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La mirada a la guerra desde la niñez

Ignacio Trillo / Crónica del ayer.- En ambiente de preguerra o delicada situación internacional, como la actual, presididos por el yihadismo y los brutales atentados de París, intento situar la mirada en los menores que ya tienen uso de razón, e imaginar cómo estarán observando el panorama, a la luz de similar experiencia que a esa edad me tocó vivir.

No obstante, las circunstancias históricas han cambiado tanto que quizás se hace imposible la comparación. Los niños hoy tienen acceso a medios audiovisuales y virtuales de todos los órdenes y colores, impensables en ese blanco y negro unívoco en que me moví. Asimismo, la democracia posibilita una comunicación y transmisión, absurdo de equiparar al oscurantismo de la dictadura de Franco que anduvo a mí alrededor.

Hablar de política en aquel tiempo no era cosa que se teorizara o se practicara. Se cubría con un tupido velo cuanto viniera de esa esfera. Los mayores nada querían transmitir a sus descendencias, temerosos que pudieran sufrir el día menos pensado lo que ellos ya llevaban padecido.

Ese escenario conllevó que mi imberbe generación buscara bajo los ladrillos, o en alguna frase insinuante, la respuesta a lo que queríamos saber. El intercambio de información o deformación de la realidad, entre colegas preadolescentes o juveniles, estaba a la orden de la tarde noche en formato casi clandestino, Era la reacción lógica a las tinieblas, coincidente con la etapa formativa del conocimiento que surcábamos. Bastaba saber que había parcelas secretas que se nos escondían, para que nos produjera más morbo llegarlas algún día a descifrar.

Así pues, los de mi generación, nacidos y crecidos en un entorno rural, en mi caso en el municipio gaditano de Jimena de la Frontera, entre el litoral y la sierra, emergimos y nos fuimos desarrollando en el aprendizaje de la política en plan autodidactas, e iniciamos la travesía bajo la única posibilidad que teníamos para no levantar aspavientos: el seguimiento de los conflictos internacionales.

Primero, lo buscamos, especulando sobre las distintas experiencias bélicas africanas que a tan tierna infancia nos tocó conocer en directo, y de las que sí se solía hablar, aunque a oscuras en sus veraces contenidos por la falta de información de rigor.

Época, llena de guerras de descolonización y de golpes de Estado en los países africanos recién conformados, donde no comprendíamos por qué estaban propiciados precisamente por las potencias de las metrópolis, según se nos decía, que habían cedido previamente a sus independencias. Más difícil discernir en esas batallas quiénes eran los buenos y los malos.

También, dando un salto en el mapamundi, prestábamos atención a los estallidos de brotes racistas en los estados sureños norteamericanos, donde los muertos que había en las refriegas o por tiros al aire siempre eran de raza negra. Que EEUU, que se presentaba como lo más avanzado, aún tuviera esclavos o sometidos, nos chirriaba.

CONTUBERNIO DE MÚNICH

La siguiente ocasión de sobresalto que nos removió la conciencia y que siguió a esos conflictos, sobrevino a mitad del año 1962.

El franquismo, con su ferviente anticomunismo, se intentaba arrimar lo máximo posible a los EE.UU para sacar pecho ante los hostiles vientos que le azotaban desde la Europa democrática, que había rechazado el ingreso de España en su Comunidad Económica.

En este contexto, la bávara ciudad alemana de Múnich, acogió la participación de ciento dieciocho personalidades españoles de la oposición democrática en una cumbre antifranquista. Fue el primer encuentro donde se veían las caras personas que habían estado luchando en frentes opuestos en la Guerra Civil, demócratas procedentes del interior y del exilio: izquierda, centro y derecha, dispuestos a llegar a acuerdos para preparar una alternativa que acelerara la caída de esta anomalía política occidental.

Motivó una encolerizada respuesta represiva por parte de la Dictadura. En el retorno a los hogares de estos notables personajes, sufrieron: cárcel, deportación, destierro y represalias de todo tipo.

Para los preadolescentes de entonces, nos significó que se liaba otro follón. Nada deducíamos de a qué se refería la propaganda franquista cuando llegaba a nuestros sentidos furibundas descalificaciones al citado encuentro, bien a través de los partes de postguerra divulgados por la radio, o por los medios escritos que monopolizaba el Régimen. La televisión aún no había llegado a nuestro pueblo.

