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Mi 15-M

Me veía muy mayor pero me contagié del entusiasmo. Solicité la palabra.

 

En su mayoría jóvenes sevillanos abarrotaban las escalinatas de las ‘setas’. Desde un amplificador colocado en un vetusto carrito intervenían algunos muchachos, invitando a todos. Me veía muy mayor pero me contagié del entusiasmo. Solicité la palabra. «Faltaría más, suyo es el micrófono». Cuando me vi con él dije: «A lo mejor desentono y me traiciona la edad. ¿Se fiais de un jubilado…? ». Mientras un animoso aplauso frenaba cualquier huida, mi anfitrión me dijo quedamente: «Usted dirá algo o mucho de interés, seguro».

Aunque tenía contadas ideas confiaba en la improvisación por algunas experiencias contraídas años atrás. «¡Lleváis toda la razón, sois una esperanza viva, símbolo de una juventud no anquilosada ni refugiada en los paraísos alcohólicos. Mucha gente os apoyará en unas reivindicaciones justas e imprescindibles para instaurar nuevos valores. Mantened rabiosamente vuestra independencia porque muchos querrán canalizarla para sus intereses. Velad por vuestras nobles causas. No caigáis en la partitocracia… ¿Habéis observado la ausencia de los políticos en este acto social y único?». A lo largo de la disertación puñados de aplausos aliviaban mi creatividad, dado el tiempo de inactividad parlanchina. Al finalizar quedé sorprendido por el calor de unos largos aplausos, tal vez como premio a la ancianidad.

 

«¡Lleváis toda la razón, sois una esperanza viva, símbolo de una juventud no anquilosada ni refugiada en los paraísos alcohólicos. Mucha gente os apoyará en unas reivindicaciones justas e imprescindibles para instaurar nuevos valores.»

 

Durante días rondó un vídeo con mi actuación. Me lo enviaron, ajeno en aquellos momentos a la filmación. Cuando terminaron las efusiones me buscaron grupos de muchachos para felicitarme, un par de periodistas esperaban mis comentarios, otros jóvenes me grabaron para salir directamente en Internet. A este paso ―pensaba aturdido― me convierto en un divo.

Me impresionaron las palabras de una encantadora muchacha. Un esbozo de lágrimas resaltaban unos ojos preciosos: «Gracias, señor, muchas gracias, usted está acostumbrado a hablar en público. ¿Tendremos continuidad?, ¿Podremos seguir independientes y sin un líder?». Me lo dijo con calor y dulzura, emocionándome: «No tengas la menor duda, seguro, la semilla de vuestra cívica revolución fructificará. Nadie podrá sofocar tan nobles sentimientos. Vuestro es el futuro, luchad por él».

Muchas veces veo su bello rostro rebosante de ansiedad y agradecimiento. Cuando llegó la soledad deambulé hasta muy tarde por las gigantescas setas, impávidos leviatanes de muchas ilusiones  emanada en sus pies, y entablé conversación con muchos. Presencié sus asambleas, los acuerdos, las originales formas para expresar los pactos, la sorprendente disciplina, la puesta en marcha de una incipiente lucha.

 

«Gracias, señor, muchas gracias, usted está acostumbrado a hablar en público. ¿Tendremos continuidad?, ¿Podremos seguir independientes y sin un líder?»

 

Pero no dejé de pensar en ella, en la joven citada, y en mi hija de la misma edad, ejemplos de las muchas criaturas preparadas y sin futuro. Pero le mentí, no podía expresarle con el frío análisis de esta puerca vida las dificultades: ya se encargaría el tinglao de estrechar filas con sus contubernios y el poder de su aparataje.

Charlé con un camarero de aspecto agitanado, perdido recientemente el empleo, padre de dos hijos, conocedor del mundo clásico, todo un filósofo, dejándome perplejo y envidioso. Lo escuché con gran atención y, posiblemente desacostumbrado por la falta de audiencia, no dejó de buscarme para continuar con su jovial pesimismo. Hablé con un doctor en biología, también en paro, pordiosero de una beca, carne de emigración. Me enfadé con un viejo porque, siendo el único emblema visible, se empeñaba en enarbolar una bandera republicana. «Mire, señor, no es el lugar, ahora y aquí somos ciudadanos de un mundo internacional y sin emblemas…».

Me abordó un antiguo alumno, rechazado en su niñez por sus excentricidades artísticas y literarias. Encontró en mí un apoyo y le animé en sus actividades intransigentes, abandonó el centro donde la norma y el canon imponían aceradas armaduras. «¡Don Manuel, no sabe cuánto me alegro de verle aquí! Si no tiene mucha prisa espere, pronto terminaré de escribir el acta de la reunión». Lo vi marchar presuroso para busca un rayo de luz filtrado por las aberturas de los famosos hongos. No vi rostro político significativo, posibilidad perdida de participar como uno más. Seguramente dormirían tranquilos, seguros de un futuro control…

 

«¡Don Manuel, no sabe cuánto me alegro de verle aquí! Si no tiene mucha prisa espere, pronto terminaré de escribir el acta de la reunión»

 

Marché sin prisa  cuando la noche vencía. Dejé a algunos envueltos en mantas y cartones para pasar una fría madrugada bajo la original techumbre, simbólica guardia de una nueva cosmovisión. Soñarían con un mañana  más justo y solidario logrado a golpes de paz…

Durante el camino recordé una larga charla con don Antonio García Santesmases en el bar de la Universidad: «Amigo, hay carencias de debates: los partidos han institucionalizado la participación, son máquinas electorales aconsejadas por los asesores de imágenes. Existe un tercio de la sociedad marginado, invisible. La clase media va desapareciendo. La política es espectáculo…».

Aquella noche dormí balanceado entre la esperanza hecha carne en la bella muchacha y el desánimo ante el machaqueo por la corrupción de una clase política, profesional de la manipulación.

Las situaciones sociales han empeorado empujadas por las crisis de los partidos mientras los sindicatos palidecen, agónicos.  La dinámica favorece la carrera profesional política y la burocracia deglute gran parte de los presupuestos. Y llega lo irremediable: la desafección y el desinterés. El 15-M visualizó esta crisis alertando las responsabilidades de todos. ¿Queda algo? Necesito creer en el sí.