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Las pensiones, batalla más dura que el independentismo

Diez millones de votos, los suficientes para poner y quitar gobiernos.

Los abuelos se han echado a la calle dispuestos a luchar. Muchos de ellos lo hicieron en tiempos de Franco y ahora vuelven a la protesta convencidos de que tienen poder suficiente para doblegar a los políticos. No en vano representan al menos diez millones de votos, los suficientes para poner y quitar gobiernos.

A Mariano Rajoy le ha llegado la hora de la verdad con el problema de las pensiones, un asunto grave que puede costarle el poder. Las filas de los jubilados están llenas de infiltrados de todas las ideologías y los partidos gastan mucha materia gris y esfuerzo en controlar ese movimiento y diseñar estrategias porque todos saben que la batalla de las pensiones es crucial, como lo es también el papel de los pensionistas en la economía familiar y la economía española.

La batalla de las pensiones será una de las más duras de la España de este siglo XXI, tanto o más que la guerra de los independentistas y puede que se lleve por delante a varios gobiernos. Los pensionistas va a sorprender a la sociedad española con su indignación y con la intensidad de su lucha. A los pensionistas, por su edad, les queda poca vida y tienen poco que perder y eso, unido a que se sienten con razón y con derecho a cobrar pensiones dignas porque ellos mismos las han financiado con sus cotizaciones, los hacen inmensamente decididos y fuertes.
Es ahora cuando tiene que dar la talla y renunciar a gastos públicos superfluos, antes que aniquilar el sistema de pensiones.

Hasta ahora Rajoy ha mantenido las pensiones, aunque no su poder adquisitivo, pero lo ha hecho por tres caminos poco edificantes: uno ha sido acabando con el fondo de reserva; otro ha sido pidiendo dinero a los mercados y endeudando a España hasta la locura; el tercero ha sido incrementando los impuestos, cuando prometió que los bajaría. Lo que no ha hecho en todo ese tiempo es asumir la austeridad en el gobierno, ni adelgazar el Estado con más políticos a sueldo de Europa, ni renunciar a un sólo privilegio de la clase política, cuyos sueldos, durante los años de la crisis, han crecido sustancialmente, mientras que el resto de los sueldos en España han perdido casi un 20 por ciento de poder adquisitivo. Es ahora cuando tiene que dar la talla y renunciar a gastos públicos superfluos, antes que aniquilar el sistema de pensiones. Veremos que hace.

Es cierto que Zapatero hizo tanto o más que Rajoy para hundir el sistema de pensiones porque condujo a España hacia la ruina a velocidad de vértigo y no la empujó al precipicio porque lo quitaron de enmedio a tiempo, pero los grandes fallos de Rajoy han sido la arrogancia y la insensibilidad, no haber tenido un sólo gesto de austeridad, ni haber renunciado a uno solo de los privilegios de la clase política. Es inexplicable su actitud porque parece no darse cuenta de que los jubilados representan la mitad de sus votantes. Su arrogancia e insensibilidad han sido políticamente estúpidas y suicidas, para él y para su partido.

El PP no ha parado de cometer errores en el asunto de las pensiones.

Es probable que tenga razón cuando argumenta que debe retrasarse la edad de la jubilación porque la esperanza de vida es mayor. Pero lo que no tiene sentido es explicar eso cuando ya han agotado la caja de reserva de las pensiones y cuando endeudarse más es un suicidio. Ahora, esas explicaciones suenan a engaño, a excusa y a preludio de un desastre.

El PP no ha parado de cometer errores en el asunto de las pensiones. Aconsejar que se suscriban planes de pensiones privados en estos momentos, cuando la gente está atenazada por el miedo a perder las pensiones públicas es una torpeza incomprensible, como también lo es sembrar miedo a un futuro sin pensiones o con pensiones de miseria, un gesto atolondrado y sin sentido que los viejos interpretan como si tocaran a degüello.

Cualquier experto en comunicación y marketing político habría aconsejado a Rajoy que antes de plantear el debate de las pensiones debería haber tenido dos o tres gestos de austeridad, como congelar los sueldos de los políticos en lugar de subirlos, renunciar a las pensiones vitalicias de los políticos, reducir drásticamente la flota de coches oficiales, que es la más numerosa de Europa, acabar con los aforados o reducir la financiación pública de los partidos y sindicatos, que, en contra de la voluntad popular, crece cada año. Después tendría que haber explicado bien la dificultad de subir las pensiones a los ciudadanos, que pueden entenderlo perfectamente. Pero no ha hecho nada de eso y esa actitud, que en realidad es de una torpeza sublime, le hace aparecer como lo que quizás no es: un arrogante, elitista e insensible falso demócrata.