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La reforma constitucional y otras mentiras

 

García Márquez afirmaba que cuando un cuento es bueno tiene que parecer verdad y para que una crónica sea buena ha de parecer mentira. Según esta máxima metaliteraria-periodística del premio Nobel colombiano,  en España hoy se tienen que estar escribiendo las mejores crónicas de la historia moderna de nuestro país si nos referimos a la crónica política, no tanto porque España se haya convertido en la parusía de la posverdad, que también, sino por el alto grado de extravagancia y extemporaneidad alcanzado por la vida pública española cuya imagen parece reflejarse en un espejo cóncavo de feria.  Que manca finezza en los cornijales políticos, partidarios e institucionales es algo más que una apreciación, es una fenomenología que se adhiere a la política para destruirla; un  escenario que contradice la realidad siguiendo el concepto de Gianni Vattimo cuando afirma que la realidad es una hipótesis todavía no desmentida.

 

Estos performers trabajan sin descanso para disolverla, llevarla a un estado gaseoso, por la vía rápida con la evaporación de la política.

 

La política ha sido desplazada de la vida pública para uniformar las narraciones sin dialéctica que achican el espacio polémico ante los hechos consumados y la raison d’État. Es un triunfo del relato conservador donde ya no se exploran ámbitos de convivencia sino relaciones de poder. El diálogo se hace imposible cuando una de las partes desde el Estado criminaliza y excluye al antagonista. Es por lo que el bloque constitucionalista afirma, en el caso catalán, que llegar a acuerdos con las formaciones soberanistas es “traicionar” la Constitución, derivando el problema a una mera diligencia de orden público y  judicialización de la crisis territorial, con repudio de una solución política a un problema político. En el fondo supone abrogar  el pensamiento crítico en el escenario público para convertirlo en inautenticidad, en apariencia mediante unas constantes performances simplificadoras del debate político en el contexto de una polarización restrictiva del formato controvertible y democrático. Ello supone una severa limitación de facto de lo posible y como consecuencia de lo pensable. Javier Pérez Andújar afirma que la democracia solo existe si se la puede tocar. Estos performers trabajan sin descanso para disolverla, llevarla a un estado gaseoso, por la vía rápida con la evaporación de la política.

El gran relator de esta degradación de la política y el desarrollo democrático es el Partido Popular que está realizando una relectura del régimen político a la baja en derechos y libertades, y donde el malestar ciudadano por los destrozos ocasionados por sus políticas antisociales y la inmoralidad de la corrupción que salpica al partido conservador hasta el punto de ser considerado por los tribunales como una organización criminal, ha pasado a ser objeto punible y perseguido a golpe de código penal y “ley mordaza.” A pesar de todo su narración es hegemónica por la propia estructura de poder del régimen del 78, la colmatación del espacio mediático por los mass media afines y la incapacidad de la izquierda por implementar un relato ideológico alternativo. Es por ello, que el Partido popular no correrá ningún riesgo cooperando con una reforma constitucional que no necesita mientras el ecosistema institucional le sea tan favorable.

 

El Partido Socialista, en este contexto, se ha dejado arrastrar por un pobre eclecticismo adaptativo al sistema que le sitúa paradójicamente en contra de su propia historia y de sí mismo.

 

Ciudadanos es una formación reciente pero con objetivos muy antiguos que se compadecen poco con veleidades regeneracionistas en el plano formal, aunque puede realizar circunstanciales performances en interés de alguna estrategia oportunista. Su lucha contra la corrupción apoyando al partido de la corrupción como es el PP, es una muestra de lo endeble que puede resultar en el proscenio de la vida pública una ideología cuyas intenciones no pueden mostrarse en su totalidad sin turbación social. Su génesis y propósitos tienen tintes caliginosos, con ese descubrimiento por parte de Albert Rivera del lenguaje joseantoniano de unidades de destino en lo universal pero al que le falta algo de poesía según deseaba el otro Rivera.

El Partido Socialista, en este contexto, se ha dejado arrastrar por un pobre eclecticismo adaptativo al sistema que le sitúa paradójicamente en contra de su propia historia y de sí mismo. Incapaz de generar un paradigma diferente al que impone el relato conservador, se desnaturaliza en la torcida creencia de que la ideología es una pesada carga que pone en peligro el pacto de la transición y, como consecuencia, su estatus oligárquico de “partido de gobierno.” Es como si el PSOE hubiera sido creado para este régimen y su obsesiva actitud conservadora le hubiera hecho desistir de su vocación de cambio e incluso de la capacidad de construir un modelo avanzado de sociedad.

Podemos sacó el malestar de la calle para diluirlo en las instituciones, lo que siempre le hace perder a la protesta y a los movimientos vindicativos y rupturistas densidad ideológica y capacidad de acción a la vez que se crea la imagen de que ha existido una función desmovilizadora sin que exista a la adaptación al sistema una mayor capacidad opositora y de cambio político.

Este daguerrotipo político de la España actual es poco optimista en cuanto a la oportunidad de un necesario proceso constituyente de reorientación constitucional incardinada a una profundización democrática que obstaculizara definitivamente cualquier tipo de regresión política o social, que es la que ahora estamos viviendo, esa volición política que configura conceptualmente los dintornos de aquello que se asume como una misma abstracción siendo dispares, lo que nos lleva a concluir que lo que amenaza a la sociedad no es lo que amenaza al Estado y lo que amenaza al Estado no es lo que amenaza a la sociedad, es más, la mayoría social cada vez está más indefensa ante un Estado ideológico y estamental que no ha llegado a constituirse plenamente, por los intereses minoritarios, en un Estado nacional. Es, por tanto, imperativo que estos problemas constitutivos y anticonstituyentes se ecuacionen con toda crudeza y en su plena extensión, sin que se oculten los síntomas de la crisis en la que el país se debate.