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La mano que mece la cuna

Vamos a dejarnos de pamplinas ideológicas, de cuentos sobre derechos históricos y de falsos mitos identitarios. Lo del independentismo catalán no es sino una batalla puramente económica que encabezó en su tiempo una oligarquía burguesa y explotadora y que, con el paso del tiempo y gracias a sus poderosos medios de propaganda, ha prendido en diversas capas sociales demasiado manipulables, como si fuese una unitaria reivindicación de masas. Solo así se entiende que ocupen el mismo barco la retrógrada derecha caciquil de la antigua CiU, los pseudo progres republicanos de ERC, los revolucionarios antisistema de la CUP y asociaciones “populares” como Omnium Cultural o la ANC, que presiden los Jordis. El pegamento que los une en su diversidad no es prograático, ni tan siquiera ideológico. Es simple y llanamente el interés económico de no perder unos privilegios que unos y otros llevan disfrutando desde hace más de un siglo a costa del esfuerzo y el trabajo del resto de los españoles.

 

El problema es que no ha sido una sino muchas las manos que han estado moviendo la cuna del independentismo catalán desde el regreso de la democracia y haciéndole el juego a una élite que se ha aprovechado de la situación. Desde Adolfo Suárez a Mariano Rajoy pasando por Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, todos los presidentes del Gobierno que han ocupado la Moncloa en los últimos cuarenta años han colaborado en alimentar un proceso que, poco a poco, ha ido sembrandoel odio en la sociedad catalana hacia el Estado español utilizando cualquier método, desde la educación al idioma, desde el deporte a los medios de comunicación, desde las fuerzas de seguridad a las empresas, desde la música a la cultura y desde la mentira (“España nos roba”) a las actitudes fascistoides, para activar un sentimiento antiespañol que ha ido calando profundamente en todos los estratos de la sociedad civil.

 

 

Eso y, además, el interés personal de muchos de sus dirigentes que, como Jordi Pujol y su familia, comprobaron que defender la independencia era un acicate magnífico para aumentar sus fortunas.

 

 

Solo así se entiende que un movimiento ideológico basicamente burgués y retrógrado, decimonónico y de derechas, haya conseguido impregnar no sólo a las clases privilegiadas que lo inventaron sino, incluso, a una izquierda republicana y a sectores marginales y anticapitalistas que han comprobado que la supuesta independencia era el primer paso, la mejor forma de poner en prácticas sus ideas revolucionarias. Eso y, además, el interés personal de muchos de sus dirigentes que, como Jordi Pujol y su familia, comprobaron que defender la independencia era un acicate magnífico para aumentar sus fortunas sin tener que dar cuenta a la Justicia. Todo este escenario perpetrado durante décadas sin que el resto de los españoles hayamos rechistado e indignado por los privilegios concedidos por los diversos gobiernos a los catalanes, ha causado una ruptura social, tanto interna como externa, de difícil arreglo.

 

Ocurre, sin embargo, que los últimos esperpentos llevados a cabo por los sectores independentistas y su  continuas payasadas y desprecios a la ley, han situado al llamado “proces” en una especie de esperpéntico guión mas propio de una comedia de Muñoz Seca o de Monty Python que de una moderna sociedad europea. La pantomima de Carles Puigdemont y sus adláteres, sus ridículas payasadas, sus discursos en varias capitales europeas, sus mentiras adobadas con lazos y bufandas amarillas, sus llamamientos a ocupar las calles con caretas como si fuese un carnaval y a pedir la libertad de los compañeros mártires de Estremera, sus mensajes confidenciales confesando el final de su rídícula postura política, son situaciones que le rechinan a cualquier ciudadano de las democracias occidentales, más acostumbrados a unos políticos serios que respeten la legalidad que a estos bufones de la estelada y “Els segadors”

 

 

Va a hacer falta una completa catarsis en la política española para acometer en serio una nueva concepción del Estado.

 

 

De todas formas, esto va para largo y puede dar aún muchas sorpresas desagradables. Al tiempo. Todavía hay muchas manos a las que les interesa seguir moviendo la cuna y saben que son muchos los ciudadanos dispuestos a salir a la calle para utilizarlos en provecho propio. Va a hacer falta una completa catarsis en la política española para acometer en serio una nueva concepción del Estado que acabe de una vez por todas con las ilusorias e inalcanzables aspiraciones de algunos “pueblos” de nuestra España de destrozar cinco siglos de convivencia en común. Pero eso todavía es una utopía y habrá que esperar muchoas años para que los españoles nos convenzamos que el sistema autonómico nacido tras la muerte de Franco y la Constitución de 1978, han quedado superadas por el signo de los tiempos.