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La Feria, esa burbuja vanidosa y presumida

La falsedad del aparente esplendor.

Lo de divertirse a golpes de calendario o de entristecerse por igual dictado, implica una manifiesta artificialidad; los sentimientos fluyen a galopes de la espontaneidad, o sea, brotan de la batuta mágica de un director caprichoso llamado ‘imprevisto’. Como nunca reaccionamos a acontecimiento alguno del mundo exterior sino solo a sensaciones de nuestro propio cuerpo, pues eso, todavía espero la coincidencia de un deseo festivo o tristón con los numeritos del almanaque.

La pasajera felicidad, mito por excelencia, indefinible siempre, cuando decide manifestarse choca una y otra vez contra una invisible frontera. En estas fiestas sevillanas, sostenidas a pulso de tarjetas bancarias, tergiversadas por la influencia burguesa, muchos pretenden o creen imprescindible la ingesta demencial de bebidas alcohólicas. En otros tiempos ansiábamos la charla como objetivo primario y resultaba la toma de una copita un aliciente secundario. A los médicos especialistas en enfermedades hepáticas les espera un trabajo intenso, tal vez de grandes esperanzas crematísticas dada la progresiva mercantilización de la medicina. Ahí están los miles de estudiantes en Zaragoza, gozosos y con insolencia exclamando: ¡«Sí, hemos venido a emborracharnos, ¿pasa algo?». Claro, muchachas y muchachos, nada de importancia, solo unas decenas de comas etílicos de consecuencias imprevisibles en sus futuros neuronales. Algunos dirán: «No creemos exista una tragedia por aniquilar unos cuantos millones, total, tenemos unos cien mil millones…».

El abajo firmante deja año tras año el recinto donde está: encerrado en su burbuja vanidosa y presumida.

Hace unos cuarenta años, un señor recién conocido puso su empeño a pesar de mis negativas, en invitarme en su caseta a lo grande. «Muchas gracias, déjelo, le van a cobrar un disparate». El hombre miró en el entorno y me susurró: «¿Sabe? la trampa de estos días la pago en cómodos plazos. El director del banco me conoce y concede un crédito».  Este episodio rubricó lo, por otra parte, bien conocido: la falsedad del aparente esplendor. Pero muchos necesitan presumir, idiosincrasia grabada en la genética social y surge volcánicamente en las ocasiones descritas. Mi filántropo circunstancial, supongo habrá cambiado por su propia cuenta, en caso contrario la vida lo hará a cuchilladas.

El abajo firmante deja año tras año el recinto donde está: encerrado en su burbuja vanidosa y presumida. Bien, dejemos a nuestro querido pueblo admirando a los divos y divas, nacionales y foráneos en el exhibicionista paseo, aunque tal vez algunos pregunten: «¿Dónde están cobijadas tantas riquezas durante el resto del año?».

Lejos de mi intención criticar el muy particular estatus de inmunidad social concretado en los referidos eventos, donde comidas y bebidas colorean las epidermis del respetable, junto a la pléyade de políticos ‘sacrificándose’ por el prestigio de la ciudad. Sigan los maniquíes masculinos y los modelitos femeninos aireándose en un albero alcalareño, antes tierra rasa pisada por una población de gitanos auténticos, artistas natos. Pero mejor será dejar la cosa en el campo de los antropólogos optimistas, decididos en obtener conclusiones. Aunque no olvido un parco brindis por ellos: los de unas ganancias libres de impuestos para ir tirando, distrayendo al maldito paro.