le dábamos a la espontaneidad de poder decir lo que a uno se le antojase a la autocensura por miedo al ‘qué dirán’. ‘Qué dirán’, ¿quiénes?

 

Lo que entonces se trataba de un pensamiento travieso y cómico, por qué no decirlo, se transformó entonces una la desagradable constatación de que cada vez el Humor libre -valga la redundancia- tiene menos cabida entre nosotros. Sin darnos cuenta, poco a poco, hemos cedido el espacio que antes le dábamos a la espontaneidad de poder decir lo que a uno se le antojase a la autocensura por miedo al ‘qué dirán’. ‘Qué dirán’, ¿quiénes? Los múltiples colectivos e individuos que viven de la indignación crónica, perpetuamente ofendidos por todo lo que pueda haber a su alrededor, nutridos por el dogma aquel que parecen haber encarnado ahora los millennials de que uno es más sofisticado cuanto más se queja y cuantas menos soluciones prácticas propone. Uno pudiera pensar que en diez años nos hemos vuelto idiotas, pues no hemos sabido maduramente guardar el equilibrio entre preocuparnos por cosas que antes nos daban igual y dejar espacio para la libertad de pensamiento, acción y opinión, embarcándonos por la senda suicida de la censura continua establecida por los nuevos gestores del pensamiento colectivo subvencionado por las élites políticas liberticidas. Que en muchos casos no son más que hijos de papá malcriados con mucho tiempo libre, que nunca han tenido que sacrificar nada para conseguir algo, y que se consideran con el derecho de decirnos a los ciudadanos de a pie, con su infinito desprecio por la gente ‘común’ como la llaman ellos, de qué nos podemos reír y de qué no.

Ahora son frecuentes en los bares -esas antiguas y auténticas asambleas libertarias, donde uno podía decir lo que le daba la gana y, se pensase igual o no, todo acababa en unas buenas risas y una ronda de cerveza a cargo del chistoso- los comentarios por lo bajini, lo mandatos ‘a callar’ y las increpaciones irrespetuosas por estar comentando lo que no se debe comentar o bromeando sobre lo que ahora no se puede bromear. Confirmando el viaje sin retorno hacia las personas grises unidimensionales y las conversaciones monocordes. Un escenario cada es más común toda vez que hemos renegado del privilegio de poder desenvolvernos a voluntad para hipotecar nuestro libre albedrío a los caprichos de los grupos de presión y de los lobbies más radicales cuyo único negocio es amordazar a sus semejantes y hacerle la vida imposible al discrepante. Unos grupos que hacen la guerra a la libertad con su ejército de ‘ofendiditos’ profesionales, siempre en busca de alguien a quien importunar o afear por haber hecho la broma inadecuada, haber votado a quien está prohibido, estar zampándose una hamburguesa o no haber apadrinado a un oso panda.

 

Unos grupos que hacen la guerra a la libertad con su ejército de ‘ofendiditos’ profesionales, siempre en busca de alguien a quien importunar o afear por haber hecho la broma inadecuada…

 

He ahí lo desagradable del razonamiento. El saber que estamos metidos hasta las cejas en esta nueva Dictadura de los ‘Ofendiditos’. Y que lo estamos por haber abonado con votos y con ceguera cómplice la progresiva infantilización de la sociedad, donde el sentimentalismo infantil y la hiperemocionalidad cínica y venenosa han sustituido al raciocinio y al sentido común. Donde el fanatismo de lo ‘políticamente correcto’ ha ganado la partida a la serenidad del razonamiento informado. Una realidad que todos dicen combatir pero que muchos no dejan de nutrir: una sociedad plástica y superficial, en la que importa más el ornamento que la sustancia, y donde el humor, la risa, la broma y el dinamismo espontáneo va siendo sustituido por el radicalismo misántropo de los censores callejeros que en cualquier momento pueden acudir a los tribunales para arruinarle la vida a alguien con toda la impunidad.

Completamos el círculo para acabar donde empezamos. Año nuevo, vida nueva. Que este 2019 nos traiga la determinación para poner a los enemigos de la libertad en los márgenes de la política y poder vivir y reírnos libremente en una sociedad libre, donde cada cual pueda hacer y decir lo que quiera sin miedo a la censura de los dictadores cotidianos.