A esa edad, seguíamos sin razonar qué cosa tan grave, aparte de lo que ponía el diccionario, debía significar el término, contubernio. Por más que intentábamos sonsacárselos a los mayores de entre los vencedores franquistas -(los derrotados callaban con la mosca puesta tras la oreja, no fuera alguien a chivatearse al cuartel de la Guardia Civil)- solo obteníamos frases disuasorias para que no nos entrometiéramos en tan espinosa cuestión, o algún exabrupto procedente del doctrinario de turno, en la línea de: “…no tuvieron bastante con el descalabro que les causó el Movimiento Nacional, que ahora encima quieren llevar a España a otra guerra civil”.

CRISIS DE LOS MISILES DE CUBA 

En tanto, nuestras madres, pegadas a la radio, seguían sin descansar, esta vez planchando, a la vez que quedaban fascinadas, vibrando y llorando a lágrima viva, con los folletinescos capítulos del día, de aquellas novelas radiofónicas, como Ama Rosa, bajo la dirección de Guillermo Sautier Casaseca, emitidas por las voces de Matilde Vilariño, Pedro Pablo Ayuso y Matilde Conesa

Pues bien, no nos habíamos repuesto del contubérnico susto cuando cuatro meses después surgió el conflicto de los misiles de Cuba, siguiente episodio de mi infancia. Transcurría octubre del año 1962. Aquí el acojono fue mayúsculo, lo vivimos muy de cerca a pesar de su lejanía geográfica.

John Kennedy y Nikita Kruschev, nombres tan raros e infrecuentes, ni como mote, que se llamara alguien así en Jimena, en cambio llegaron a formar parte de la conversación cotidiana entre el corrillo de chiquillos que cada anochecer cambiábamos impresiones sobre lo que se comentaba por los mayores acerca del factible estallido de un nuevo zafarrancho mundial.

Todos los días mirábamos con atención, desconfianza y temor, contemplando el intenso tráfico, hasta entonces inusual, de cazas militares y pesados aeroplanos que sobrevolaban nuestro reino celestial, pensando que esas estelas de blancos humos lineales que despedían desde sus colas o alas pudieran llegar a ser un día producto de disparos de misiles.

Nuestro siempre experto en geopolítica y geoestrategia militar, el mayor de la pandilla, Pepe Carrillo; contaba entonces quince años, disponía tan solo de estudios primarios y sin haber salido de Jimena y de sus alrededores; nos explicaba que esos bombarderos siempre estaban en vuelo porque iban cargados de armamento nuclear, prestos para ser lanzados en cualquier momento.

Es más, para aumentar nuestra ansiedad, Pepe, se mojó y vaticinó el instante en que los norteamericanos lanzarían esas bombas: Cuando los soviéticos no detuvieran los barcos que transportaban plataformas para cohetes con destino a Cuba, para ser instaladas en sus lindes isleños por estar más cerca de los EEUU para apuntarlos directamente a su corazón y así disuadir a que hubieran nuevas invasiones mercenarias o militares a la isla, como la que un año y medio antes, abril de 1961, ocurrió en la bahía de Cochino.

Al final, afortunadamente quedó superada esta gran crisis entre soviéticos y americanos sin combate bélico alguno, tras el repliegue de la superpotencia con capital en Moscú y el cabreo de Fidel Castro que se quejó amargamente de que no fue consultado para tal decisión.

De este conflicto, lo que sí quedó claro, la propaganda oficial se encargó de saturarnos, fue el prestigio y la simpatía que adquirió, también en Jimena, el joven guapera, mujeriego y bien conservado, presidente Kennedy.

Su homicidio, acontecido en Dallas un año después de sorteada la crisis cubana, tras recibir varios balazos de presunta autoría de los lobbies más conservadores, realzó su leyenda, e impactó emocionalmente en múltiples hogares del pueblo, como si le hubiera acaecido a un familiar cercano.

Jimena, desde el inicio de la crisis de los misiles en Cuba, soterradamente, como no podía ser de otra forma, se había dividido.

Por un lado, los partidarios de que fuéramos neutrales en esa contienda, achacando a Franco nuestra implicación en el posible cirio mundial que se avecinaba, al permitir a los norteamericanos el paso por el espacio aéreo español de esos peligrosos aviones cargados de bombas atómicas, así como por autorizar su avituallamiento a través de las bases militares de Rota y Morón, de “soberanía conjunta” se nos decía, y que tan cerca las teníamos de nuestro pueblo.

Y en el otro bando, los belicistas, es decir, los partidarios del régimen dictatorial; en esta ocasión, firmes adeptos de batallar siempre contra los malos y ateos, que eran los rusos, en su lenguaje aún guerracivilista de 1939. Y es que esta querella guerrera olía también a revancha.

