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Menos corrección política y más cultura

El PSOE y sus pamplinas ha sido el gran promotor de estas tonterías que han calado poco a poco en todos los estamentos sociales.

 

Estoy hasta los mismísimos de la nefasta moda que se ha adueñado de este país todavía llamado España y por la que la dictadura del lenguaje correctamente político ha ido ganado adeptos gracias no sólo a ua izquierda prepotente sino también a una derecha acomplejada y a la labor de zapa de los medios de comunicación. El PSOE y sus pamplinas ha sido el gran promotor de estas tonterías que han calado poco a poco en todos los estamentos sociales. Todo comenzó con las feministas y el lenguaje inclusivo aplicado al género, ya saben, españoles y españolas, diputados y diputadas, ministros y ministras, miembros y miembras, y continuó con otra vuelta de tuerca al querer incluír también a los integrantes de LGTBI y buscar este término medio de “diputades”, “ministres” y “miembres”. La estupidez elevada al summun tal y como ha reconocido la Real Academia de la Lengua. 

 

De ese lenguaje inclusivo se pasó al modo pecaminoso de llamar a las personas por su raza. Los negros dejaron de ser negros para convertirse en subsaharianos o en personas de color (de color negro, claro), los maricones de toda la vida se convirtieron en homosexuales o en gais y, por ejemplo, los gitanos dejaron de serlo para transmutarse en personas de la etnia calé. Y así estamos, dándole vueltas al castellano para no ofender a nadie mientras lo destrozamos continuamente con la inclusión de miles de vocablos procedentes del inglés que han invadido casi sin darnos cuenta y gracias a internet nuestras conversaciones diarias.

 

Viene todo esto a cuento de un episodio que me ocurrió el fin de semana pasado en un hotel de El Rompido (Huelva). Se trata de un establecimiento de 5 estrellas al que habíamos acudido un grupo de amigos para jugar un torneo de golf de la Liga Externa de la Cartuja. Se dio la penosa circunstancia de que ese viernes, 14 de febrero, era el día de San Valentin y el hotel había hecho ofertas a “enamorados” para que disfrutaran gratis del spa. Aquello estaba a tope, repleto de parejitas tatuadas en chandal y camiseta, junto con medio centenar de ingleses y alemanes vestidos de la misma y  forma. Pues bien, a eso de las diez y media de la noche nos dispusimos a cenar unas hamburguesas o sandwichs en el bar cuando, de pronto, un enorme griterío seguido de rotura de cristales y sillas volando irrumpió en el hall del hotel. Dos clanes gitanos se enfrentaban por motivos que desconocíamos y se daban golpes y navajazos sin preocuparse lo más mínimo si alguien ajeno a la pelea podría salir herido. El caos y el miedo se apoderaron de la zona, gente corriendo para todos lados, botellas y palos volando, navajas, bates de beisbol, katanas, cuerpos ensangrentados, macetones destrozados. Durante una hora aquello pareció la batalla de las Ardenas y el hotel presentaba el aspecto de Sarajevo bombardeado. Pudimos huir del fregado sin sufrir daño alguno, aunque con la histeria rondado la cabeza, hasta llegar a la relativa seguridad de nuestras habitaciones.

 

Pues bien, dos días después, los periódicos recogían la noticia. El título, “Ocho heridos en una pelea entre clanes en un hotel del Rompido”. Que yo haya visto, ninguno de los medios que se hicieron eco de la reyerta, hablaba de que estaba protagonizada por dos clanes…gitanos que llevaban tiempo enfrentados en una barriada de Huelva. Pese al escándalo, al peligro que supuso para el resto de los clientes del hotel y a los heridos, nadie había sido detenido y lo correctamente político impedía que se pudiese identificar el tipo de implicados. Muchos de ustedes dirán que si estos hechos hubiesen estado protagonizados por sevillanos o madrileños, nadie los identificaría publicamente como tales. Es cierto, pero también lo es que si hubiese ocurrido en un pais de mayoría de raza negra, como por ejemplo, Camerún, y los protagonstas fuesen blancos, todos los medios titularían con “una reyerta de un grupo de blancos se salda con ocho heridos”. ¿Es eso racismo? No. Es simplemente la decripción periodística de unos hechos que no tienen por qué implicar la generalización que algunos suponen. Ellos son los primeros que rechazan la integración social. Ni todos los gitanos (ni los rumanos, ni los negros, ni los moros, hablando sin correctores políticos) se dedican a formar escándalos de este jaez, ni mucho menos. La inmensa mayoría son ciudadanos ejemplares dedicados a su trabajo y su familia y me jacto de tener algunos buenos amigos de esa etnia. Pero hay que reconocer que las malas hierbas suelen crecer donde había algún abono que las nutre. Y la marginación social, la droga y el trapicheo ilegal son negocios que rodean muchas veces estos ámbitos.

 

P.D.-No quisiera acabar este artículo sin romper una lanza por la lucha emprendida por cientos de miles de agricultores en toda España ante la inacción y el abandono de unos políticos que han dajado de mirar hacia esos pueblos que antes eran codiciados por sus votos y ahora, tras despoblarse, han caído en el olvido. España, y me ciño más concretamente a nuestra Andalucía, ha sido la despensa de Europa gracias al sacrificio de millones de agricultores que se han dejado, como decía Churchill, “sangre, sudor y lábrimas” sobre la tierra sin sacar casi provecho. Que ahora venga un “niñato progre” como el vicepresidente Pablo Iglesias o un mamarracho de las subvenciones como el líder de la UGT, Pepe Alvarez, que no la han doblado en su vida, a dar lecciones de comportamiento, es algo que clama al cielo y que debería implicar una respuesta contundente del campo español. Hay que seguir movilizándose para que el Gobierno de Sánchez y el resto de los políticos que forman esa clase privilegiada que nos gobierna, se den cuenta de que el futuro pasa por el apoyo al agro. Hay muchas medidas para hacerlo además de la cacareada reforma agraria socialista y la de Cañamero y Gordillo que sólo sirvió, hace ya casi medio siglo, para arruinar aún más a las pocas explotaciones que habían apostado por la modernización del sistema. El campo se muere y los políticos solo piensan en pedir filetes de vaca japonesa, hamburguesas americanas, aceite marroquí, vino de Californa o naranjas sudafricanas. Ellos, que pueden pagarlo gracias a nuestros impuestos y a los de los agricultores a los que explotan. Es lo que hay.