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La triste realidad de la izquierda andaluza

¿Existe en los actuales dirigentes andaluces de la izquierda el espíritu histórico de esa hegemonía cultural progresista?

 

Fue en Sevilla donde germinó la rebeldía contracultural que llenó los cornijales de una sociedad mortecina y paralizada de horizontes de libertad en la configuración de una nueva mirada con la que interpretar el mundo. El término contracultura lo acuñó Theodore Roszak en los amenes de los años 60 para nombrar lo que, en realidad, era la convergencia de fenómenos dispares en el agitado panorama estadounidense de la época: desde las revueltas estudiantiles hasta la oposición a la guerra de Vietnam, pasando por el surgimiento del movimiento hippie, la cultura underground, la introducción de las filosofías orientales en el ámbito del pensamiento occidental, las vindicaciones de los derechos de la comunidad homosexual o de las minorías raciales y el feminismo.

En España, Sevilla fue el origen de todo: El manifiesto de lo borde, constituyó la declaración de principios del grupo Smash, es el primer texto español genuinamente contracultural. Los Smash lograron una definición híbrida entre los sones psicodélicos y el flamenco y, con ello, aportaron una importante génesis para la revolución contracultural. La expansión del fenómeno tuvo mucho de polinización, de capilaridad de sensibilidades e ideales. Pronto mediante Nazario y Mariscal la rebeldía contracultural conquistó Barcelona, recorriendo la península, transformándose, expandiéndose. Era la eclosión de un espíritu que intentaba inspirar un impulso de transformación política y social.

Andalucía impregnó de progresismo y una cosmovisión de resistencia revolucionaria, como ocurría en el París del 68 donde las paredes anunciaban que debajo de los adoquines estaba la playa, a la totalidad de la nación contra un tardofranquismo que mantenía su ápice represivo como única respuesta para el mantenimiento de un tiempo destinado a pasar. Era la rebeldía emocional y política  de una Andalucía cuya cultura se tiñó de sangre y exilio, donde los poetas estercolaron con sus huesos los latifundios de los que sembraron el odio y la sumisión del caudillaje de sepulcros blanqueados, la que padeció la oscuridad impuesta sobre su grandeza de otrora malparada por el rol asignado por espadones y caciques. La Andalucía expulsada de su sueño de plenitud, la Andalucía condenada a ser la última en todo.

¿Existe en los actuales dirigentes andaluces de la izquierda el espíritu histórico de esa hegemonía cultural progresista? Seguramente es víctima del ostracismo mediante una posmodernidad, acaso inconsciente, que reniega de los grandes relatos o ideologías y, como consecuencia, la vida pública se convierte en un fortissimo de poder que para tomar una imagen de Góngora referida a Lope de Vega, el potro del dominium rerum (el dominio de las cosas) es esbelto pero va sin freno. Cuando ya no hay palacios de invierno que conquistar, ni Camelots que construir, sólo queda la intensa melancolía del tiempo perdido y ese sentimiento de perjurio  de no haber conseguido, como diría Pasolini, pan para los pobres y paz para los poetas.

El atrincheramiento de Susana Díaz en Andalucía después del fracaso de su filibusterismo político intenta ignorar el rechazo entre propios y extraños que han concitado las intrigas, egolatría, vulgaridad y chabacanería que marcan el genotipo de la política de Díaz. Por todo ello y en esta tesitura, ¿qué pretende la ex presidenta de la Junta? ¿Mantenerse en la oposición sin crédito político alguno? ¿Volver a presentarse a unas elecciones pensando que los hechos son los tendenciosos y no ella? La actitud política de Díaz la ha convertido en incompatible con un Partido Socialista que necesita regenerarse de lo que el susanismo representa. Teresa Rodríguez, por su parte, proclama una taifa orgánica anticapitalista en Andalucía, sin que se sepa muy bien el cálculo en que fundamenta que desgarrar Podemos y asentar el desencuentro como coágulo sustantivo de una estrategia de poder la va a situar en una rayonnement cualitativa y cuantitativamente superior a la penetración social y electoral de la marca Podemos.

El alejamiento de la ideología como instrumento dialéctico de transformación social donde no basta proclamar nominalmente una determinada adhesión intelectual y política sino establecer las condiciones para la existencia material de los modelos idearios de convivencia, centra la lucha política en una contienda por el poder y su usufructo nominal, sin otro objetivo de índole trascendente. Las mayorías sociales en Andalucía dejan de ser el sujeto histórico de la izquierda y, por tanto, en desamparo ideológico y material. En la definición que Goethe hace del diablo: “Der geist, der stets verneint”, el espíritu que siempre niega, lo peor es aquello que se niega a sí mismo.