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Las ranas y el escorpión

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch

La enmienda a la totalidad de los Presupuestos de la Generalidad presentada por las CUP es una bomba de relojería. Al unirse a la  correspondiente de todas y cada una de las otras formaciones parlamentarias catalanas ― excluida obviamente Junts pel Sí―, debería conducir el próximo miércoles (de debate sobre la totalidad), si no hubiera rectificación, bien a la inmediata disolución del parlamento y consiguiente convocatoria de elecciones, o bien a una prórroga de los actuales presupuestos y a una legislatura permanentemente amenazada de elecciones anticipadas. Resultaría así que las CUP quizás se convertirían en el más eficaz antídoto contra el desafío soberanista.

Esa situación me trae a la mente la fábula, atribuida a Esopo,  en la que una rana y un escorpión pactan cruzar juntos un río, con el venenoso arácnido encaramado sobre el lomo del anfibio. A mitad de trayecto, el escorpión pica a la rana. Ésta, mientras percibe cómo va extinguiéndose su vida,  pregunta incrédula “¿cómo has hecho esto a pesar de nuestro pacto”? porque además moriremos los dos”. Y el escorpión responde: “lo sé, pero no  he podido evitarlo; es mi naturaleza”.

Si, tras el 26-J, la XII legislatura volviera a acabar en un fiasco, entonces no estaría solamente en cuestión la credibilidad de nuestros partidos políticos. Sería mucho más grave: la propia democracia estaría en almoneda.

Porque, efectivamente, la naturaleza punzante y antisistema de las CUP impide a éstas amarrarse indefinidamente a sistema alguno.  O, dicho de otra forma, el trueque de “renuncia de Más” (a la presidencia de la Generalidad) por “estabilidad parlamentaria” no funciona. El pacto entre Junts pel Sí y las CUP que permitió  al señor Puigdemont ocupar el despacho principal del palacio de la Generalidad es papel mojado. Tribunal de la Rota aparte, estamos ante una muestra paradigmática de nulidad de origen de esos matrimonios políticos, tan morganáticos como oportunistas, que últimamente parecen de moda en España.

Eso que está sucediendo en Cataluña podría extrapolarse a nivel nacional, en función de los resultados de las nuevamente anticipadas elecciones legislativas del 26-J. Pero el problema que se adivina ya no es solamente si después de ese día se podrá o no formar gobierno. La mayor amenaza es que se forme un gobierno poligámico   de varias ranas con un mismo escorpión,  que vaya picando paulatinamente a cuanto anfibio se le ponga a tiro. Un gobierno con tantas incoherencias internas que convierta la gobernanza nacional en una permanente agonía, conduciendo a España a una peligrosa fractura social. 

España ―entiendo yo― no puede permitirse continuar con más aventuras y más devaneos políticos. Necesita un gobierno estable y de cuatro años de recorrido que permita, entre otros, sacar al país de la crisis, así como dar una solución razonable y nacional al problema de Cataluña. Porque si, tras el 26-J, la XII legislatura volviera a acabar en un fiasco, entonces no estaría solamente en cuestión la credibilidad de nuestros partidos políticos. Sería mucho más grave: la propia democracia estaría en almoneda. Y de ahí al rosario de la aurora ya solo habría un paso.