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De madres e hijos

Clara Guzman
Clara Guzmán

Hubo una vez en Sevilla un alcalde, socialista él, médico él, al que su partido, como era de esperar, acaba de colocar muy bien, que tenía una madre. Bueno, una madre tenemos todos, pero una madre omnipresente, pocos. Es verdad que la madre del susodicho alcalde era una señora encantadora, agradable, tierna y pizpireta, como es de esperar del oficio de madre, al menos el clásico, porque ahora corre por las redes una especie de secta denominada Club de las Malas Madres que a saber.

Bueno, pues esta señora era tan mater amantísima que a veces se le olvidaba que lo que contaba sobre su criatura no lo hacía en el supermercado de El Corte Inglés o en el Supersol (a elegir, en función del estatus social). Ya saben, eso que decimos las madres: ¡Ay, pues mi niño (aunque el niño vaya para los treinta y tres o haya cogido el 4 hace un rato, sigue siendo mi niño) lo gana muy bien para lo que trabaja; o tiene los mismos gustos que la duquesa de tal o la marquesa de cual aunque sea socialista! En fin, esas conversaciones intrascendentes si se cuentan a la cajera, a la estanquera o a la vecina del quinto que está teniente; o sea, sorda, si me lee algún zagal de la post I Transición.

Pero si en los tiempos que corren una madre de alcalde le pide a su hijo, por los clavos de Cristo, que la acompañe a una estación de penitencia y además lleve todos los avíos, cirio, medalla y cara de Cirineo, ¿cómo se va a negar esa criaturita, que diría Lopera?

Esa conversación emitida no en un tuit, que eso sería una bomba de precisión, sino ante los chicos de la prensa, conocidos como la “canalla”, era una prueba de fuego de dónde estaba la linde entre periodismo y cotilleo.

Pero si en los tiempos que corren una madre de alcalde le pide a su hijo, por los clavos de Cristo, que la acompañe a una estación de penitencia y además lleve todos los avíos, cirio, medalla y cara de Cirineo, ¿cómo se va a negar esa criaturita, que diría Lopera? ¿Cómo se va a negar  si  además el color de su partido es morado y casa divinamente con el de penitente? Pero, sobre todo y ahí está el quid del asunto, ¿cómo se va a negar si encima su madre se llama Milagros Santos? 

Dicen que quien es buen hijo es buen marido, acerca de que si por ende es un buen alcalde no dice nada el dicho. Pero ya  se sabe que los dichos nunca han tenido en cuenta la relación maternofilialpolítica.

Si una madre te dice ven, tú vas y lo dejas todo, aunque todo sea la ciudad que gobiernas. Pero eso ¿en qué planeta dicen que es? ¡Cuántas madres desearían ser la madre del alcalde de Cádiz! Vamos, yo una de ellas. ¿Dónde se ha visto que un hijo en edad madura, aunque le digan Kichi, de Kichitito, como lo bautizó precisamente su progenitora,  acuda presto a la llamada y se salte incluso a la torera la doctrina de su partido? ¿Cuántas veces le ha tenido que decir al suyo, cuántas, anda llévame o acércame, no digo ya a procesionar, no, qué digo yo, al Corte Inglés o a tomar unas tortitas con nata, vamos, por poner ejemplos del mismo corte clásico y conservador?  ¿Y cuántas ha acudido a la voz de ya? Sí. Me conozco la respuesta.

Visto lo visto, Podemos debería hacer una especie de Sección Femenina en el partido, como la tienen todos, tampoco hay que sorprenderse, llamada el Club de las Madres Complacidas. ¿Que luego la criaturita coge la varicela y de paso la baja durante una semana y esos días que no va por el Ayuntamiento, porque dicen que la distancia es el olvido? Eso son gajes del oficio de buen hijo, que es algo así como del buen samaritano. Sin ir más lejos, Eugenia Martínez de Irujo también tenía la varicela cuando su madre, la duquesa de Alba, se casó con Alfonso Díez Carabantes y la criatura no pudo ir a la boda ¡Mecachis! No, no crean que la varicela es una enfermedad- excusa ni mucho menos. Ni piensen que es un castigo bíblico a los alcaldes que tienen dos varas de medir. No, ni mucho menos. Creo que al contrario. Podemos interpretarla como una enfermedad que iguala. Que no entiende esas cosas de las clases sociales, como cantaba María Jiménez. Una enfermedad desclasada, vaya. Que lo mismo la tiene una noble que un hijo del pueblo. Hay que ser muy mal pensado para creer otra cosa.