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No quiero “más Europa” sino mejor

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez

Unas de las frases más totalitarias y repetidas en los últimos tiempos por parte de políticos tanto del PP como del PSOE es que el Euro “es un proyecto irreversible”. Y me imagino que también pensarán lo mismo de la Unión Europea como sistema político supranacional. Bien es verdad que la frase además de suponer una manifestación claramente anti democrática, demuestra a su vez una ignorancia de la historia ciertamente llamativa: nada en este mundo, no digamos ya en política, es inevitable o irreversible. Todo depende de la disposición de la mayoría y de las estructuras de las élites de cada época. En ocasiones han tenido que ceder a los más humildes, en otras han conseguido asegurar y ampliar sus privilegios a costa de estos.
En este sentido la UE ejemplifica ambas etapas: empezó construyendo un modelo social donde se beneficiaban las clases trabajadoras y los países menos avanzados de la unión, para después sucumbir a una visión neoliberal que ha transformado, por completo, la vieja Unión Europea que nuestros abuelos y nuestros padres conocieron. El Brexit es una consecuencia directa de esta degeneración, a pesar de que algunos analistas lo explican desde la xenofobia reinante ahora en UK o su poca afinidad histórica hacia la UE desde hace unas décadas. La pregunta es, si se produjese en otros países un referéndum sobre su permanencia o salida de la Unión, ¿qué resultado se produciría? Nadie puede estar seguro de que todos los países votarían “quedarse”, porque el rechazo a esta UE burócrata y del capital ha provocado los mayores niveles de rechazo en la mayoría de países miembros desde que se recogen encuestas periódicas al respecto.
Como es ya costumbre en esta época desequilibrada, se ha tendido a exagerar los efectos de un posible Brexit real basándonos en las inmediatas reacciones de las bolsas o de la cotización de la Libra. Lo primero que han hecho las élites europeas es pedirle a Inglaterra que se vaya lo antes posible; y dentro de la misma Gran Bretaña aparece una división social que amenaza a la integridad estatal e histórica de la propia nación. Si alguien pensaba que Rajoy era el presidente más nefasto que había gobernado en un país europeo durante el último siglo, se equivocaba: Cameron lo ha superado con creces. Dentro de este récord, al menos, el aún primer ministro ha asumido su irresponsabilidad política y ha presentado su dimisión con fecha de caducidad en octubre. Lo que venga después es una incertidumbre que puede mostrar muchas reacciones, aunque nos intenten convencer de que el rumbo no se puede ya cambiar.

Cuando Cameron prometió el referéndum quizás pensó que no tendría consecuencias y que sería fácilmente reconducible cuando llegase el momento de votar. ¿Qué le procuraba entonces? Unas ganancias difíciles de obviar: seguir siendo el presidente de Inglaterra.

 

Pero analicemos el aspecto político del Brexit y qué dos lecciones nos ofrece: las consecuencias cuando se hace política (ya sea mala o buena); y los desafíos que conlleva el uso compulsivo del referéndum.

Hay gente que se ha pensado últimamente que la política es el circo que nos ofrecen los medios, donde lo importante no es conocer de manera clara los proyectos de los candidatos ante los problemas de nuestro país, sino si son más simpáticos o causan más rechazo al ser entrevistados por un grupo de niños. Asistimos a una banalización de la política complementada con una estructura partidista que fomenta el sectarismo más atroz y vía libre a los mediocres, que se mantienen a través del clientelismo y la guerra sucia en clave orgánica. Pero la realidad es que cuando alguien llega al poder, provoca consecuencias por sus actos o por sus omisiones, y dichas consecuencias las solemos acabar pagando todos menos el que las provoca, ya que pertenece a una élite ajena a la vida cotidiana de la mayoría de la clase humilde y trabajadora.

Cuando Cameron prometió el referéndum quizás pensó que no tendría consecuencias y que sería fácilmente reconducible cuando llegase el momento de votar. ¿Qué le procuraba entonces? Unas ganancias difíciles de obviar: seguir siendo el presidente de Inglaterra. Al final le ha costado su carrera política pero, en el fondo, quienes sufrirán las pérdidas potenciales de la salida de la UE no serán ni Cameron ni su familia, sino los ciudadanos ingleses en su conjunto.
Aunque el referéndum se ha ido poniendo de moda en los últimos años como prototipo de “democracia participativa”, el referéndum es peligroso para el concepto mismo de democracia. La desvirtúa y la desnaturaliza, y es una vía más de las élites para manipular a la sociedad en beneficio propio.

El ejemplo de Suiza, por histórico y excepcional, no puede ser puesto como razón de que la democracia consultiva puede hacer mejor el funcionamiento de un país. En una democracia cada 4 años se abren las urnas para votar y para ajustar cuentas; el referéndum es un instrumento de los malos gobernantes que, además de cobardes, utilizan estas consultas como si fuera un comodín en su juego por el poder.
La respuesta de la derecha neoliberal ya la hemos visto: que se vayan cuanto antes; pero desde el socialismo europeo se ha vuelto a recurrir a esa falacia de “tenemos que conseguir más Europa y más integración”. Esta última receta es tan dañina como la primera, porque los europeos no quieren “más Europa”, sino mejor. No podemos seguir vaciando a los estados de sus competencias a favor de un ente extraño llamado UE porque este camino ya ha sufrido su primera derrota en Inglaterra. Entiendo que el diseño de una nueva Europa puede ser complejo de conseguir, pero la socialdemocracia no puede convertirse en la coartada del neoliberalismo. Si izquierda y derecha defienden dos modelos europeos distintos, ¿cómo es posible el pacto entre ambos en el Europarlamento?