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Nueve semanas y media

Benito Fernandez
Benito Fernandez

O lo que es lo mismo, 67 días. El título de la infame película de Adrian Lyne en la que el único salvable era el strep tease de Kim Bassinger al ritmo del “You can leave your hat on” de Joe Cocker, me da pie para apuntar más o menos una fecha que debería fijarse para acabar de una vez con este vivo sin vivir en mí que nos tiene a todos locos con las reuniones, las ruedas de prensa, los pactos, los vetos, las líneas rojas y los órdagos de unos y otros.

Sería más o menos en torno al 25 de febrero. Ese va a ser el plazo mínimo que tienen los líderes y representantes de los cuatro partidos políticos mayoritarios, ya saben, PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos, para alcanzar un acuerdo que nos saque de una vez a todos los españoles de esta historia interminable en la que se ha convertido el patio político después del 20-D. Por lo pronto ya han pasado siete semanas desde que se celebraron las elecciones y nadie da un duro porque el primero que se ha atrevido a dar la cara después de la espantada de Rajoy, Pedro Sánchez, pueda sacar adelante su investidura.

Y es que esto no ha hecho más que empezar. Imagino que todos ustedes ya han hecho sus quinielas con los amigos y han apostado por las diversas combinaciones posibles que casi son tantas como las de la lotería primitiva. La mayoría apuesta por PSOE más Podemos más IU más PNV más CC con el voto en contra de PP y la abstención de los catalanes y de Ciudadanos. Esa es la posibilidad que también persigue Sánchez si no se lo prohíben Susana Díaz,  los barones y los “jarrones chinos” y si logra que el testimonial referéndum de la militancia respalde ese autodenominado eufemísticamente “pacto de progreso” y que otros llaman “el harakiri socialista”.  El lío en el que se ha metido el candidato socialista solo le sirve para ganar tiempo ante un Congreso del partido en el que, si no consigue su objetivo de ser investido presidente del Gobierno en un plazo bastante limitado, le van a dar la boleta a las primeras de cambio.

[blockquote style=»1″]En Cádiz, comparsas y chirigotas, han pasado por alto las numerosas tropelías que Kichi ha llevado a cabo en su escaso tiempo de gobierno y nadie se ha atrevido oficialmente a hacerle la menor crítica. Eso se llama “solidaridad de clase carnavalesca” .[/blockquote]

Tan complicadas están las cosas que son muchos los analistas que apuestan sin dudarlo por unas nuevas elecciones generales. Esa podría ser una solución que pondría en evidencia la nefasta clase política que nos dirige, su total incapacidad para negociar acuerdos en beneficio de los electores y, lo que es peor, su total y absoluta inservibilidad. Es decir, que si los españoles podemos estar más de medio año (si se agotan todos los plazos legales las elecciones no se celebrarían hasta bien entrado el mes de junio) sin que nadie lo perciba en su día a día, ¿quién nos asegura que nos hace falta un Ejecutivo que dirija los destinos de este país? ¿Y para qué queremos un Congreso o un Senado? Un hipótesis bastante peligrosa en estos tiempos en los que las redes sociales mueven miles de voluntades que se dejan llevar por cualquier espabilado que domine el medio y sepa escribir un mensaje en un limitado número de caracteres. O si no que se lo pregunten a los muchachos de Podemos, expertos donde los haya en colocar consignas en Twitter.

No quisiera acabar sin apuntar dos hechos que me han llamado la atención esta semana. Ambos están conectados con la cultura popular y los carnavales. El primero, ya lo han visto, ha sido la enésima metedura de pata del Ayuntamiento que preside Manuela Carmena, contratando a unos titiriteros que se dedicaban a enseñarle a los niños madrileños como colgar guardias civiles, violar a monjas y hacerle propaganda a ETA y a Al-Quaeda. Una buena forma de entender la transgresión de las fiestas de Carnaval.

Todo lo contrario de lo que ha ocurrido este año en Cádiz donde coros, chirigotas, comparsas y cuartetos han tratado con guante de plata a su ex compañero y ahora alcalde de Podemos, José María GonzálezKichi”. El escenario del Falla donde no quedaba títere del poder establecido con cabeza y donde desde la Casa Real al alcalde o alcaldesa pasando por el presidente del Gobierno o la presidenta de la Junta eran la diana preferida de los cuplé de las distintas agrupaciones, han pasado por alto las numerosas tropelías que Kichi ha llevado a cabo en su escaso tiempo de gobierno y nadie se ha atrevido oficialmente a hacerle la menor crítica. Eso se llama “solidaridad de clase carnavalesca” y pone de manifiesto que no siempre esa libertad de expresión de la que hacen gala las agrupaciones de Carnaval, refleja la realidad. En todas partes cuecen habas y las habas que se cuecen en Podemos son bastante más peligrosas que otras.