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La gran oportunidad de Ciudadanos

Se ha abierto una ventana de oportunidad para renovar a fondo el partido tanto en su programa como en su espíritu.

 

 

Desde los últimos comicios, la formación naranja parece haber iniciado la senda hacia la destrucción más absoluta. Quienes hasta hace poco acariciaban responsabilidades de gobierno y puestos de relevancia, se hallan ahora, literalmente, en la calle o durmiendo debajo de un puente. Tanto esfuerzo y tanta dedicación para nada, habrán pensado muchos. Ahora toca recoger velas y planear el futuro. Esta es la psicología detrás de la impresionante desbandada de cargos y militantes que hasta hace muy poco veían al partido como su medio de vida y, por qué no, como una causa a la cual entregar su existencia. Mientras las discusiones, encausamientos, culpas y reproches mutuos, expresión de rencores acumulados durante años y de egos malheridos, se suceden en una catarata irrefrenable, otros, quizás más pragmáticos pero también más cínicos, ya han iniciado conversaciones con los responsables del PP y del PSOE para mudar la piel política e ideológica y conservar sus puestos, su dinero y su poder. Que es, en gran medida, lo que les importa. Confirmando que uno de los más graves errores de Ciudadanos fue dejar una parte no menor de su maquinaria en manos de tránsfugas que no habían obtenido lo que creían merecer de sus formaciones madre para tratar de conseguir eso mismo en un partido de nuevo cuño.

 

No en vano, el PP no ha hecho nada para ocultar su evidente deseo de absorber a Ciudadanos ante el descalabro. Anuncio que nunca se hubiera atrevido a hacer si antes no estuviera atado y bien atado el viaje de retorno de importantes espadas naranjas. Incluso aquellos que aún conservan alguna parcela de poder institucional por su participación en gobiernos de coalición a nivel autonómico o municipal no pueden evitar pensar en el futuro si, como se prefigura en el horizonte, la escabechina electoral acaba tumbándoles también a ellos. Frente a este escenario, el cual es absolutamente indispensable aceptar para hacer los análisis correctos, no todo es tan malo como parece. Porque, lo adviertan o no sus militantes, se ha abierto una ventana de oportunidad para renovar a fondo el partido tanto en su programa como en su espíritu. La caída de Rivera y de sus compañeros de viaje ha dejado entrever las fallas que han impedido a un partido que nació con ímpetu renovador convertirse en una fuerza decisiva en el tablero político.

 

La cuales son cuatro: primera, su débil institucionalización, al haber optado por una estructura de ‘partido del líder’ que dotaba a este de un poder omnímodo y cuasi-incontestado, que a su vez impedía crear unas bases políticas y sociales fuertes, democráticas y participativas,  capaces de sostener el partido por sí mismo, a la vez que se conformaba con ampliar el espectro electoral en las ciudades sin atender al campo, cuando la actual legislación electoral recomienda en gran medida prestar atención a esto último; segunda, tratar de construir la casa por el tejado pretendiendo jugar al ‘atrapalotodo’ desde el primer momento, cuando la regla de oro para los partidos con vocación de éxito es fidelizar primero a un espectro social compacto, homogéneo y leal, y, una vez conseguido esto, aspirar a la expansión sin renunciar a los elementos caracterizadores iniciales (lo que en el argot político se conoce como ‘saber dónde están tus votantes’ que, en los malos tiempos serán los que tengan que salvarte el tipo); tercero, un liderazgo errático sin una política o estrategia clara, que no ha sabido vender bien los pactos a izquierda y derecha y que ha generado una muy mala fama de ‘veleta naranja’ a un partido que, por su misma esencia moderada, pragmática y posibilista, dichos pactos deberían haberle beneficiado extraordinariamente a nivel electoral; cuarta, la adopción de una ideología única ‘oficialista’, el Liberalismo, mal entendido como una derechización creciente a costa de las raíces socialdemócratas y social-liberales que convertían a Ciudadanos en el hábitat ideal para los renovadores progresistas que equidistaban tanto de los conservadores como de los socialistas y de los comunistas.

 

Teniendo esto en cuenta, la pérdida de los 47 escaños en estas últimas elecciones puede empezar a percibirse de otra manera. No hay que engañarse: ha sido un desastre. Pero un desastre necesario para que el partido renuncie de una vez por todas a sus concomitancias con los conservadores y con los reaccionarios, y realice un viraje hacia sus orígenes: ser una fuerza progresista y enemiga del secesionismo, que permita alojar una pluralidad de planteamientos tras un liderazgo fuerte que posibilite convertir la marca en un verdadero movimiento de masas que impulse la renovación que España tiene pendiente. Y es, con España como Norte, con que Ciudadanos ha de entender que sus votantes no están entre los utranacionalistas prehistóricos ni entre los conservadores complacientes, sino en los liberales progresistas, en los liberales sociales y en los socialdemócratas que conciben el progreso como una maximización de las libertades individuales compatible con unos destacados programas sociales y una preocupación tanto por la clase media como por los sectores más desfavorecidos. La torpeza que cometió Ciudadanos de definirse como ‘liberal’ otorgó un privilegio automático a los representantes de esta tendencia a la vez que anuló o menoscabó a los de las demás, Todo lo contrario de lo que debe hacer una formación progresista. Porque hay que entender esto: liberales y socialdemócratas deben caminar de la mano para crear una alternativa progresista que aleje a los españoles tanto de los comunistas como de los reaccionarios.

 

Si Ciudadanos aprovecha la ocasión y transita por esta senda, con unos principios claros y un liderazgo fuerte e ideológicamente motivado, podrá dejar de ser la eterna muleta para convertirse, de manera definitiva y sin posibilidad de retorno, en la verdadera fuerza progresista que necesita este país urgentemente, antes de que los extremos acaben condenándonos a la ruina económica, política y espiritual.