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La esperanza es lo último que se pierde

Mariano Rajoy nunca hubiera abandonado el poder “motu proprio”, a pesar de la asfixiante pestilencia que impregna hoy a su partido.

Ha sido casi una mutación del escenario político nacional. Los mecanismos constitucionales han funcionado bien para cambiar el signo político del Gobierno en un pispás. En su enésimo giro, el flamante presidente del Gobierno, don Pedro Sánchez, ha diseñado un Gobierno de lujo con mayoría femenina y personas de buen currículo profesional en las respectivas materias. La ortodoxia en las carteras económicas, la vocación europeísta general y la transversalidad de los nuevos temas como la igualdad y la transición energética han supuesto un soplo de aire fresco para unos mercados financieros, que iban últimamente de susto en susto.  Bien que un buen respaldo curricular no garantice la eficacia en el oficio político, de entrada es un buen soporte.

 

Tal dinámica ha generado un atropellado y frecuentemente poco fundamentado debate nacional.

 

Por ejemplo, algunos, entre los que proliferan los que pretendían pisar moqueta, afirman ahora rotundamente que va a ser un Gobierno efímero, por el poco sustento parlamentario del PSOE (solo 84+1 diputados de 350). Otros ponen incluso en duda la legitimidad de Sánchez como Presidente, por no haber salido directamente de las urnas.  Pero tengo la convicción de que no existe presidente de Gobierno serio en Europa que, tras una sentencia similar a la de la Gürtel (por lo que a su partido y al propio presidente del mismo se refiere), que no hubiera dimitido inmediatamente de sus cargos. Y sin embargo  don Mariano Rajoy nunca hubiera abandonado el poder “motu proprio”, a pesar de la asfixiante pestilencia que impregna hoy a su partido. Al fin y al cabo, don Pedro entró en la Moncloa no tanto por un SÍ mayoritario del Congreso, sino por un NO (la hegeliana unidad de los contrarios) a la continuidad de don Mariano.

El nuevo Gobierno, en definitiva, tal vez no pueda legislar mucho, pero con Presupuestos que podrían estirarse hasta 2020, buena gestión y muy improbable moción de censura podría completar la presente legislatura. Y, en tal caso, probablemente Sánchez repetiría en la siguiente. Por otra parte, creo que la defenestración de Rajoy y su fulminante decisión de irse a casa, le va a venir al pelo al PP, que va a tener tiempo para cambiar de liderazgo y limpiar estructuras y órganos antes de enfrentarse a los retos electorales que se aproximan.

 

Regresamos hacia la bipolaridad política (bien que sea insuficiente tiempo antes de las autonómicas en Andalucía, porque tengo el pálpito de un adelanto de esas elecciones a este otoño). ¿Apostamos?

 

Tras la vertiginosa dinámica política de las últimas dos semanas, que ha arrastrado un cambio radical tanto de Ejecutivo como de relación de fuerzas parlamentarias, vuelve a primer plano el problema español en Cataluña. Parece llegado el momento de abordar la llamada “normalización”, aunque tal vocablo tenga diversas interpretaciones. Los independentistas, ahora liderados formalmente por Torra ―el más fiel acólito de Puigdemont, de momento―, pretenderán continuar la marcha hacia su quimérica independencia travestidos de corderos dialogantes, intentando así pactar la ruptura de la Nación y el Estado españoles. Es de esperar que el Gobierno cumpla lo único verdaderamente programático que, hasta ahora, ha declarado a varias voces (Presidente, Ministro de AA EE, Ministra de Defensa, Ministra Portavoz, entre otros): “diálogo dentro de la Constitución y el Estatuto”. A fuer de sincero, no vislumbro una solución sobre Cataluña plenamente aceptada por todas las partes aunque me mantengo en mi: “independencia, ni por las buenas ni mucho menos por las malas”.

La jerarquía independentista dice ahora que habiendo decaído la aplicación del 155 (tras la constitución del gobierno catalán), era automática la desaparición del control previo de las cuentas de la Generalidad, por el que se obligaba a la Banca a informar previamente al ministerio de hacienda de todo pago realizado por aquélla. Se esconde, para engaño de incautos y desmemoriados, que tal medida de control ―seguramente la más eficaz contra la malversación de fondos públicos―, se implantó a mediados de septiembre de 2017; es decir, un mes y medio antes de la entrada en vigor del 155.

 

Es por ello que el nuevo Gobierno, en el consejo de ministros del pasado viernes, acordó formalmente levantar la medida como graciable gesto de buena voluntad y “normalización”.

 

Aunque pienso que eso solo va a servir para facilitar que los independentistas irredentos vuelvan a las andadas y sigan intentando construir estructuras de estado independiente, así como con la matraca de “presos políticos” y “exiliados”, para referirse a políticos presos y fugados de la justicia respectivamente. Por ello, pienso que el presidente Sánchez no debería dar audiencia a Torra en tanto éste no retire esa insidiosa pancarta que, sobre este tema, ha colgado en balcón del Palacio de la Generalidad. No va a ser fácil, no, alcanzar una aceptable “normalización”. La marcha hacia ella pasará por que “la bossa soni”. Faltaría más. La esperanza es lo último que se pierde.

En todo caso, queden bien explícitos mi bienvenida al nuevo Gobierno y mi deseo de los mayores éxitos por el bien de España. Y particularmente a la nueva ministrade defensa, doña Margarita Robles, mujer de carácter y de amplísima formación jurídica, que me parecen rasgos muy adecuados para encabezar tan complejo ministerio, que contiene una institución esencial para la Nación y el Estado: las Fuerzas Armadas. El regreso a Defensa de ese enorme instrumento de poder que es el CNI configura a doña Margarita como puntal fundamental del nuevo Gobierno. ¡Mucha suerte, Ministra!