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La fuerza de la razón y la razón de la fuerza

Creo que fue el primer ministro británico Winston Churchill quien dijo aquella famosa frase que afirma que “quien con veinte años no es de izquierdas es que no tiene corazón y quien con cuarenta lo sigue siendo es que no tiene cabeza”. Es posible que eso explique lo que está ocurriendo en nuestro continente con el hundimiento de los partidos socialistas en los últimos años y el auge de las fuerzas cercanas a la ultraderecha. La frase puede ser válida para los ingleses o incluso para otros paises del centro o el norte de Europa, pero desde luego no para las naciones del sur donde la izquierda sigue rodeada de una cierta aureola divina que la coloca como la única fuerza política capaz de conseguir el bienestar social para la mayoría del pueblo. Algo que la propia historia ha desmentido reiteradamente. Resulta evidente que Churchill no era andaluz, ni siquiera español porque aquí la base de la izquierda, sobre todo de la izquierda clásica, menos populista y demagoga que la formada por las nuevas generaciones podemistas, es decir, la que, como el PSOE o el PCE, contribuyeron con muchas renuncias y sacrificios, a sacar adelante una transición ejemplar de la dictadura a la democracia, supera la cuarentena.

 

La mayoría de sus padres lo consiguieron trabajando, sufriendo y siendo explotados por la burguesía catalana, sus hijos y nietos de han convertido de la noche a la mañana en más independentistas que el abad de Montserrat.

 

Viene todo esto a cuento de lo que está pasando en Cataluña donde la deriva independentista ha agrupado en un puzzle de difícil encaje a la derecha nacionalista de CiU de los Pujol y la más rancia oligarquía catalana, a los republicanos de ERC, a los marginales de ultraizquierda de la CUP, a organizaciones proindependentistas financiadas por la Generalitat como la ANC y Omnium y a miles de charnegos hijos de inmigrantes andaluces, extremeños, castellanos o murcianos que, al carecer de los ocho apellidos catalanes, tratan de ganarse un puesto en la nueva nación que les dé carta de autenticidad. La mayoría de sus padres lo consiguieron trabajando, sufriendo y siendo explotados por la burguesía catalana, sus hijos y nietos de han convertido de la noche a la mañana en más independentistas que el abad de Montserrat. El rompecabezas tiene un difícil encaje si alguna vez consiguen sus objetivos porque, al final, no nos engañemos, todos aspiran a lo mismo: el poder. Un  poder que no puede ser compartido por fuerzas tan dispares. Al final, si lo consiguen, que esperemos que no, acabarán como el Rosario de la Aurora. Ya han conseguido fracturar en dos a la sociedad catalana. Veremos si no terminan a tiros. Entre ellos y con el resto de España. Y es que todo responde a un famoso dicho catalán: “la pela es la pela”. Al final, todo es cuestión de dinero. Que se lo pregunten a los Pujol. No me extraña que el verdadero artículo 155 de la Constitución no sea el que pueda aplicar el Gobierno de Rajoy, sino el que ya han aplicado los bancos y las setecientas empresas que han huído de Cataluña.

 

Con todo, lo que más me alucina del proceso independentista catalán es su anacronismo decimonónico. En un mundo cada vez más globalizado en el que las fronteras han desaparecido gracias a internetEn un mundo cada vez más globalizado en el que las fronteras han desaparecido gracias a internet, donde la mayoría de los paises abogan por la integración de credos y razas, donde se buscan alianzas transfronterizas que rompan barreras, donde la economía no contempla aranceles ni aduanas que pongan coto a los negocios y las multinacionales como Zara, Coca-cola o Mercedes abren establecimientos en cualquier país y que las nuevas tecnologías como Google, Facebook o Twitter unifican ideas y contenidos con mensajes universales, no se entiende que florezcan ideologías más propias del siglo XIX que del XXI. Unas ideologías que, repito, han estado alentadas en las últimas décadas por una burguesía acomodada que temía perder los privilegios que venía ostentando desde hace siglos con repúblicas, monarquías o dictaduras.

 

A lo que está ocurriendo estos últimos años en Cataluña se le puede tildar de terrorismo de Estado.

 

No quisiera acabar este artículo sin citar la famosa frase que superpone la fuerza de la razón en contraposición de la razón de la fuerza. Con ser un axioma generalizado que casi todos aceptamos, a veces no es cierto. Y no lo es cuando esa razón se quiere imponer por métodos violentos. A lo que está ocurriendo estos últimos años en Cataluña se le puede tildar de terrorismo de Estado. Ha sido la Generalitat la que, muchas veces con la anuencia o la desidia del Gobierno central, ha controlado y manipulado la educación, los medios de comunicación públicos y todos los resortes para adoctrinar a varias generaciones de ciudadanos catalanes. Esa, y no las cargas policiales del 1 de octubre, es la razón de la fuerza por más que Puigdemont clame por la fuerza de la razón pidiendo un imposible diálogo al Gobierno. Más nos valdría a todos no equivocarnos porque ya está bastante liada la ceremonia de la confusión que lleva a cabo la Generalitat para tratar de ganar tiempo ante lo que se le viene encima.