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La “inanidad” de una sociedad enferma

Visto lo visto, también se están demostrando inanes las elecciones. Da igual que los ciudadanos voten lo que voten.

 

Permítanme que me invente el “palabro” “inanidad” como si fuese un político progresista o un tertuliano al uso, pero me viene al pelo para describir someramente en lo que hemos convertido a la sociedad actual presidida por lo “políticamente correcto”, en algo inane, prescindible, sin peso alguno. Define el dicccionario de la RAE el adjetivo “inane” como “vano, fútil, inútil”, es decir, lo que algunos valoran actualmente como verdades incontestables y que no son sino pamplinas, tonterías con balcones a la calle. Les voy a poner un ejemplo arquitectónico de algo inane que tenemos en Sevilla. Existen actualmente dos obras que han sembrado la polémica entre los ortodoxos y los heterodoxos de la arquitectura, a saber, la Torre Pelli y las Setas de la Encarnación. Dejando a un lado su valor estético, que ya se sabe que “para gustos, los colores”, cada uno puede contemplar estos edificios como bien guste y estar a favor o en contra de ellos. En eso no entro. Ahora bien, mientras el rascacielos de la Cartuja tiene un indudable uso como oficinas, sede de empresas u hotel, las Setas, rodeadas además de edificios de carácter histórico, son un monumento puramente decorativo a mayor gloria del alcalde de turno que, además, nos ha costado a los sevillanos, un ojo de la cara y parte del otro. Por lo tanto ese es un ejemplo paradigmático que podría ser tachado como algo “inane”, por muchas visitas y muchas fotos que le hagan los japoneses.

 

Inane es también buena parte de nuestra actual clase política que vive del cuento y de las apariencias sin dar un palo al agua. Pónganse a pensar en muchos de sus representantes en las Cortes, en la Junta o en los Ayuntamientos. ¿A cuántos de ellos les confiaría sus ahorros o pondría en sus manos el futuro de sus hijos? Yo diría que a ninguno, pese a que, con nuestros votos, les hemos dado carta de legalidad y poderes omnímodos a muchos de ellos. Dicen que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Sería verdad si la actual democracia no estuviera condicionada por una serie de añadidos que suelen pervertirla hasta límites insostenibles. Una democracia que, como en el caso de los independentistas catalanes, permita que se dé un golpe de Estado en contra de la inmensa mayoría de los ciudadanos, y que los responsables del desaguisado “se vayan de rositas” después de insultar y escupir contra el sistema, es una democracia “inane”, prescindible, inútl, ya que no cumple el cometido para el que fue instaurada.

 

Visto lo visto, también se están demostrando inanes las elecciones. Da igual que los ciudadanos voten lo que voten.

 

Al final, esos votos pueden ir directamente a la papelera si los partidos y sus dirigentes optan por hacer acuerdos que impidan que la fuerza política mayoritaria gobierne. El actual panorama surgido de las elecciones municipales del pasado 26 de mayo está demostrando que lo básico, lo pragmático, lo que en definitiva persiguen unos y otros, es el mero intercambio de cromos, el “trile” que les permita, alcanzar un poder a cambio de ceder otro. A lo largo de mi carrera como comentarista político, siempre he defendido que debería gobernar la lista mas votada y por eso soy partidario del sistema electoral frances a doble vuelta. Por ello estoy tan en contra del pacto del “trifachito” en Andalucía, que desbancó de la Junta de Andalucía al PSOE de Susana Díaz tras cuarenta años de gobierno, por más que personalmente deseara un cambio necesario en nuestra comunidad, como de aquellos pactos municipales que buscan eventuales enemigos íntimos con los que poder formar gobierno.

 

Y ese inane un sistema y una sociedad que premia a aquellos que viven del cuento y castiga a quienes han sostenido a lo largo de toda su vida al propio sistema. Me refiero, claro está, a esa política inane y bienpensadora que impuso el impresentable de Zapatero, que se dedica a dar prestaciones gratuítas a manos llenas a personas que no han aportado nada a la sociedad que les ha acogido. Defiendo que la sanidad y la educación deben de ser universales, que se debe de dar acogida y servicios a quienes llegan a España huyendo de guerras y situaciones de conflicto, pero eso no puede conducir a un Estado de puertas abiertas y barra libre en el que campen por sus derechos un buen número de indeseables que se aprovechan de esta situación de lo “politicamente correcto”. Habrá quien me tilde de racista, pero no es verdad. Tengo familiares que, durante los años 50 y 60 del pasado siglo, se vieron obligados a emigrar a Madrid, Barcelona, Francia, Alemania o Suiza. Y en esas ciudades de su propio país y en esas naciones tan “democráticas” que habían combatido los fascismos de Hitler y Mussollini, pese a ir con sus papeles en regla y sus contratos de trabajo, sufrieron lo indecible, trabajaron como esclavos y nunca fueron aceptados. Solo pediría que, en igualdad de condiciones, es decir con la legalidad en regla, los emigrantes que recibimos, sean tratados lo mejor posible.

 

Y, finalmente, se está convirtiendo en inane la educación que están recibiendo nuestros hijos. Se ha perdido el respeto, el esfuerzo y el sentido de sacrificio. El deterioro educativo da lugar a reivindicaciones tan asombrosas como la de los estudiantes de selectividad que impugnan un exámen de matemáticas por su “excesiva” dificultad. Y es que, en esta época de ordenadores y teléfonos móviles, de tecnología e internet, les debe parecer difícil hasta multiplicar nueve por ocho. Con decirle que algunas universidades permiten hasta tres faltas de ortografía en el exámen. Eso da una idea del nivel. Mejor que les pregunten por el último vídeo de la “influencer”, la “instagramer· o la “bloggera” de moda o la última movida de Chabelita y sus amigas. Verán como con esas preguntas sacan casi todos matrícula de honor en sus exámenes. Es lo que hay.