En este sentido, solo un año antes, los pros norteamericanos habían padecido en sus carnes un jarro de agua fría contra su orgullo.

 

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Un gran paso para la Humanidad

LA GUERRA ESPACIAL Y LA ATRACCIÓN AMERICANA

Así habían recibido, en la pacífica escaramuza entre las dos superpotencias por ganar la carrera del espacio, que los soviéticos, tras los éxitos iníciales alcanzados con el lanzamiento del Spútnik y el posterior periplo por las estrellas de la perrita, Laika, hubieran sido, a través de la nave Vostok, los primeros en poner en órbita, con retorno feliz al campo siberiano, a un ser humano llamado: Yuri Gagarin; en tanto sucedían fallidas experiencias americanas para situar más allá de la atmósfera terrestre a sus satélites artificiales: caso del Vanguard 1, al igual que distintos chascos ulteriores.

Estos eventos fueron tomados como una humillación al orgullo patrio del nacional-catolicismo español en su lucha contra lo que consideraba su mayor enemigo, el comunismo, así como un toque de atención a sus subidos humos y de temor ante los derrotados en la guerra civil por la supremacía técnico-científica que la superpotencia soviética estaba comenzando a relucir en los programas cósmicos que desarrollaba.

Coincidió esta diatriba espacial con la irrupción en los estancos de una nueva marca de tabacos, llamada CELTAS, y cómo no, una Jimena tan aficionada a resistir indirectamente y con sarcasmo a la Dictadura, que le llegaba a sacar punta a todo (SEAT: “Siempre Estaré Apretando Tornillos”; RENFE: “Robamos, Estafamos, Nunca Faltamos, Estamos”. 25 Años de PAZ: 25 Años “Para Alemania Zumbando”. PPO: “Para Películas del Oeste”…) no tardó nada en traducirla en igual dirección: CELTAS = “Comunistas Españoles Levantaos, Tendréis Ayuda Soviética”.

En aquellos días de la crisis de Cuba, sumergidos en semejante debate, los chiquillos de mi edad, aprendimos muchas cosas. Salió a la luz, entre las conversaciones que se sucedían, la encarnación del sueño americano; traducido por lo maravillosamente bien que a pesar del chasco espacial se vivía en EEUU, donde había total libertad, nada faltaba y todo el mundo estaba inundado de millones, aunque en otra moneda distinta a la peseta que se llamaba dólar.

Para más inri, coincidieron estos tensos acontecimientos con el estreno en el cine Capítol de Jimena de la película, “La bella americana”, paradójicamente procedente de un cineasta francés.

Toda una cómica apología de la derrochadora vida que se vivía en los Estados Unidos, simbolizada en un despampanante vehículo de lujo de enormes dimensiones y con radio incorporada, impensable que un día portaran los contados coches de Jimena.

A los más mayores de entre los amigos, en época de tanta represión sexual, causaba furor pajotero en el gallinero de la sala fílmica, situada en la única entreplanta, la bella actriz, Colette Brosset, a la que se entregaban a oscuras y desde la distancia, pecando gravemente con sus instintos básicos contra el sexto Mandamiento, y desobedeciendo por tanto las cautelas para la salud predicadas por el cura, en evitación de que acabaran quedándose ciegos, o parapléjicos por la pérdida de médula ósea. Por la parte femenina, las chicas se rendían ante la fascinación de ostentación y opulencia que acompañaba al personaje yanqui que encarnó el actor, Robert Dhery, director así mismo de la cinta. Ello contribuyó a alimentar, entre un amplio sector de adolescentes jimenatos, esa fascinación por lo estadounidense.

En ese ambiente tenso, bélico y norteamericanizado, una mañana se corrió por el pueblo que unos forasteros habían llegado a la jimenata finca de `La Morisca´ con el objetivo de sondear el subsuelo por la eventualidad de encontrar petróleo.

Más de uno, dio por seguro que el oro negro velozmente brotaría a chorros de las profundidades de nuestro municipio, tal y como lo visualizamos en la película de Hollywood: “El Gigante”, que protagonizaran Rock Hudson, Liz Taylor y James Deán, y que podría inundar a Jimena de puestos de trabajo con fabulosos sueldos para que todo el mundo se comprara cochazos.

Los sueños, una vez más intentaron paliar la cruda realidad de la gangrena migratoria laboral que por esos instantes se vivía con destino a Alemania, Francia o Cataluña, en tanto el franquismo volvía a poner a Gibraltar español como foco de atención para desviar sus tensiones.

