The news is by your side.

El nacionalismo derrotó a la izquierda

Sorpréndanse. Los que crecimos en la Euskadi de los 70 y 80, fuimos realmente felices dentro del nacionalismo. Te da sensación de pertenencia; eres grupo, no individuo. Es la adolescencia llevada a la política, sentimiento, grupo, un enemigo común y muchos amigos imaginarios. Entonces, el ideal nacional vasco era el portal de Belén. O quizás me lo parecía a mí, porque en mi casa el traje de pastorcillo y el tradicional vasco eran lo mismo. La pobre mamá me vestía igual en Navidad que en las fiestas de Vitoria. Lo de Navidad tenía un pase con sus calcetines de media pierna de lana gorda. Pero las fiestas son en agosto y eran los mismos calcetines.

 

¿Qué conclusiones compartiría el nacionalista de entonces con la España que sigue con el nacionalismo hoy? Primero, si no te gusta no tienes por qué beber patxarán para parecer más vasco. Menos aún, si lo fabrica tu hermana con las endrinas que despreocupadamente recoge en el campo. Siempre temí morir intoxicado en Nochebuena.

 

Esos lazos, y esas bufandas amarillas quedan bonitas. Pero el invierno pasa y un bañador amarillo no queda igual.

 

La segunda, los presos. También había mucha solidaridad con ellos. Huchas en los bares para recoger dinero y mandarles mantecados -ajenos a que lo del mantecado era un poco españolista-; carteles con su foto en las fiestas, actos de homenaje el día de Santiago. Lo normal y ritualizado. Allí no había lazos amarillos, sino mapas con flechas. Descoloridos, todavía siguen en algunos balcones. Ellos han envejecido en la cárcel y los dirigentes batasunos que fueron detenidos, acabaron sustituidos por otros líderes. Los puestos políticos son pocos y apetecibles. Así que, Señor Junqueras, más vale que salga de la cárcel pronto. Esos lazos, y esas bufandas amarillas quedan bonitas. Pero el invierno pasa y un bañador amarillo no queda igual. La gente sigue su vida. Marta Rovira le llora a Ud. ahora, aunque cada vez con menos intensidad. Pronto descubrirá que le gusta el silloncito y no se lo devuelve, créame.

La tercera, el voto. Establecidos los bloques, cada cual vive en el suyo. Si hay trasvase se produce dentro del mismo bloque. ¿De verdad creía alguien que un votante indepe cambiaría de bloque porque se fuera la Caixa? En su mente eso ha ocurrido porque los españoles odian a su país. Cualquier cosa que ocurra tendrá una explicación en el odio que tienen a su país.

 

Y en esto que llega la izquierda española. Sus líderes, lo vimos con Ezker Batua Izquierda Unida o, ahora, Podemos, estaban más cerca del nacionalismo que sus potenciales electores.

 

 

Podrían haber analizado, para eso son políticos y tienen asesores, que pasaba en las elecciones en Euskadi. Incluso cuando se ilegalizaron partidos, lo que se produjo en muchos municipios fue una enorme abstención. Y, cuando se cambiaba de voto era entre los partidos del mismo bloque. Al final hubo movimientos entre bloques, si. Hijos de los votantes constitucionalistas, vascos de segunda generación, que se pasaron al abertzalismo.

 

En ese cambio la incapacidad de una parte importante de la izquierda española fue determinante. Igual que ahora. De alguna manera, se acepta que el nacionalismo tenía razón, es lo natural, la ideología por descarte. Hay, pues, que ir absorbiendo cosas de él, mientras él no coge nada de ellos. Había que cortejar al cocodrilo, que nunca sabes si cuando abre la boca es para sonreírte o para devorarte. En todo aquel mantra permanente de hay que negociar, alguien definió bien el tema: negociar con ellos es como subir una escalera; siempre están en un peldaño más alto. Siempre lo estaban. Al final, fue la firmeza en la defensa de los valores democráticos y la convivencia lo que acabó con el problema.

 

Como ocurrió allí, en Cataluña los nacionalistas han fijado el marco y se han sentado dentro de él. Han establecido las definiciones y escogido los nombres. Han decidido que es ser catalán y que es no serlo.  Y en esto que llega la izquierda española. Sus líderes, lo vimos con Ezker Batua Izquierda Unida o, ahora, Podemos, estaban más cerca del nacionalismo que sus potenciales electores.

 

Así, convertida la nación en el centro del debate, eligen a quien con más claridad defendería que son españoles.  Y, de esta forma, el cinturón rojo se vuelve naranja.

 

Celebradas las votaciones, van y se sorprenden de los resultados. Si los electores fueran independentistas votarían partidos que lo sean. No iban a votar a un partido, de alguna manera, relacionado con el resto de España.  Y si no lo son ¿Qué encuentran? Mientras el independentismo no les ofrece nada, salvo integrarse en la fe verdadera: ser catalanes o extranjeros, esa izquierda española que les solicitaba el voto lleva propuesto: nación de naciones, federación, confederación, indultos, y lo que quede por venir. Los indepes solo tienen que situarse un peldaño más arriba y, cuando las cosas se les tuerzan -solo entonces- aceptar el mercadeo. En resumen, el votante no indepe se lleva la impresión de que su voto también sería indepe. Así, convertida la nación en el centro del debate, eligen a quien con más claridad defendería que son españoles.  Y, de esta forma, el cinturón rojo se vuelve naranja.

 

Al tiempo, en el resto de los españoles aumenta la sensación de que no son sus inquietudes sino la de esos inamovibles nacionalistas las que preocupan a las izquierdas, en plural. El nacionalismo mata a la izquierda. El único partido nuevo que triunfará será Ciudadanos. ¿Qué podemos hacer los progresistas españoles con nuestra exigencia de que se cumpla el ideal meritocrático e igualitario, que la crisis derrumbó? ¿Qué podemos hacer los que no somos de donde vivimos, y ya no somos de donde nacimos? No hay una izquierda para nosotros. Al final, parafraseando a Nietzsche, solo nos queda no ser, ser nada.