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La nueva censura de la ultracorrección

Aquí nos ha faltado tiempo para que los Goya hayan querido imitar bastante malamente el “me too” encabezado por la multimillonaria Oprah Winfrey.

Ando ultimamente bastante preocupado por los derroteros en los que ha entrado la sociedad occidental avivada por el show-bussines tras las denuncias de numerosas actrices norteamericanas sobre supuestos acosos de los magnates de las productoras como Weinstein. La campaña del “me too” que han puesto de moda las divas de Hollywood ha prendido como una mecha en diversos ámbitos no solo cinematográficos sino también en muchos otros escenarios culturales de la vieja Europa. Y es que ya se sabe que cualquier campaña que pongan de moda los americanos es inmediatamente copiada y amplificada por el resto del personal que parece que está huérfano de imaginación si antes no levantan la voz en alguna ceremonia de yanquilandia como los Oscars, los Globos de Oro, los Cesars o los Grammys.

 

Aquí nos ha faltado tiempo para que los Goya hayan querido imitar bastante malamente el “me too” encabezado por la multimillonaria Oprah Winfrey, y actores, actrices, directores, directoras y todo el mundillo del espectáculo que se da cita en el remedo de los óscares españoles, se agenció un abanico con el hastag “#masmujeres” para reivindicar el protagonismo femenino en unos premios que cada año están más desprestigiados y politizados y que subsisten gracias a las subvenciones que les dan los gobiernos de turno, y desde hace unos años, los del PP. Por cierto, que todos los años allí está el ministro de Cultura aguantando el chaparrón de los paniaguados y sus simbólicas protestas contra el IVA,la guerra o vaya usted a saber.

 

Ahora la censura de la dictadura de la ultracorrección política no tiene normas y se aplica según van las modas y los caprichos imperantes.

 

 

Con todo, esta campaña es un botón de muestra, una nimiedad comparada con la fiebre ultracorrectora que está invadiendo toda la sociedad occidental. Me río yo de la censura que imperaba durante la dictadura franquista. Al menos, esa se sabía por donde iba a ir y bastaba con echarle imaginación a un texto o colocarle un mantón de manila a la señora despechugada para evitar que te secuestraran la peli o te la recortaran hasta destrozarla. Ahora es mucho peor. Dónde va a parar. Ahora la censura de la dictadura de la ultracorrección política no tiene normas y se aplica según van las modas y los caprichos imperantes. Y no sólo eso, sino que, además, conlleva una autocensura mucho más peligrosa y dañina para nuestras libertades individuales que la de Franco.

 

Casi todos hemos sufrido en nuestras carnes el acoso de los ortodoxos ultrasaludables en su cruzada antitabaco, en su lucha contra el colesterol, en su batalla contra el alcohol o en su guerra por los cuerpos 10, de forma que nos ha obligado a la mayoría de los normales a sentirnos como apestados, culpables de delitos ignominiosos por encender un cigarro, pedir un chuletón de ternera, comernos unos calentitos con chocolate, tomarnos un cubata o dormir la siesta. Estamos a la fuerza, le pese a quien le pese, en la sociedad del bienestar y del bienaparentar y quien no cumpla sus directrices es reo de destierro y hasta de muerte.

 

La cosa está llegando hasta extremos de puro surrealismo, sobre todo en el aspecto lingüistico. Desde la moda de darle patadas al diccionario de la Real Academia de la Lengua con el empleo obligatorio por los políticos de todos los partidos de los dos géneros (jueces y juezas, compañeros y compañeras, soldados y soldadas, periodistos y periodistas) a la prohibición expresa de utilizar términos tildados como machistas y misóginos, pasando por la persecución de los clásicos e inocentes piropeadores españoles o de aquellos que, por educación o cortesía, aplicaban elementales normas de convivencia como cederle el paso a las mujeres, abrirles la puerta, acercarles la silla o cedérsela en el autobús. Ahora todo es punible por machista y retrógrado. Así nos va. No me etraña que nuestros jóvenes (y jóvenas) hayan optado por encerrarse en público en el whatsapp de sus móviles para evitar que les condenen a una cadena perpétua de aislamiento social.

 

Y como sigamos así, después vendrá la censura a Murillo por sus cuadros sobre los niños mendigos o a Velázquez por sus Meninas, sus bufones o por la Rendición de Breda por exaltar la guerra. Al tiempo.

 

Con todo, lo peor está por llegar. Ya han prohibido las modelos femeninas en los partidos de tenis, las carreras ciclistas o las automovilísticas. A la directora de una galería de arte, no sé si alemana o inglesa, se le ha ocurrido retirar un famoso cuadro en el que aparecían ninfas desnudas por atentar contra la mujer. Y, como se dice ahora, por “cosificarla”. De seguir por este camino me veo contemplando la Maja Desnuda de Goya, la Venus del Espejo de Velázquez, las Tres Gracias de Rubens o el Nacimiento de la Primavera de Boticelli en reproducciones clandestinas como hacíamos con el Play Boy en época de Franco. Y como sigamos así, después vendrá la censura a Murillo por sus cuadros sobre los niños mendigos o a Velázquez por sus Meninas, sus bufones o por la Rendición de Breda por exaltar la guerra. Al tiempo.

 

En resumen, que en esta sociedad bienpensante y políticamente ultracorrecta están surgiendo tontos como setas en otoño, ya hay más que botellines de la Cruzcampo. Mas nos valdría a todos recapacitar un poco y centrarnos en asuntos verdaderamente importantes, que los hay a patadas, y obviar estas chorradas que solo nos conducen a empobrecernos mentalmente.