Al final, el petróleo no llegó a manar. Fue algo parecido a la entusiasmada pesadilla de ficción que transcurrió entre los habitantes de “Villar del Río” –soñadores de americanos que atendían peticiones millonarias de la vecindad- representada en la genial película de Luis García Berlanga, “Bienvenido Míster Marshall”.

Pero como en esa magnífica cinta, el paraíso terrenal imaginario pasó de largo. En el caso de Jimena, además, carente de tránsito de comitiva americana por sus calles, con banda de música, tocando diana a la alborada.

 

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El famoso baño de Fraga en Palomares

 

LAS BOMBAS DE PALOMARES

Pero el acontecimiento más sonado de esa guerra fría a destacar, ocurrió no tan distante a Jimena. Ahora se cumplen cincuenta años. En los cielos de la pedanía almeriense de Palomares se produjo un choque en pleno vuelo entre dos aviones estadounidenses: un bombardero B-52 con estacionamiento en el Estado de Virginia (EEUU) y un avión cisterna, llamado también `tanque volador´, con base en el sevillano municipio de Morón de la Frontera (Spain)

Como consecuencia, cayeron cuatro bombas atómicas termonucleares que afortunadamente no explotaron. Las 250 TM de chatarra que pesaban los aeroplanos siniestrados, quedaron esparcidas en una amplia superficie.

De los tres artefactos desplomados que impactaron en el suelo patrio, a dos les estalló tan solo el explosivo convencional; eso sí, liberando una densa nube de humos tóxicos de plutonio, uranio, y americio. Por el contrario, la cuarta bomba se precipitó al fondo del mar y no fue hallada hasta casi tres meses después.

Recientemente, a raíz de la visita a España del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, hemos sabido que el Gobierno de Barack Obama se ha comprometido a llevarse a un cementerio nuclear estadounidense, ubicado en el desierto de Nevada, las toneladas de tierras contaminadas que aun permanecen en el lugar. Se cifra su volumen en 50.000 m3, afectando a una superficie de 2.260.000 m2.

El ya desaparecido, Manuel Fraga, siendo ministro de Franco -(veintitrés años después refundaría el Partido Popular)- se bañó en aquel tiempo en las aguas del litoral de Palomares, acompañado del embajador USA en España, Angier Bidle Duke, que asimismo formaba parte del séquito, para anunciar, ante la alarma que había en el sector turístico, que no contenían ni un solo ápice de contaminación radioactiva.

Pero toda esa parafernalia que puso en escena, no consiguió despojarnos a los chaveas de Jimena del canguelo diario que teníamos. Y es que seguíamos viendo en nuestro cielo protector las líneas de humo que despedían aviones de guerra provistas de bombas, a la vez que sintiendo en nuestros oídos el espantoso zumbido cuando rompían la barrera del sonido. No había forma de quitarse el acojono de encima hasta ver a los B-52 americanos desaparecer de nuestro horizonte.

Además, en este affaire de Palomares, fue censurada la imagen de cuantos humedecieron sus partes en ese litoral alboránico, yendo a darse una posterior ducha antirradioactiva tras sus salidas del mar, quizás para tapar los riesgos que contraía el paisanaje autóctono que permaneció allí, conviviendo durante décadas con una calidad del aire atentatoria a la salud humana y al medio ambiente ¿Cuántos fallecidos de cáncer u otras enfermedades se habrán producidos en esta franja costera en los diez últimos lustros ya transcurridos?

Esta cuestión, se fue disipando como tema de conversación en las colas de churros para el desayuno. Fue a partir de que un pescador almeriense encontró la bomba atómica perdida en el fondo marino y con sus artes de oficio la rescató, dejando en mal lugar a los dos sofisticados submarinos de la flota de guerra de los EEUU desplazados a la zona para una infructuosa localización.

Prolijo, estuvo el imaginario colectivo popular con numerosos chistes sobre esa cuarta bomba que tardó ochenta días, como entonces duraba dar la vuelta al mundo, en ser encontrada, y donde el vecino de Palomares, Francisco Orts Simó, autor de su hallazgo, quedó inmortalizado para los restos con el sobrenombre de: “Paco el de la bomba”. Y a partir de ahí, ya pudimos respirar y dormir medio tranquilos.

 

ENTORNO RURAL Y FAMILIAR SIN CAMBIO CLIMÁTICO

Mientras todo esto pasaba, nuestras sacrificadas madres, eran ajenas a esos ajetreos internacionales. Como el coñac Soberano que se nos anunciaba, era cosas de hombres. Seguían dedicadas con exclusividad y sin remuneración alguna a ancestrales tareas domésticas, como la costura, el bordado a mano, la plancha, la limpieza o hacer la comida para luego fregar.

