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La ruína del ombliguismo sevillano

Benito Fdez 2
Benito Fernández

Como lo del nuevo Gobierno se está enquistando hasta límites insospechados y este marear la perdiz amenaza con darnos las vacaciones, opto por abandonar los comentarios políticos sobre los presuntos acuerdos sobre la supuesta investidura de Mariano Rajoy, de Pedro Sánchez, de Pablo Iglesias o de Perico de los Palotes y las apuestas sobre unas cada vz más probables terceras elecciones para centrarme en un asunto que contemplo todos los días y que comienza a preocuparme, que no es otro que el de la pérdida de protagonismo de Sevilla, la capital de Andalucía, en el conjunto de España y su cada vez menor fuerza entre las ciudades españolas que deberían aportar algo en la política y la economía de nuestro país.

Digo esto porque recorro todos los días a pie el corazón de esta ciudad, el kilómetro largo que separa el Prado de San Sebastián de la Plaza Nueva y contemplo horrorizado como la calle San Fernando o la Avenida de la Constitución se han ido deteriorando a pasos agigantados en los últimos años. No hablo ya del tranvía, el carril bici y los veladores que, en su conjunto, han convertido una supuesta zona peatonal en una especie de gimkana en la que el peatón se la juega cada metro, tampoco critico la despiadada tala de árboles que han trocado un amplio y bellísimo paseo sombreado en un infernal erial donde, en los meses veraniegos y por la tarde, solo se atreven a caminar los grupos de japonenes, botella de agua y sombrilla en mano, cuyos torturadores guías se asemejan más a los crueles verdugos de las SS. Yo le cambiaría el nombre de la Avenida de la Constitución por el de la Avenida de la Insolación. Estoy por proponérselo al alcalde Espadas para que lo estudie.

La calle San Fernando y la Avenida son un esclarecedor ejemplo de lo que le está ocurriendo en los últimos años a Sevilla. Sus poderes fácticos parecen decididos a convertir la capital de Andalucía en una especie de parque temático para el turismo poblando todos los locales de repetitivas tiendas de souvenirs, de franquicias de helados, yogures, cafés americanos, hamburguesas, pizzas, donuts o telefonía móvil y de camareros que te asaltan para ofrecerte tickets de descuentos si entras en su establecimiento. Si a ello unimos el plató de los Alcázares para la serie Juego de Tronos, apaga y vámonos que estamos en Cinecittá.

Mirarse el ombligo con lo del “color especial” es lo que han hecho algunos con sus empresas como Abengoa. De supuesto éxito también se puede morir.

Estos últimos días, el cierre de tres de ellos que se habían convertido ya en clásicos, ha sembrado la inquietud entre muchos sevillanos. La primera en abandonar fue Angela, la calentera (que no churrera) del Postigo quien harta ya de estar harta, decidió echar el cierre a su conocido rincón de la calle Arfe dejándonos a dos velas (nunca mejor dicho) a sus clientes habituales. Después le tocó el turno a la zapatería de Pilar Burgos en la Avenida, y ahora ha sido el Horno de San Buenaventura, frente a la Catedral, esquina con García de Vinuesa, quien ha decidido dejar de proporcionarnos sus cafés y sus bollos de leche que nos alegraban a media mañana. Los locales vacíos y abandonados en una zona por la que transitan a diario miles de turistas, dan una imagen penosa de la ciudad. Si a ello le unimoa los mendigos que habitualmente acampan día y noche en los soportales y las cacas de los perros, el panorama no puede ser más deprimente.

Tengo un amigo que se desvive por esta ciudad y que siempre está proyectando foros e iniciativas para tratar de revitalizar una sociedad civil cada día más apática y dormida en sus antiguos laureles. Ha sido uno de los fundadores del llamado Eje Sevilla-Málaga al que posteriormente se han sumado Córdoba y Granada. La idea como tal no está mal, siempre que no se utilice como ha ocurrido tantas veces en provecho de algunos listillos que están a la que salta, y podría suponer un revulsivo para que la capital de Andalucía volviera a liderar iniciativas económicas, culturales y políticas que otras capitales le han arrebatado en los últimos años.

El ombligusmo de Sevilla y de los sevillanos es uno de sus peores pecados capitales. Es evidente que se trata de una de las ciudades más bellas de España y posiblemente del mundo, pero, como ha ocurrido con el Horno de San Buenaventura, no se puede dajar abandonada. Hay que conservar lo verdaderamente conservable, potenciar su imagen, cuidarla, saber venderla, crear empleo y, como han hecho los políticos malagueños en la última década, darle una pátina y un valor cultural que sea referencia en todo el mundo y se convierta en un atractivo de turismo de calidad que concite elogios. Mirarse el ombligo con lo del “color especial” es lo que han hecho algunos con sus empresas como Abengoa. De supuesto éxito también se puede morir.