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Nadie puede con Rajoy

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez*

El liderazgo de Rajoy es un no-liderazgo absoluto; por eso es tan difícil de razonar y tan complicado de combatir. De hecho, nadie ha podido con el actual presidente del gobierno: ni sus enemigos internos en sus peores momentos en el partido, ni sus competidores externos en dos elecciones consecutivas con la corrupción del PP y la ineficacia en su gestión económica gubernamental en su punto más álgido. Si Pablo Iglesias vuelve a la Universidad a dar clases, desde luego no podrá darlas de rajoyismo, porque no ha aprobado la asignatura ni ha comprendido a su protagonista. Puede parecer excesivo, pero no tendremos elecciones anticipadas porque ahora mismo en nuestro país no existe una alternativa real de gobierno a la derecha, aunque los 3 partidos de enfrente sumen muchos más diputados que 137.

Precisamente de unos años a este tiempo la palabra “regeneración” ha sido un comodín muy eficaz de todos los partidos – sobre todo de los nuevos partidos – para intentar convencer a los votantes de que tenían una idea clara de futuro y un proyecto coherente de país. Dentro de esa “regeneración” política uno podía encontrar cualquier receta frente a la inoperancia del sistema, ya fuese de economía, de políticas sociales o de lucha contra la corrupción. Porque esta última, la corrupción, ha sido – y sigue siendo- una palabra mágica para evocar los mayores males al rival partidista y demostrar la más estoica pureza de “los nuestros”. No se trata de hacer justicia, sino de implantar una especie de Santa Inquisición justiciera donde todo político es culpable mientras no se demuestre lo contrario y no sea de “los nuestros”.

A la vista de los hechos puede decirse que ningún partido tenía muy claro ese concepto de “regeneración” y que poner el foco en la corrupción al por mayor no ha mejorado la calidad política nacional ni solucionado la crisis económica que llevamos padeciendo ya más de un lustro. ¿Quién ha sobrevivido a todas estas turbulencias? Mariano Rajoy.

 

Porque esta última, la corrupción, ha sido – y sigue siendo- una palabra mágica para evocar los mayores males al rival partidista y demostrar la más estoica pureza de “los nuestros”.

Qué duda cabe que la supervivencia es un arte también ligado al liderazgo aunque estéticamente no resulte demasiado atractivo en las infinitas listas de las cualidades imprescindibles para ser un buen líder. Claro que una cosa es la teoría y otra la práctica, un camino a veces intransitable que ni siquiera grandes eruditos de la ciencia política son capaces de conectar.

Cuando critico a Pablo Iglesias o a los líderes de Podemos en su mayoría, la respuesta más usual que me he encontrado es que son catedráticos de ciencias políticas que saben de lo que hablan y conocen todos los secretos de la materia. Frente a ellos tenemos a Mariano Rajoy, cuya ideología consiste en el clasismo, la vida aristocrática y el oportunismo político. ¿Cómo es posible que docentes universitarios de ciencias políticas no puedan con un adversario perezoso y poco consistente intelectualmente hablando? No solamente porque no han llegado ni al 5 en rajoyismo, sino porque tampoco han sabido leer las oportunidades de supervivencia y de victoria que el destino les ha ofrecido tímidamente en cierto momento del camino.

Tomemos, por ejemplo, las figuras de Pablo Iglesias y Errejón. Ambos tienen dos almas en una: la de politólogo y la de político. Es posible que una combinación equilibrada de ambas diese el político perfecto que todos los partidos desearían encontrar para presentarlo como candidato. El problema es cuando, en la realidad, se reproducen los peores rasgos de cada cara: la soberbia intelectual-del politólogo- y la pulsión totalitaria del poder-del político-. No aprovechan los conocimientos de la teoría política-electoral ni las advertencias de la ley de hierro de Michels. Consecuencia: apuestan por un sorpasso que no se produce, y se abre una guerra interna cainita donde no existe el lugar para la pacífica convivencia ni para el desarrollo de la fórmula exitosa de “equipo de rivales”.

 

No solamente porque no han llegado ni al 5 en rajoyismo, sino porque tampoco han sabido leer las oportunidades de supervivencia y de victoria que el destino les ha ofrecido tímidamente en cierto momento del camino.

 

Podemos recibió el 1 de octubre otro regalo del destino, que fue la crisis interna del PSOE hasta niveles desconocidos en su historia y que ha puesto al socialismo al borde de la escisión. Pero lejos de aprovechar esta oportunidad, Pablo Iglesias decidió que junto a él solo podría estar Garzón y Echenique, mientras que Errejón representa una forma de hacer política y entender el partido que debía de ser aplastada. Que nadie se engañe: el concepto del poder por parte de Pablo Iglesias es profundamente absolutista y despiadado. Promete una especie de democracia radical de cara al exterior a la vez que dentro del partido pretende hacerle un homenaje a Michels por todo lo alto. Iglesias apuesta por una política de ruptura y de protesta que nunca será mayoría en un país tan conservador como es España. Íñigo ha comprendido mucho mejor que los demás la existencia de ese techo insuperable, pero es inútil que luche en una guerra orgánica de poder que tiene irremediablemente perdida.

Tenemos, por lo tanto, dos partidos de la oposición que luchan por ser alternativa- PSOE y Podemos- inmersos en unas prácticas cainitas de incierto resultado pero de inquietantes expectativas. Sin un partido unido en torno a la figura de un líder o de una idea de poder, es imposible ganar unas elecciones en sistemas democráticos ya maduros e institucionalizados. El camino de la ruptura en democracias estabilizadas e irreversibles es el más seguro al fracaso electoral. Por eso el PP ha conseguido seguir a flote y conservar el gobierno contra todo pronóstico. Al fin y al cabo es el partido que mejor resuelve el conflicto del poder interno al apostar, sin ambages, por la cooptación y el modelo elitista en la relación militantes-élites dentro del marco del partido. Han adaptado a la cultura política de la derecha el mejor método para el desarrollo más óptimo.

 

 Íñigo ha comprendido mucho mejor que los demás la existencia de ese techo insuperable, pero es inútil que luche en una guerra orgánica de poder que tiene irremediablemente perdida.

 

Dejando a un lado las intrigas internas en cada partido y las estrategias urdidas para sobrevivir en el juego del poder político, existe una realidad dramática y preocupante: la existencia de unas élites muy alejadas de las necesidades y desafíos históricos a los que se enfrenta la sociedad española. Juegan a vestirse de estadistas cuando no son más que mediocres versiones de su propia incapacidad de respuesta. España no podrá resolver sus problemas mientras no resuelva el problema de sus élites.

 

*Marcial Vázquez es Politólogo