En sus huecos, con la rítmica maestría de los dedos, iban confeccionando jerséis y rebecas con diseño de muchos ochos, poniendo en constante movimiento un par de pedazos de agujas del número tres para que salieran bien apretadillos. Antes, habíamos tenido que contribuir con nuestros brazos a mermar la densidad de una madeja de lana, para que nuestra progenitora hiciera los ovillos, presta para iniciar su obra textil. A la vez, para no quedarnos dormidos combatíamos el sopor que nos generaba esa rutinaria contribución a la economía doméstica, oyendo los discos dedicados de la radio.

Más sueño nos daba aún, cuando estábamos acompañados del calor que emanaba el picón ardiente del brasero, situado en el hueco de la tarima bajo la mesa camilla. Siempre atentos para evitar cualquier modorra, distracción o despiste, a pesar de la alambrada en forma de campana que se ponía como protección, de cara a que no se nos quemaran las botas de agua, con el sello amarillo, entre el tacón y la planta, que era sinónimo de ser auténticas, procedentes de Gibraltar. Debían de durarnos hasta que el crecimiento hiciera imposible calzarlas, para dejarlas a continuación al hermano o hermana que viniera detrás en edad, o en su inexistencia a un vecino con necesidad. Casi nada se tiraba a la basura. Era una sociedad ambientalmente muy sostenible, forzada por la miseria y la precariedad, donde mucho más se reutilizaba o reciclaba que la actual.

No se echaban de menos las máquinas automáticas de coser de marcas, `Alfa´ o `Sigma´, que estaban a punto de inundar los hogares, y que, aparte de su uso específico, para velozmente coger unos pespuntes o coser la ropa, se emplearon también como moderno mobiliario decorativo de las casas.

Entonces, los días parecieran que duraba el triple de tiempo. Daba tiempo para hacer todo lo pendiente en las largas, oscuras y lluviosas tardes de aquellos inviernos interminables que meteorológicamente se habían tragado el otoño y con posterioridad auguraba que lo haría de la misma forma con la primavera; es decir, acompañada de precipitaciones torrenciales, hasta llegar al cuarenta de mayo, donde por fin nos desvestíamos de la pesada ropa invernar con la que habíamos hecho frente a las inclemencias. Era tan de poca la costumbre de ponerse ropa veraniega, que a mi hermano se le olvidaba y le costaba después, cuando llegaba el calor, varios días sin salir de la casa a la calle por sentir vergüenza de no llevar calcetines.

Sucedió cuando aún no se atisbaba la llegada del cambio climático, por tanto ninguna Cumbre de prevención a celebrarse como la actual de París, y donde tan frecuente era que nos quedáramos sin luz durante días por un tremendo vendaval.

En tanto, nuestras madres, pegadas a la radio, seguían sin descansar, esta vez planchando, a la vez que quedaban fascinadas, vibrando y llorando a lágrima viva, con los folletinescos capítulos del día, de aquellas novelas radiofónicas, como Ama Rosa, bajo la dirección de Guillermo Sautier Casaseca, emitidas por las voces de Matilde Vilariño, Pedro Pablo Ayuso y Matilde Conesa; tenidas de tanto escucharlas como miembros de la familia. O, con las orejas puestas en los programas de las puritanas y recatadas respuestas a las cartas de los oyentes bajo los principios morales del Movimiento Nacional, a través del consultorio sentimental de Elena Francis, de la que luego se supo, ya en democracia, como tantas otras cosas que sobrevinieron en ese periodo que tan engañados nos tuvieron, donde nos mecían con cuentos desde que salíamos del útero materno, que ni era señorita ni se llamaba Elena; se trataba de un varón.

Todo esto, y más, sucedía, formando parte de nuestro vivir cotidiano, en este siniestro periodo de prolongación de la Guerra Fría que el franquismo quiso aprovechar para su consolidación e intentar contradictoriamente a través del desarrollismo asomarse a la anhelada ventana europea, de la que, por el contrario, quienes realmente fueron una avanzadilla lo constituyeron los cientos de paisanos que tuvieron que emigrar forzadamente porque el pregonado tren del empleo no tenía parada en la Estación de tren de Jimena.

Tiempos pasados que dimos por enterrado, aunque los que ahora nos mandan, parecieran empeñados en retro volvernos a catapultar, como segunda parte de la añeja Marca: `Spain is different´.