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«Lo que el pueblo quiere»

La cultura política y la capacidad de análisis parecen ajenas a nuestra sociedad. Y tal alejamiento embiste contra la Constitución de 1978

 

La democracia perpleja sigue dando tumbos. Nuevamente callejea entre pactos inconfesables y trapicheos varios, para forzar a SM El Rey a designar a Sánchez como candidato a la investidura como presidente del Gobierno. Por ello, tan solo dos días después del 10-N, los líderes del PSOE y UP, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias respectivamente, se apresuraron a escenificar su acuerdo para la formación de un Gobierno de coalición, con un aparatoso abrazo digno de la más estrambótica opereta.

Lo más “glorioso” de tal alianza es que se intente venderla como “lo que el pueblo español ha querido decir con su voto del 10-N”. Porque al contrastar los resultados del 10-N con los que se dieron el 28-A, dos datos “groseros” saltan a la vista. Uno es que ambos partidos, PSOE y UP, han perdido votos y escaños (de 123 a 120 y de 42 a 35 respectivamente). El segundo es que, para investir a Sánchez, esa coalición necesitará de la muleta (abstención al menos) de los separatistas de ERC, que también han cedido votos y escaños (de 15 a 13). Consecuentemente, es una desvergüenza supina interpretar que, reduciendo su apoyo a los tres ingredientes esenciales de la receta (PSOE, UP y ERC), es como el pueblo español ha manifestado su deseo de que se conforme un Gobierno social-comunista con apoyo separatista.

En muy amplios sectores de nuestra sociedad, el “Sanchismo” suscita desconfianza, la UP de Iglesias genera temor y la ERC de Junqueras promueve inestabilidad. Desde esa perspectiva solo cabe esperar blanqueo, cesiones, concesiones y regalos para los separatistas. ¿O es que alguien puede pensar seriamente que ERC ―cuyo líder está encarcelado convicto de sedición y malversación―, facilite la investidura de Sánchez sin recibir nada a cambio?

Y a pesar de que todo ello supondría un cambio radical de la realidad nacional, todavía hay “buenistas” que comulgan con eso de que dialogar con el separatismo es lo “progresista” y lo “estabilizador” para España. Y, consecuentemente, que no hay que prejuzgar sino esperar hechos. Una teoría empíricamente valiosa si no fuera porque, en este caso, los hechos consumados que uno pudiera imaginarse resultarían irreversibles.

Dígase claramente: la cultura política y la capacidad de análisis parecen ajenas a nuestra sociedad. Y tal alejamiento embiste contra la Constitución de 1978. Estamos pues ante un severo problema estructural, que cuestiona nuestro sistema político. Solo queda la esperanza de que tal fórmula de Gobierno (PSOE-UP con el apoyo de ERC y una basca de partidos menores) no llegue a formarse. Que, o bien se desinfle el suflé que están cocinando en la Moncloa y se aborde la formación de un Gobierno de Unidad Constitucional, o bien que vayamos a unas terceras elecciones. Quizás habría otra opción, pero, de momento, no me atrevo ni a formularla.