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Les damos igual

¿Quiénes creen que van a pagar la repetición electoral?

 

Parece que España está irremediablemente abocada a elecciones. Finalmente, ha quedado demostrado de manera patente la incapacidad para el pacto que exhiben nuestros partidos políticos. Aunque valorarlo de esta manera, sin más, entraña el riesgo de simplificar un análisis que se antoja mucho más complejo. Si bien es cierto que el terreno de la cultura política española, malacostumbrada al cainismo y a la gimnasia guerracivilista ante la ausencia de elaboración intelectual de las políticas, no lo es menos que las peculiaridades del PSOE y de PODEMOS han marcado de manera indeleble todos los eventos que el tortuoso procedimiento de no-negociación ha ofrecido al conjunto de los ciudadanos.

 

Para hallar una de las claves del naufragio del hipotético acuerdo entre los rojos y los morados hay que remontarse al nacimiento de estos últimos en 2014. La fuerza con la que irrumpió lo que -guste o no- fue un auténtico fenómeno político asustó al PSOE como a ningún otro. En cambio, el PP sólo tuvo que sentarse y disfrutar mientras sus rivales se despedazaban mutuamente, en una actitud que muchos de sus votantes no supieron entender en su momento, pero que obedece a la lógica bipartidista aún hoy día existente de que la hegemonía en uno de los dos ‘bloques’ conlleva que, más tarde o más temprano, se llegue a la Moncloa. Y así lo entendió también el PSOE, que pese a los cambios en el puente de mando, desarrolló un peligroso complejo de ‘inferioridad izquierdista’ frente a un PODEMOS impetuoso, soberbio y desdeñoso, que se creyó garante exclusivista de los arcanos del socialismo ‘real’ y que relegó a los socialistas de toda la vida a la homologación espiritual con los populares dentro de ese término vago, impreciso y demagógico de ‘casta’.

 

Aunque el ‘asalto al cielo’ marxista se dio de bruces con la dura realidad, los morados supieron reinventarse y se lanzaron a una campaña de desgaste como sus maestros políticos leninistas les enseñaron de manera extraordinaria. Si el eje no podía ser ‘los de abajo’ (ellos)/‘la casta’ (PPSOE), habría que conformarse con el tradicional ‘Derecha/Izquierda’. Y para ello tendrían que desplazar al PSOE para hacerse con la hegemonía en este espectro y convertirse en la auténtica oposición al gobierno del Partido Popular, por medio de una campaña de chantajes dialécticos, acuerdos, contra-acuerdos, medias verdades y espectáculos varios para la carnada televisiva, en la que Pablo Iglesias se mueve como pez en el agua. Este y no otro fue el sentido de la Moción de Censura morada de junio de 2017. Sánchez recogió el guante y trató de ser más papista que el Papa, esto es, más de izquierdas que Pablo Iglesias, y replanteó el Programa de su formación copiando los aspectos más asumibles para su electorado y desechando el resto como meros esperpentos caricaturescos típicos de una formación que no podría aspirar a gobernar nunca.

 

Pero las piezas ya estaban en su sitio. Ni Sánchez ni los socialistas iban a olvidar jamás el despotismo ideológico-mediático de los líderes de PODEMOS, como aquél famoso ‘me parece que mandas poco en tu partido’que le espetó Iglesias a Sánchez cuando su Politburó imponía su doctrina en su feudo y purgaba a los discrepantes con implacable profilaxis. El hiperliderazgo de la posverdad mediática ha hecho lo demás, contribuyendo a eliminar el debate programático y sustituyéndolo por la lucha entre los ‘machos alfa’ de turno. Algo más lejos que una mera batalla de egos. Y es que el PSOE, recuperado -aparentemente- de sus crisis interna, y con un liderazgo revalorizado y ya -al fin- con refrendo en las urnas, está decidido a devolvérselas todas juntas a las huestes de Iglesias, ahora en franca retirada, sin otra salida que el refugio en la vida familiar en el castillo de Galapagar.

 

Esta ha sido y es la estrategia del PSOE. Su propósito no es derrotar a un PP en horas bajas ni a un CIUDADANOS que no termina de cuajar como alternativa hegemónica en el centro-derecha, sino aniquilar, destruir, desterrar a la irrelevancia, a Unidos Podemos. Y en estas elecciones ese será el objetivo a batir, el auténtico enemigo -que no el adversario- de los socialistas en su lucha por la hegemonía en la ‘izquierda’. Le negativa, pues, a pactar del PSOE no radica en ninguna clase de escrúpulo ideológico. Al fin y al cabo, ya pactaron con ellos, con los independentistas y con los herederos de ETA para derribar a Rajoy. Estaba todo decidido desde antes de que fallara la Investidura en julio. El planteamiento es ganar una elecciones generales con mayor números de escaños y darle la estocada definitiva a los impetuosos asaltantes de los cielos, que van camino de reeditar el rol triste y gris que Izquierda Unido tuvo durante décadas, cuya aspiración máxima fue ser la muleta de los socialistas cuando se presentaba la ocasión y arrancarle alguna que otra medida propagandística para hacer tocar las palmas a sus bases.

 

Todo esto, claro está, a costa del contribuyente. O quiénes creen que van a pagar la repetición electoral. De lo que pueden estar seguros es que jamás un egoísmo tal materializado en el antagonismo entre dos líderes políticos ha puesto de manifiesto de manera más inmisericorde lo que a la clase política española le importan sus ciudadanos: absolutamente nada. Porque, al fin y al cabo, la gobernabilidad, la economía, el trabajo, las inversiones y las condiciones de vida están sujetas a los caprichos decisorios de unos líderes y de unos partidos que han pensado en ellos y sólo en ellos a la hora de valorar si forjar una coalición, no hacerlo, o repartirse los ministerios que fuera menester para que el Parlamento nacional pudiera retomar su actividad normal y los políticos pudieran comenzar de nuevo a ganarse el sueldo.