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La raza andaluza

“LOS GATOS DE BAUDELAIRE”

 

Emilio Arnao
Emilio Arnao*

Éste es mi segundo artículo, topografía y temblor de rosas, que escribo en “Confidencial Andaluz”. No sé si ustedes, amados lectores, leyeron el primero, titulado “Mis principios en Al-Andalus”. Fue mi acta de presentación. Sin embargo, quiero proseguir presentándome. Y nada mejor que hacerlo con algunas palabras, tartesias y húmedas como el orgullo, sobre la tierra andaluza, blanda serrezuela al fondo y olivos debajo de los cuales poder morir cualquier hombre dignamente. He viajado muchas veces a Andalucía y siempre lo he hecho con este aparato de relojería que es espíritu y raza. Todo lo andaluz publica raza, quizá una cultura que produce ensimismamiento, carnalidad, intelecto y viejas lecturas de Séneca.

Andalucía es toda una civilización, un trasflor de muchos pueblos y libros y arte y estéticas y otros sorbos que nacen en la vid y que van a parar a la idolatría de la cultura andaluza. En mis viajes al último imperio musulmán antes de la Reconquista finiquitada -entrega de las llaves por Boabdil- por los católicos reyes, siempre he podido comprobar que todo lo andaluz es crónica de vida, de lenguaje, de ironía, de esa alegría tartesia que sale de los bares o de las catedrales, del Guadalquivir o de todo una historicidad habitada de nombres, de fechas, de épocas, de sustrato, en definitiva, de pueblo español que tuvo en Mariana Pineda la primera bandera de la libertad.

Andalucía es el ser y el tiempo de Martin Heidegger, quiero decir, la existencia en sí de lo ya existido y lo que queda todavía por existir, esto es, el “dasein” de Heidegger, el “estar-ahí”.

El andalucismo es todo un valor humano, todo un compromiso social y político con la transcendencia de lo hispano, toda una identidad con el pensamiento trenzado y esponjoso que ha conducido a Andalucía a la escritura de ese gran libro que es todo lo español. Blancura y razón, duende y misterio, paisaje y virtud, historia y porvenir, poesía y mezquitas: todo se multiplica cuando el viajero -extranjero, nacional, pero siempre romántico- pone sus pies en la gleba activa y profunda de un tiempo que son, sin decadencia alguna, todos los tiempos reunidos en esta inmensa musculatura que es, filosóficamente hablando, la fenomenología andaluza.

Andalucía es el ser y el tiempo de Martin Heidegger, quiero decir, la existencia en sí de lo ya existido y lo que queda todavía por existir, esto es, el “dasein” de Heidegger, el “estar-ahí”. El sol sevillano, el astro malagueño, la arquitectura granadina, etc., etc., imprimen un rito de bello humanismo en donde todo hombre que llega por Ronda o por Úbeda en seguida se da cuenta que no permanece ninguna frontera, ni siquiera un cambio de moneda, ni tan sólo la transformación de lo que uno es, siente, recibe y ama, porque, si hay algo que tenga Andalucía, eso es la dignidad de sentirse próximo al paroxismo o a la cuádruple belleza de lo que es inicio pero nunca final.

*Emilio Arnao es  Doctor en Filología Hispánica, poeta y periodista. Trabaja en una tesis doctoral sobre Ortega y Gasset

@EmilioArnao