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Manipula que algo queda

Llega un tsunami de manipulaciones que la gran mayoría nos creemos a pies juntillas.

Será porque llevo medio siglo como periodista y comentarista político o porque la edad me ha situado ya en unos límites de hartazgo que no soporto las mentiras, el caso es que todos los días me planteo si vale la pena seguir leyendo periódicos, oyendo tertulias radiofónicas o viendo los informativos de las teles. Visto lo visto, sería mejor hacerse eremita o encerrarse en un aislado monasterio de clausura rodeado de libros de aventuras, discos de música clásica y películas de la época dorada de Hollywood, a esperar que pase este huracán de manipulaciones que nos invade habitualmente a través de las miles de formas que tienen los que manejan el cotarro, de bombardear nuestras conciencias. Dejando a un lado pesadísimas matracas cansinas como la del independentismo catalán y sus cuentos de nunca acabar, la verdad es que los españoles estamos atravesando un ciclo bastante deprimente en cuanto al supuesto bienestar que debería de conllevar esta sociedad del mismo nombre.

 

Deprimente porque todo va cada vez peor y porque no parece haber nadie que proponga soluciones a los graves problemas que nos acucian. Deprimente porque todos los partidos políticos del espectro, sin salvar a ninguno, nos están demostrando que van a lo suyo, a medrar, a subsistir en su mundo feliz y a trincar lo máximo posible (“vamos a llevarnos bien, lo que haya que llevarse”, decía mi tocayo el Beni de Cádiz) sin importarle lo más mínimo las necesidades y las aspiraciones de la sociedad que les paga y los mantiene. Deprimente porque han caído como un castillo de naipes todos los grandes valores en que se fundamentaba nuestra civilización judeo-cristiana y que se consideraban inamovibles, desde la cultura a la educación, desde la moral personal y colectiva a la teoría del esfuerzo personal, desde el respeto a las ideas del oponente a las formas al diálogo constructivo, desde la libertad individual al compromiso social, desde la lucha y el sacrificio personal al interés por el bienestar general. Cualquier excepción, que las hay, no hace sino confirmar la regla.

 

Todo se ha venido por tierra en un abrir y cerrar de ojos en los últimos años gracias a las nuevas tecnologías de la información que han invadido nuestro día a día a través de nuestros teléfonos móviles en un tsunami de manipulaciones, mentiras y medias verdades que la gran mayoría nos creemos a pies juntillas. Un adelanto tecnológico que debería de haber supuesto un avance eorme en nuestras relaciones sociales, está sirviendo como instrumento de adoctrinamiento de masas con  fines casi siempre espúreos. Es algo imparable y muy difícil de combatir que va minando poco a poco los pilares de una sociedad que creía haber logrado el máximo bienestar de su ya larga historia. Sociedades desarrolladas que siguen ocultando en sus cloacas, enormes bolsas de pobreza y miseria, que dan la espalda o vuelven sus ojos hacia otro lado cuando las guerras, los genocidios o las masacres en cuaquier lugar del mundo son sólo producto de sus propios intereses económicos o de potencias afines a su ideología.

Jóvenes y mayores en paro, mileuristas, mujeres, pensionistas,…cada día son más los colectivos que optan por la protesta callejera como única fórmula para lograr sus objetivos.

Al final parece claro que en este mundo cada día más globalizado y egoista cada uno tiene que hacer la guerra por su cuenta. Jóvenes y mayores en paro, mileuristas, mujeres, pensionistas,…cada día son más los colectivos que optan por la protesta callejera como única fórmula para lograr sus objetivos. No está mal, pero todos deberíamos tener en cuenta que todas y cada una de estas movilizacions masivas van a ser utilizadas en provecho propio por los de siempre, ya saben, partidos políticos y sindicatos que están atentos para sacar tajada electoral de las protestas. Volvemos a lo de siempre. Me hace gracia y a la vez me indigna ver como partidos políticos o sindicatos que han callado lustros sobre la marginación laboral de la mujer, sobre la miseria de las pensiones o sobre el trato laboral humillante y denigrante que sufren nuestros hijos, encabezan ahora con sus pancartas las manifestaciones de protesta. A buenas horas, mangas verdes. Aquí hasta el más tonto hace relojes y el pueblo no es sino el tonto útil que utilizan los que tienen el poder en beneficio propio.

 

Me parece bien que todos (jovenes, mujeres, pensionistas y a quienes les apetezca) luchemos por lo que nos pertenece por nuestra mínima cuota del estado de bienestar. Una sociedad que se mueve y protesta demuestra que sigue viva. Y que, afortunadamente, disfruta de un sistema democrático en el que las libertades individuales y colectivas tienen su sitio y su forma de experesión. Solo pido que seamos conscientes de que son muchos los millones de personas de todo el mundo que siguen bajo la bota de dictaduras que imposibilitan cualquier método de protesta. Así que, pese a la manipulación informativa o al intento de patrimonialización de algunas fuerzas a los que me he referido en este artículo, es bueno que todos tengamos la posibilidad de expresarnos. Y cuando digo todos, me refiero también a los que disienten de compartir estas protestas. Como dice el clásico refrán español, “hablando se entiende la gente”. Y como suele añadir Rajoy, “o no”.