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La señora y su marido

La señora obtuvo un sobresaliente sobre una tesis doctoral sobre química cuántica.

Ojeaba una revista a ritmo mecánico y, cuando a punto estaba de finiquitarla reparé en la fotografía de un matrimonio, ella sentada en una piedra cercana a una cala playera, carente de parafernalias turísticas y él, de pie, un tanto retirado de su esposa. El varón  sostenía un largo paraguas horizontalmente, posición poco frecuente. Ambos con semblantes hieráticos, sobre todo el sorprendido marido, fija su mirada en el fotógrafo.

Mi inicial despiste tenía su justificación porque la vulgaridad de la escena contrastaba con  las páginas anteriores donde una publicidad de carísimos relojes impactaría las retinas de los potenciales consumidores. Los efectos del lujo no me impidieron observar un esbozo de sonrisa en la señora de penetrantes ojos azules. La curiosidad me hizo observar el panorama con más detenimiento.

 

Me llamaron la atención unas baratas chanclas ─las del introducir un dedo, resbalosas─, chancladas por la mujer en un solo pie, porque el otro lo apoyaba en la arena.

 

Pensé en una pareja de pescadores pero, ¿dónde radicaba la noticia para ocupar espacio en una revista de amplia tirada si ella vestía una sencilla batita de las vendidas en la calle Puente y Pellón?

Pues la señora obtuvo un sobresaliente sobre una tesis doctoral sobre química cuántica titulada: «Influencia de la correlación espacial de la velocidad de reacción bimolecular de reacciones elementales en los medios densos». Y el marido, un aparente hombre tímido de paseo por allí, asombrado ante el retratista o por haber visto una cámara por primera vez, ejerce de catedrático de química en la Universidad de Berlín.

Algún lector lo habrá deducido: el matrimonio Merkel, ella, Ángela y él, Joachim, aunque reconozco visualizar por primera vez a tan discreto consorte. Los políticos alemanes sorprenden porque el famoso canciller Adenauer vivía en un apartamento alquilado en Bonn, la antigua capital alemana. La historia de la canciller resulta impresionante por su historial político y profesional, hija de un pastor protestante, educada en el trabajo y la austeridad, nacida en Hamburgo en 1954.

Alguien recriminará mis fijaciones al nombrar, pasado largo tiempo, a la ex vicepresidenta española doña Mª Teresa. «Modérese, las comparaciones nunca son educadas…», dirán algunos. Pues, sin discrepar de la crítica y, aunque la señora Fernández  de la Vega disfrute de las mieles en el Consejo de Estado, residencia vitalicia de seis estrellas para los agotados próceres  —invento del señor Zapatero—no dejo de recordar mi pasmo: diariamente cambiaba de sofisticado vestido. ¡Diantre de desfile televisivo! ¡Cáspita para guardarlos! ¡Pardiez para una gran parte del personal femenino!

 

Ante tan abrumadoras constataciones, uno, aspirante a ciudadano del mundo desde la sencillez, se crispa ante los castizos: «¿Mi tierra?, la mejó der mundo».

 

Entonces, dolorido el estómago por el empellón chauvinista, sólo puedo empapar unas gotas sordas y gordas salidas de las glándulas lacrimosas, cansadas y deseosas de un merecido descanso mientras recuerdo las palabras de Ortega y Gasset: «Somos un pueblo de pordioseros arrogantes, besamos la mano a quien nos da una limosna e insultamos si nos la niegan…».

Por si acaso doña Ángela leyese este escrito le diría: «Pero, ¿hasta cuándo las hormigas alemanas subvencionarán unas estructuras españolas ancladas en un alocado gasto de cigarras más otras volandas públicas desaparecidas en clubs de alternes, eternizadas las tropelías y entuertos en los tribunales?».