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 No vi el salto

Dado el éxito, las próximas campañas deberían basarse en saltos.

 

Mi animadversión al gregarismo me llevó a desentenderme de un tal salto organizado por una cadena de televisión muy conocida. Mis centros de interés apuntan hacia otras aguas, quizá por haber dejado muy atrás el ecuador de mi existencia y contar con poco tiempo aprovechable.

No solo respeto el abrumador número de interesados en presenciar el salto, ─innecesario concretar nada más porque en estos momentos solo hay uno─ sino por la disipación para los aproximadamente cinco millones de criaturas pendientes del evento. Los responsables de calmar a los chalecos amarillos del mundo respirarán porque, descansada la atención del respetable  en saltos de famosas, la paz social encontrará sosiego por los muchos acontecimientos trascendentales previstos o fortuitos en la desierta isla. El escándalo por regar el proyecto con abundantes millonadas carece de importancia para un colectivo televidente en su mayoría superviviente por vivir al día. Paradojas asumibles por necesidad, de lo contrario las consultas psiquiátricas estarían abarrotadas, encabezadas por don Pablo Iglesias, desnortado en su proyecto salvador.

Por lo observado, poco futuro tienen los activistas políticos y demás colectivos denunciadores de injusticias y problemas acuciantes. Uno de ellos, silenciado en los debates, es el galopante deterioro de la biosfera, esa capita envolvente de nuestro mundo y donde la vida se desarrolla. De poco sirven los avisos por los desconcertantes fenómenos meteorológicos, la contaminación de los mares, la galopante desertización, la extinción permanente de especies animales o la cada vez mayor carencia de agua dulce.

 

Dado el éxito, las próximas campañas deberían basarse en saltos.

 

Los candidatos y candidatas, a bordo de libélulas metálicas, entre troníos y batidas de palas, deberían saltar a cuál más alto y con mejor postureo. Los debates llevan al hastío, al día siguiente nadie se acuerda de nada y, para colmo, la aparición de una limpiadora concentrada en su trabajo llega para quitarles protagonismo a la política de los platós. Seguro, nada hay mejor: un salto, el salto a la fama para la recolección de votos porque no es simplemente un salto a las templadas aguas caribeña, sino a la gloria, a centrar las miradas y comentarios de ¡cinco millones de visionarios y posibles votantes!

Cuando era joven no entendía las bobadas de los americanos del norte en sus campañas electorales. Los globos y charangas entre picnis y ‘jóvenas’ en falditas, junto a frases tontas y dichos ‘puestos en valor’. Pero se partían el pecho para votar a su candidato pintado con el color idenditario del partido. No sé, pero me parece un acercamiento a saltos evidentes aparte, claro, del uniforme  Made in Usa: los miméticos pantalones vaqueros ─ahora rasgados─ prenda de suma elegancia.

El otro día vi en no sé dónde una fotografía de don Pedro Sánchez junto a una del señor  Obama y el parecido resultaba sorprendente. Quizá la magia de los asesores nos larguen en las próximas: «¡Por el salto!». Y todos botemos por votar a La Pantoja y compañía si para entonces hemos sobrevivido como el de la isla homóloga inventada por Daniel Defoe.