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Nobel y novel

Clara Guzman
Clara Guzmán

Miguel Boyer, que fue uno de los políticos más hechos que tuvo España, cuando en España había políticos hechos y no ahora que a la mayoría le falta más de un hervor, dijo que España era un país de porteras. Curiosa definición de su país estando casado con la reina de corazones. Ya saben, la Preysler. Sí, así, con el artículo por delante, al estilo catalán, que la hace más doméstica, más familiar, aunque las señoras que beben los vientos por sus historias, estén a años luz de su estatus social e incluso estético.

Bien, pues la Preysler acaba de conceder una entrevista a la revista del saludo, su revista, para entendernos, posando con su último amor, el Nobel de Literatura del año 2010, Mario Vargas Llosa. En el amplio reportaje, un despliegue de tropecientas páginas,  dicen, y no saben lo que me alegro, que son felicísimos y que el divorcio de él se está resolviéndose amistosamente. Un divorcio, ya lo sabe usted, se resuelve de esta manera cuando hay dinero. El dinero es un bálsamo que alivia  infidelidades, deslealtades, tiras y aflojas y  le pone un pañito de croché a los rencores.

En  la extensa entrevista, decorada con numerosas ilustraciones de los amantes,  se dice que la convivencia es maravillosa. Ya sabe usted que la convivencia y lo dijo en bonito un colega del amado Mario, el inefable Oscar Wilde, mata la pasión. Pero en el caso del dúo Isabel /Mario es una prueba superada. Tan superada que a santo de qué van a cambiarse de casa. Que siguen en la de ella, conocida por las lenguas de doble filo, como “Villa meona “ por la cantidad de cuartos de baño de que dispone.

Isabel cuenta que ya se ha leído buena parte de la obra de su novio y que la que más le ha gustado por su profundidad ha sido “Conversación en la catedral”. No hace alusión a “Travesuras de la niña mala”, quizás porque su temática es para mayores con reparos y la revista del saludo es para todos los públicos. Tampoco dice nada de “Pantaleón y las visitadoras” no sabemos si por la misma razón o porque en estos momentos está enfrascada en los ensayos del peruano, para los que dijo que tenía que coger fuerzas. Es que entre una novela y un ensayo no hay color. Sobre todo si el ensayo es un ensayo general con todo.

Isabel Preysler es una novel en estas lides, pero es una mujer que por amor es capaz  de hincar los codos y leerse “El inca Garcilaso y la lengua de todos”. Aunque quizás esa felicidad de la que dice gozar se deba también a su reciente incursión en el mundo de la letra impresa. Un enjundioso análisis de la Universidad de Roma acaba de concluir que la lectura nos hace más felices y nos ayuda a afrontar mejor nuestra existencia.

[blockquote style=»1″]Dicen que decía Coco Chanel que a partir de los cincuenta una mujer tiene la edad que se merece. La señorita de la Rue Cambon no contaba con los avances de las nuevas tecnologías. [/blockquote]

Claro que la existencia de la Preysler es mucho más llevadera teniendo un novio Nobel de literatura y novel en revistas del colorín, pero al que ha sabido guiar, haciéndole ver las numerosas ventajas del apego por estas publicaciones, a pesar de tener tan mala prensa intelectual.  Mario se deja aconsejar, ha dicho la Preysler.  Hombre, a lo tonto a lo tonto ya llevan como diez portadas en la revista del saludo. Portadas, evidentemente, cobradas, con su correspondiente despliegue gráfico. Despliegue que debe costarle un congo a la publicación a tenor de las horas extras que han de realizar en la sección de photoshop.

Dicen que decía Coco Chanel que a partir de los cincuenta una mujer tiene la edad que se merece. La señorita de la Rue Cambon no contaba con los avances de las nuevas tecnologías. Claro, que tampoco con el exceso de celo de algún que otro profesional, que es capaz de hacer desaparecer una de las orejas de la Preysler con tal de que quede mejor restaurada. Exceso de celo o en su variante más popular, síndrome del recomendado.

¿Pero qué tiene la Preysler para durar tan poco tiempo célibe en el mercado?, se preguntan las señoras en los kioscos. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, dicen. Ya sabe usted que esta frase dicha con diferentes tonos de voz y modulación, adquiere significados bien distintos.

He conocido a Isabel Preysler  mucho antes de que se hablara de la empatía como si fuera un mantra, y he de reconocer que algo tiene el agua cuando la bendicen. Vamos, que es empática y simpática. La Preysler te hace sentir importante, un ser único. La Preysler escucha, como dicen que escuchaba Luis Miguel Dominguín. Y el que escucha y además comprende lo que escucha, es un gran seductor. Se preocupa por su interlocutor, no espera con el pecho henchido a que acabe para soltar su perorata, sin haber prestado el mínimo interés a su discurso. No, lo deja que se extienda, que se explaye, que se sepa el centro de atención. Y eso a los hombres los vuelve locos.  Eso y que les den carrete, claro.