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La oposición ¿es alternativa?

Gobernar mal debería tener remedio con una alternativa mejor.

 

Al PSOE le molesta que se hable mal de Andalucía, porque saben que eso significa poner a parir su hegemonía. Esa que se apresta a batir el récord de Franco en ostentación del poder omnímodo. Quieren convencernos, para vencernos, de que criticar la gestión autonómica es ir contra todos los andaluces, aunque sólo socialista sea la culpa. Se han adueñado del capital, de la fama y de la prospección futura. Culpan a quien discrepe. Lo acusan de lesa Andalucía. Y cuela, ya lo creo que cuela.

Susana Díaz insiste a menudo en presentarse como la guardadora de nuestras esencias más andaluzas. Y así es. Gracias a ellos gestionando nuestros intereses públicos en el sur patrio, guardamos la esencia de ser los primeros en paro, los últimos en PISA, destacados en corrupción, únicos en corruptelas y líderes del fracaso escolar. La esencia de ser últimos pese a tener potencial para estar entre los primeros es una culpa tan socialista, como progresista es nuestra conservada y reiterada condena.

 

Culpan a quien discrepe. Lo acusan de lesa Andalucía. Y cuela, ya lo creo que cuela.

 

A la señora candidata del PSOE le ponen en bandeja los argumentos de sus posesiones quienes claudican ante la lucha antes incluso de la disputa; y se ven vencidos sin necesidad de que el final y no el principio sea quien dicte su soberana sentencia. Y le oponen derrotados sus fuerzas, y se dejan llevar por sus cebos, en los que pican a menudo, para construir, inconscientes, a la contra más que a su favor, el discurso que a ella más le ayuda a seguir con su cohorte de sumisos administrados que la sujeta. Y la reelige, cuasi obligados por la vacía e indecisa muestra externa, que enseña sus patitas por debajo de la puerta del cambio, sin que llegue a convencer de su extrema y democrática necesidad.

Andalucía es el cortijo, porque no hubo andaluces que lo abordaran con la convicción propia, el talento suficiente e ideas ajenas a la política destructiva con las que posicionar la alternancia en lugar preeminente antes que la soberbia interesada del partido propio, destacase elevada sobre los prioritarios intereses de nuestra tierra. En esa batalla de egos siempre vence y vencerá quien maneja la hora, el tiempo, el juego y el terreno, desde el presupuesto público al que se aferra con el BOJA junto a su mesa de noche.

 

Y la reelige, cuasi obligados por la vacía e indecisa muestra externa, que enseña sus patitas por debajo de la puerta del cambio, sin que llegue a convencer de su extrema y democrática necesidad.

 

Porque la culpa de un mal gobierno también la tiene una equivocada oposición. Una forma de gobernar pusilánime, amarrada al interés partidario más que al futuro solidario, tiene responsabilidad manifiesta también entre quienes la democracia propone para sustituir a quien yerra cuando gobierna, tanto tiempo ya. No tener sustituto claro tras 38 años de mal gobierno y hegemonía socialista ¿es un logro propio o es un fracaso de los otros? Gobernar mal debería tener remedio con una alternativa mejor. Si no llegó, ni se atisba que suceda, la culpa no es de quien vota, soberano, sino para quienes proponen liderazgos frágiles, caminos pueriles o caras repletas del mismo cansancio que quien gobierna.

Andalucía es una tierra dormida por el poder de los de siempre. Se endulza entre sus nanas de canto huero y melodía barata. Se deja apopar entre suspiros y sollozos que protegen del frío. Pero no se atreve a ponerse de pie buscando orgullo, pidiendo más para su capacidad propia, exigiendo honestidad para emprender, sin miedo al fracaso, sin abrigo de lana raído de rosas y tenues abrazos, buscando el calor de nuestro valor para demostrar lo que realmente somos. Aspiremos a ese impulso, no a seguir con esa línea plana de discursos ilusos, intenciones insanas y futuros pálidos y marchitos del conservadurismo de Susana.