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Las gamberradas de Albert Rivera

Juan Tortosa Bn
Juan Tortosa

En todo político suele existir un cierto punto gamberro. Y como ocurre con el punto de sal en las comidas, pocas veces se acierta con la dosis justa.  La política es un campo abonado para que aniden los gamberros y a fe que aquí hemos tenido excelentes cosechas durante años. El gamberro de moda se llama Albert Rivera, un maestro de la mentira y la infamia que deja pequeños a muchos de sus ilustres predecesores. Gamberro fue Felipe, como el tiempo se ha encargado de demostrar sobradamente; gamberros fueron Cascos y Aznar, que apenas sabían disimular lo que les divertían sus propias travesuras; gamberro fue y continúa siéndolo Alfonso Guerra, quien hubo un tiempo en que hasta cayó simpático como le ocurría también a otro ilustre osado, Adolfo Suárez. La desvergüenza seduce y, si la política es seducción, la caradura parece imprescindible como instrumento de trabajo para este oficio.

Saltó a la política nacional apadrinado por  quienes necesitaban con urgencia un Podemos de derechas, armado de una cara de niño bueno que cada día que pasa engaña a menos incautos.

Gamberro fue, es y será Rajoy, que a esta cualidad suma su condición de gallego, y gamberros son buena parte de los miembros de la cohorte que le rodea. Cuando ves, por ejemplo, a Rafael Hernando cerca de una alcachofa a punto de conceder un canutazo, te preparas ya para escuchar una gamberrada, y percibes, por la expresión de su rostro, cómo disfruta con esta peculiar manera de ganarse la vida, buscando titulares a base de a ver qué bellaquería suelto hoy, cómo retuerzo la realidad, cómo eludo la evidencia, cómo provoco al rival y le hago entrar en mi juego…

Con Albert Rivera, a todos les ha salido un discípulo aventajado. Tras vender en Catalunya odio y enfrentamiento durante casi dos décadas, saltó a la política nacional apadrinado por  quienes necesitaban con urgencia un Podemos de derechas, armado de una cara de niño bueno que cada día que pasa engaña a menos incautos.

Rivera vende nada envuelto en el celofán de una habilidad dialéctica moldeada a fuego lento durante años en las olimpiadas universitarias de debate. Como gamberro supera a los otrora llamados tahúres del Missisipi, gana por goleada a quienes no les importó nunca que el gato fuera blanco o negro, sino que cazara ratones; o a aquellos otros que hablaban catalán en la intimidad. Ya se le vio el plumero al líder de Ciudadanos en la recta final de la campaña pasada, donde consiguió treinta escaños menos de los que llegaron a otorgarle algunas encuestas para el 20-D, y en esta ocasión vuelve por sus fueros mintiendo y calumniando desde el minuto uno. No es verdad, por ejemplo que Ada Colau sea independentista por mucho que él lo repita día tras día, ni tampoco que Podemos esté por la salida del euro. Pero Rivera sigue con el raca-raca sin ninguna vergüenza. Los gamberros suelen contar con la mala memoria del ciudadano medio, y en muchas ocasiones la jugada les sale bien. Vende mejor la maldad, la perversión, la astucia… Veremos qué pasa este 26-J.