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Libertad de expresión en los partidos

Javier_Menezo
Javier Menezo*

El cuatro de enero la prensa recogió que el Tribunal Constitucional había denegado el amparo a una socialista de Asturias expedientada por poner finos a dirigentes de su partido. No busquen la sentencia. Aún no está publicada en el BOE ni, por tanto, recogida en compendios de jurisprudencia. Ni falta que hace, porque ya hemos opinado todo lo opinable sobre su contenido o lo que creemos que lo es. Llamémoslo postverdad.

Ese mismo día, Pepe Blanco se manifestó de acuerdo con la sentencia. Lo mismo hicieron cargos políticos de un amplio espectro. Así es, Blanco y los demás, se declararon de acuerdo con una sentencia cuyo contenido en realidad ignoraba. Lo bueno de esas prisas es que permite conocer lo que desean; lo que élites políticas tradicionales aspiran a convertir en verdad constitucional, nada menos. Para ellos, el que se afilia a un partido acepta una especie de estado de excepción mental que restringe libertades como la de expresión. Si se opina públicamente, que sea para repetir el argumentario, adular al líder y criticar a las minorías del partido. Confundirse puede meter en líos al estilo Cristina Cifuentes. Propuso unas primarias en su partido. Revuelo. La calma llegó cuando hizo ver que, en realidad, era su forma de adular. “No tenía más intención que reforzar a Rajoy” dijo. Como si ser el propietario del BOE no le hiciera suficientemente fuerte.

 

Para ellos, el que se afilia a un partido acepta una especie de estado de excepción mental que restringe libertades como la de expresión.

 

Mientras, en la rivera socialista, dirigentes baqueteados por una militancia indignada celebraron el enunciado de la sentencia como los hebreos el maná. Una clavo más en el féretro de los viejos partidos de masas; otro paso hacia los partidos de cuadros que analizaba Peter Mair. Se une al reconocimiento, cínico pero acertado, de que no se necesitan militantes. Los partidos viven de las subvenciones estatales y sus cuadros de los empleos públicos. Lo importante es, por tanto, ganar elecciones. Eso explica la imaginación que se pone a los programas electorales, y lo que tardan en incumplirse.

Pepe Blanco añadió: militar en un partido es voluntario. Me lo imagino apuntando hacia una virtual puerta de salida mientras tuiteaba. Un poco como si afiliarse en un partido político fuera igual que apuntarte a un gimnasio. No te gusta cómo trabaja el monitor, te vas. Los partidos son algo más. A diferencia de los gimnasios, se contemplan en el Título preliminar de la Constitución y están financiados por el contribuyente. Directamente por escaños o votos, e indirectamente al permitir a sus miembros descontarse la cuota en la declaración de la renta.

 

Lo importante es, por tanto, ganar elecciones. Eso explica la imaginación que se pone a los programas electorales, y lo que tardan en incumplirse.

 

Pepe Blanco es europarlamentario. En las elecciones, la lista de la que formó parte hizo el mismo papel que España en Eurovisión. Criticar su inclusión en ella o las propuestas que presente en el Parlamento – alguna habrá formulado- ¿Sería una deslealtad al partido, constitucionalmente punible? A ver si pretenden estar aforados también frente a la crítica o la opinión de quienes pueden ser competencia, sus compañeros de partido.

Así iniciamos 2017, reconociendo que los militantes no son necesarios en un partido y los que critiquen son sancionables. Se avanza hacia la sacralización del líder, convertido en dios – o diosa-. Un culto con sus obispos, sacerdotes, diáconos y novicios. Estos últimos serían los dirigentes de las juventudes del partido y el resto diputados, alcaldes, concejales, asesores y similares. En una Iglesia se va a adorar, rezar, pedir favores al dios, nunca a discutir la liturgia. La consecuencia de esta transformación de los partidos políticos tradicionales en asociaciones de cargos públicos se traduce en menor lealtad del voto. Y esta, a su vez, provoca crispación interna y división en los partidos. Nada pacifica tanto un partido como tener el poder. Cuando no es así los puestos públicos ser reducen. Ya conocen el dicho: las gallinas cuando no tienen donde picar, se pican entre ellas. Así que más críticos, más peligro, más necesidad de la famosa sentencia.

 

La consecuencia de esta transformación de los partidos políticos tradicionales en asociaciones de cargos públicos se traduce en menor lealtad del voto. 

 

En este contexto, suena a sarcasmo que, al mismo tiempo, el grupo de sabios del PSOE -reparen en la humildad y modestia del nombre- elabora un pequeño documento diciendo que el partido debe atraer el talento. ¿Nos hemos vuelto locos? Si un partido atrae mucho talento, su bolsa de perennes corren el riesgo de una competencia que les cuestione. ¿Cómo casa ese deseo de atraer talento con la constatación de que no se necesitan militantes y con perseguir la opinión crítica? Si eso ocurriera la respuesta sería que, en realidad, lo que se necesita es experiencia.

Sin embargo, la democracia española mejorará cuando el funcionamiento de sus partidos, el lugar de donde salen nuestros gobernantes, también mejore. Si afiliarse consiste en callar tus opiniones, aplaudir al que manda y ascender en el partido a través de oscuros círculos de lealtades, se atraerá ambición; no talento. Hasta entonces tenemos que confiar en que el principio de Albert sea cierto: Las personas menos competentes y menos inteligentes ascienden a los puestos donde menos daño pueden causar: la dirección. Que sea cierto en la parte sobre que en la dirección no hacen daño, quiero decir.

 

*Javier Menezo es Abogado y Funcionario. (Militante del PSOE)