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Max Aub. La gallina ciega. Diario Español  tragedia del desarraigo

Porque el hecho real es que el “No pasaran” se fue diluyendo en el aire por él “Pero pasaron”

Yo temo del lector de un solo libro  y el comedor de un solo alimento.” Lucrecio

Cada día que pasa, el olvido  va acumulando en su despiadado vertedero fragmentos de la memoria vivida, nuestro más reciente pasado no menos doloroso y trágico, la tragedia de la derrota tan briosamente tallada en la literatura del exilio. Cuánta despedida cruel de adioses que nunca deberá ser excepción y mucho menos tampoco desmemoria. De ahí la seria preocupación que actualmente existe en salvar del olvido y su desaparición esta vivencia real y dolorosa, riqueza perdida del éxodo español tras el triunfo de los  nacionales en la guerra civil. No dejar borrarse el testigo de los trasterrados en sus propios contenidos; por eso, sin demagogia y verbalismo fuera del tiempo, alentar y colaborar en dicho proyecto es algo más que un simple compromiso literario.

Coincidiendo con esta preocupación histórica, he vuelto a leer en estos días La gallina ciega de Max Aub (1903-1972) publicada por Alba Editorial dentro de esa elogiable labor de sacarlo del  tan inmerecido olvido, para la gran mayoría de los lectores españoles colaboren a situarla en su justo lugar. La obra de este escritor, múltiple y angustioso trasterrado, que fue el autor de El laberinto mágico, ya van siendo varios títulos los editados, el más reciente Enero sin nombre, impresionante conjunto de relatos que tratan de la guerra, la huida y el exilio. Y posiblemente, para cuando se publique este artículo, se encuentre en las librerías una de sus obras más interesante por lo que significa como espejo vivo de la literatura y sus protagonistas en el exilio, me refiero a “Sus diarios completos (1939-1972) hasta ahora inéditos.

Pero volviendo  sobre esta lectura de La gallina ciega, cuya magnifica edición, estudio introductorio y notas es fruto de la seria y metódica labor de Manuel Aznar Soler, me he preguntado, ¿cuántos jóvenes lectores de este país han podido sentir la curiosidad  literaria de leer este angustioso y cinematográfico viaje a España escrito  después de treinta años de ausencia, es decir desde 1939 hasta 1969? Fecha  esta última en que España comienza verdaderamente a sacudirse, por imperativos económicos y de supervivencia en el concierto europeo, la presión de una dictadura arcaica e imposible con los tiempos que vuelan.

 

Porque las anteriores generaciones, tomando una fecha que señala el propio escritor: 1954, habíamos podido ser solidarios con la memoria histórica por diversas razones, ¿pero después? Porque el hecho real es que el “No pasaran” se fue diluyendo en el aire por él “Pero pasaron”

 

Entonces, una vez más este ejercicio de memoria de un exiliado de la altura literaria de Max Aub, me retrotrae  a “La guerra ha terminado” de Jorge Semprún y la mirada obtusa del Partido Comunista de España, entonces al toque de corneta de Santiago Carrillo un estalinista disfrazo de demócrata, que viví en su propia salsa, lejos de la geografía censurada de Fraga, y la verdad es que nunca borraré de mi memoria la visión entre realismo cinematográfico y conciencia de la realidad, frente a la ficción esperpéntica y mostrenca del infantilismo comunista. No se produce algo semejante con  Max Aub. Nuestro escritor era un intelectual vivo,  al día, atento y en contacto con la creación literaria del momento, abierto a todas las fuentes, que desde su propia heterodoxia, aunque no sin dolor, captó la realidad  social de España en cuanto pisa su suelo, treinta años después de haberla abandonado.

Sus principios y fidelidad a la República le permitió no verse obligado  a abandonar su heterodoxia pese al tiempo transcurrido de manera nunca lo cegaron para impedir analizar y entender la verdadera literatura de antes y después de la batalla, con un mínimo  de errores. Fue siempre un intelectual vivo, sin  ningún dogmatismo estancado  en el la derrota desde la lejanía, lo que se refleja con la suficiente claridad en las páginas de este interesante transcurrir por España entre lo documental y literario, que pese a los años transcurridos, al menos desde mi perspectiva generacional, no ha perdido vigencias como fuente de un espacio que ha existido, y creo que esa fue la verdadera intención del autor, por lo cual la edición revisada que se ha publicado, entra dentro de esa recuperación de la que hablo al principio, por lo que está perfectamente justificada.

 

Son correctos entonces los conceptos éticos que hasta su muerte repitió el escritor.

 

“… para mí un intelectual es una persona para quien los problemas políticos son problemas morales. No por ser arquitecto, ingeniero o periodista va uno a ser intelectual si así es su manera más natural de ganarse la vida. Ahora bien, que una persona que tiene  una idea de cómo  debe organizarse decorosamente el mundo, pase al servicio de los contrarios porque así supone que se puede beneficiar materialmente, me parece despreciable, son viles, son repugnantes y cobardes, alevosos…” Algo larga la cita, pero necesaria para reflejar su criterio ético, al mismo tiempo que sirve como toda su obra para espantar la desmemoria establecido. Se puede caminar con el tiempo sin olvidar el pasado.