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La normal anormalidad tras la fallida investidura

Benito Fdez 2
Benito Fernández

Acababa de ver por la tele la segunda sesión de investidura de Mariano Rajoy en la que, tal y como se preveía, se mantuvo el bloqueo anunciado sin que se movieran un ápice las posturas de los diversos grupos representados en la Cámara. Nada que no supiéramos de antemano por más que alguno albergara esperanzas de que se desbloquease la situación y España entrara en la ansiada senda de la normalidad. El Doctor No siguió en sus trece al igual que los vascos, los catalanes, las mareas, los compromís y demás ralea que forman Podemos.

Total, 170 votos a favor y 180 en contra y a empezar de nuevo como si aquí lo que menos contara es la nacesidad más que imperiosa de que alguien gobierne, que apruebe nuevos presupuestos y que haga lo necesario para poner en marcha la senda que tanto nos ha costado enderezar. A esos 350 señores (por llamarlos con algún apelativo no infamante) que tan comodamente ocupan los escaños del palacio de la Carrera de San Jerónimo, que tienen asegurados no solo sus buenos sueldos sino sus pensiones vitalicias y sus numerosas dádivas parlamentarias se la trae al fresco que el pais se paralice y que los ciudadanos que los votaron las sigan pasando canutas por su total ineptitud.

Ahora, dicen los expertos, a esperar que se celebren las elecciones vascas y gallegas para ver si cambia algo el panorama y el PNV se ve tan con el agua al cuello que decida cambiar su voto. Lo dudo. Entre otras cosas porque me da a mí que en estos comicios quien va a salir reforzado va a ser la izquierda abertzale que en muchos sitios va a ir bajo el paraguas de Podemos. Y lo único que le falta a Pablo Iglesias para crecerse y proclamarse salvador de la patria como un Fidel cualquiera. De todas formas, pase lo que pase en Galicia y Euskadi, tengo la impresión de que vamos encaminados hacia unas nuevas elecciones, las terceras en un año, como si fueran un jueguecito más de los partidos políticos que parecen dispuestos a batir todos los récords establecidos hasta el momento en las democracias occidentales. Y es que, claro, a ellos no sólo no les cuesta el dinero sino que, además, obtienen pingües beneficios de todas estas citas electorales.

Que Pedro Sánchez, Albert Rivera o Pablo Iglesias, tan jóvenes y modernos ellos, se hayan quedado anticuados a los dos escasos años de haber salido a la palestra, eso sí que es una corta obsolecencia programada.

Aludía en mi anterior artículo a la “obsolecencia programada” que sufrimos los consumidores por parte de las multinacionales de los electrodomésticos, ya saben esa vida marcada de fábrica de nuestras lavadoras, cocinas, frigoríficos, lavavajillas, microondas, coches, televisores, móviles y los miles de aparatos que nos rodean diariamente. Bueno, pues esa misma obsolecencia la sufre en estos momentos la política española. Casi todos nuestros políticos están obsoletos. Uno entiende que Mariano Rajoy pueda equipararse a un Telefunken o a un Westinghouse de nuestra niñez o incluso con la pilas Duracell, ya saben esas que duran, duran, duran…, pero que Pedro Sánchez, Albert Rivera o Pablo Iglesias, tan jóvenes y modernos ellos, se hayan quedado anticuados a los dos escasos años de haber salido a la palestra, eso sí que es una corta obsolecencia programada. Y además lo peor es que no tienen garantía por dos años como su frigorífico.

El personal parece que se ha acostumbrado a esta normal anormalidad y les da igual ocho que ochenta.

El problema es que, algunos de ellos, como por ejemplo Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, nos han llegado con defectos de fábrica difíciles de arreglar. Ambos siguen con los mismos tics de la progresía de los años setenta y de ahí sus continuos guiños y amagos de pacto. Porque no me digan que no es viejo y caduco eso de citar a las momias de Marx, a Azaña o a Lenin como si fuesen los profetas de la nueva izquierda mundial. Hasta que El Coletas no cite a Bill Gates en un Pleno del Congreso no entraremos en el futuro. Así no hay forma que este país salga del bucle melancólico, en este año de la marmota, en el que nuestras ansias de cambio nos han metido.

Lo grave de esta situación es que, tras un año de cuentos e historias interminables, de elecciones repetidas, debates y sesiones de investidura, el personal parece que se ha acostumbrado a esta normal anormalidad y les da igual ocho que ochenta. Tanto es así que nos habíamos hecho a la idea de volver a acudir a las urnas en Navidad y a nadie se le ha ocurrido formar una cadena humana rodeando el Congreso de los Diputados para obligarles a repetir los debates y las votaciones las veces que hicieran falta hasta encontrar una solución. Y en esas estamos mientras nuestra valiente presidenta sigue callada esperando que llegue el momento de darle el último empujoncito al compañero Sánchez. Ojalá y aproveche el Comité Federal que se celebrará a final de mes, tras las elecciones vascas y gallegas, para que ponga de una vez sus cartas sobre la mesa.