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Motivos para el miedo

Daniel Gutierrez Marin
Daniel Gutiérrez Marín @lepetitmarin

La campaña electoral no es que esté empezando ahora, es que no terminó en diciembre. Sin embargo, ahora, se ha vuelto más cruda, poniendo en cada golpe de titular toda la leña posible para que la pira del adversario arda con mayor virulencia. No solo es necesario ganar, como ocurriera en diciembre, se hace imperativo imponerse sobre las demás opciones políticas sin margen de dudas. Pactar no es una posibilidad. La pluralidad política surgida de las últimas elecciones generales, paradójicamente, ha terminado con el parlamentarismo, con esa capacidad para sentarse a discutir y de llegar a consensos. La pluralidad partidista, matizando, ha fulminado los auténticos valores de la política. Y esto debería ser altamente preocupante.

En los últimos días ha resucitado el viejo manual frentista que pone a cada ciudadano, con su papeleta, entre la espada y la pared. Parece que en estas elecciones solo existen dos posibilidades de voto, sin tapujos: votar al sistema, a la democracia liberal, al mercado, a Europa o votar a la opción antiliberal, anticapitalista y antieuropeísta. El clásico discurso del miedo –nosotros o el caos- ya no es propiedad exclusiva de la derecha, argumentario tradicional de los conservadores para arredrar a las masas. La «nueva política» se ha apuntado, sorprendentemente, a esta estrategia para alentar a los ciudadanos en su elección entre quienes han gobernado los últimos cuatro años -de cuyas formas y resultados ya conocemos- o entre ellos mismos, como ungidos representantes del pueblo. Una situación poco agradable para decantar el voto. La trinchera ha ocupado el valor de la ilusión y de acudir a las urnas con la alegría de quien estrena escaño, se ha pasado a la necesidad de vencer por encima de todo con una estocada mortal.

Quienes se han posicionado como creyentes de esa «nueva política» ven en el resto de ciudadanos una manada de ateos e infieles a los que hay que redimir, con la evangelización o con la purga. La conversión o el fuego eterno.

Los ciudadanos comienzan a enfrentarse entre ellos en las redes sociales, las relaciones de amistad y familiares se han quebrado a causa de la política. Quienes siguen manteniendo su fidelidad electoral en los partidos tradicionales son calificados con los peores epítetos y se convierten en enemigos potenciales del cambio necesario para alcanzar la felicidad prometida por sus predicadores. El adversario no es solo el Partido Popular o el Partido Socialista sino todos y cada uno de los votantes que siguen confiando en sus candidatos. Quienes se han posicionado como creyentes de esa «nueva política» ven en el resto de ciudadanos una manada de ateos e infieles a los que hay que redimir, con la evangelización o con la purga. La conversión o el fuego eterno.

Los resultados que emanen de las urnas en la noche del veintiséis de junio serán determinantes. Pedro Sánchez ha asegurado que si no obtiene la mayoría necesaria para gobernar, facilitará a Mariano Rajoy el gobierno de los próximos cuatro años. Este gesto de lealtad y responsabilidad del líder socialista ha sido utilizado por los candidatos de Podemos para polarizar, aún más, la campaña. Según ellos, solo caben dos opciones en ese escenario: la tiranía de la derecha o la promesa de la felicidad. Medios de comunicación y políticos han deformado los mensajes de cada una de las partes y son incapaces de transmitir la serenidad y la moderación que toda campaña electoral necesita para que los ciudadanos acudan libres y tranquilos a las urnas en el ejercicio democrático del voto.

En este escenario hay motivos para el miedo porque el resultado determinará el sentido de la vida de los ciudadanos. No estamos ante unas elecciones que se mueven dentro de la cotidianeidad del juego democrático sino ante una pugna que pretende eliminar al rival y donde ningún actor está dispuesto a aceptar la derrota en el resultado. Lo ocurrido en diciembre es el primer aviso.