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La España real

Daniel Gutiérrez Marín / Opinión.- Cuando el quince de mayo de dos mil once casi diez millones de personas se pusieron en la calle para reclamar lo que llamaban una «democracia real», se les olvidó mirar hacia la España real. El barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas número 2905, de junio de dos mil once, afirmaba que más del setenta por ciento de los españoles apoyaba las manifestaciones y las acampadas que se produjeron como consecuencia de la expresión del hartazgo fruto de la crisis, la corrupción y los recortes en la inversión pública aplicados por el gobierno de Rodríguez Zapatero. Sin embargo, cuatro años después, el partido heredero de aquellas protestas apenas ha logrado recabar cinco millones de votos, muy lejos de los casi trece millones que ha reunido el bipartito PPSOE al que culpaban del desastre económico, político y social del que España se recupera a duras penas.

Esta situación generará –ya lo está haciendo- un sabor de insatisfacción para propios y extraños que podría desembocar en el enfrentamiento, meramente dialéctico, entre los ciudadanos. Aunque Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa, Tania González -«No vamos a entrar en Podemos. Punto»- y Juan Carlos Monedero, en segunda fila, salgan a aplaudirse a una plaza abarrotada de gente, la realidad señala en otra dirección. A Podemos hay que reconocerle su espectacular irrupción en el tablero político, nunca visto hasta este momento. Han conseguido un apoyo muy fuerte por parte de los ciudadanos y esto los convierte en un actor de peso en las negociaciones de la próxima legislatura pero los escaños obtenidos son insuficientes para hacer valer sus propuestas de gobierno, como la reforma constitucional o la derogación de leyes orgánicas, como la ley de educación, la «ley mordaza» o la ley electoral. Sin embargo, con sus ciento veinte diputados, el Partido Popular puede vetar cualquier iniciativa reformadora de la Constitución y con la mayoría absoluta del Senado –el cementerio de elefantes también juega aunque ellos no quieran-, los «populares» obligarían a una posible coalición de izquierdas a obtener mayoría absoluta en segunda vuelta para levantar el veto que impondrían por sistema sobre la actividad parlamentaria. En una situación como ésta, parece aventurado salir a una plaza a seguir jugando con las ilusiones de los ciudadanos e imponer condiciones de pactos a unos partidos que están muy por encima en los resultados finales.

[blockquote style=»1″]Podemos tenía dos opciones: asumir un buen resultado, insuficiente para poner en marcha el proceso renovador que pretendía, o calentar a las masas, como hicieron desde el escenario de la Plaza Reina Sofía, aparentando que habían ganado los comicios.[/blockquote]

La gran virtud y el mayor desprecio de Podemos es la habilidad de sus políticos para hacer creer a los ciudadanos legos en el juego democrático que todo es posible. El bipartidismo ha sido tocado seriamente pero ni mucho menos está hundido. La España real, la que vota e impone su criterio más allá de las encuestas, ha decidido que el bipartidismo acumule casi trece millones de votos, doscientos trece diputados. Es decir, un tercio del censo de votantes y un cuarto de la población española total ha apoyado a Rajoy y a Sánchez. Reúnen dos tercios del Congreso y una mayoría arrolladora del Senado. Asumir que las reglas del juego político van a cambiar, han cambiado, no es incompatible con entender que, el domingo, el proyecto político de Podemos naufragó. Que su objetivo era La Moncloa y que con cinco millones de votos –de los cuales millón y medio son prestados por las marcas regionales- Iglesias no puede ser un presidente legítimo. Con estos datos, Podemos tenía dos opciones: asumir un buen resultado, insuficiente para poner en marcha el proceso renovador que pretendía, o calentar a las masas, como hicieron desde el escenario de la Plaza Reina Sofía, aparentando que habían ganado los comicios. Asumirán lo que ellos llaman una «victoria moral» pero la victoria real se la ha vuelto a granjear el PPSOE con el 50,73 por ciento de los votos.

[blockquote style=»1″]Se terminaron las mayorías absolutas y la democracia real deja a su paso, también, una España real que merece respeto por parte de quienes no han logrado tomar los cielos por asalto.[/blockquote]

La España real no quiere tecnócratas conservadores ni los cambios drásticos de un «catch-all-party» que reniega del eje izquierda-derecha. Los resultados obtenidos en las urnas obligan a los partidos a entrar en una dinámica de negociación permanente. Los «populares» tienen el derecho de formar gobierno y para ello acudirán al apoyo compasivo de los socialistas y de Rivera. Ahora es cuando los políticos deben estar a la altura de las circunstancias. No posibilitar un gobierno estable, y volver a las urnas, pondría de manifiesto la incapacidad política de nuestros representantes, confirmando aquello de que «no nos representan». Pablo Iglesias puede sumarse a ese apoyo parlamentario para intentar sacar adelante algunas de sus propuestas o puede convertirse en el marginado del parlamento, el niño protestón que a todo se niega, arrastrando con él a los cinco millones de ciudadanos que le dieron la confianza y dejándolos en la indigencia política.

Cuatro años después, España ha vuelto a la casilla de salida y los ciudadanos están en la plaza de nuevo. Quieren debatirlo todo en aquel formato «15M», donde todo se discute pero nada se decide. Es la hora de tomar posiciones. Los «indignados» supusieron una enmienda a la totalidad del sistema pero ellos no eran todo el sistema. La España real era los que estaban en la plaza y las mayorías silenciosas de Rajoy. Las dos Españas, que hablaron este fin de semana último, no tienen más remedio que entenderse, sin pretender imponerse una sobre la otra. Se terminaron las mayorías absolutas y la democracia real deja a su paso, también, una España real que merece respeto por parte de quienes no han logrado tomar los cielos por asalto.