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Nuevo curso, viejo tablero

 

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch*

El nuevo curso político ha comenzado. Y viene con las alforjas desbordantes de incertidumbre. Viejos riesgos, incógnitas y amenazas enmarcan el comienzo de septiembre de 2017, tanto sobre el tablero nacional como el internacional. Sobre este último, la escena más peligrosa vuelve a ser el potencial intercambio nuclear entre Corea del Norte y los EE UU. El cruce de acusaciones y amenazas entre ambos países ha vuelto a subir de tono y, según muchos analistas, volvemos al borde del precipicio de la guerra. Esta crisis va para largo. Y confieso que no acabo de identificar cuál podría ser su salida.

En este vital contencioso, el objetivo político-estratégico del líder norcoreano, Kim Jong-un, es, muy sintéticamente y con palabras fácilmente entendibles, alcanzar una sólida capacidad nuclear y un desarrollo misilístico de nivel de potencia regional. La finalidad última sería consolidar y asegurar la supervivencia de su régimen. El del presiente norteamericano, Trump, es impedir el descomunal y peligroso desarrollo armamentístico norcoreano. La finalidad sería dual. Por un lado, proteger a sus aliados, especialmente Japón y Corea del Sur frente a una amenaza nuclear. Y, por el otro, disuadir a éstos últimos de iniciar el camino de la nuclearización con fines militares, que convertiría esa parte del mundo en un inestable polvorín de repercusión planetaria. No puede obviarse que en ese tablero están involucradas las primeras potencias económicas (por PIB) del mundo: EE UU, China y Japón además de la propia Corea del Sur (en el puesto 12º); algo de lo que a nadie puede escapársele su significado.

 

En todo caso, si al final se concluyera que el camino de la gestión de crisis no frena el desarrollo de la amenaza norcoreana, seguramente la Casa Blanca cayera en la tentación de emplear la fuerza.

 

El intercambio entre Corea del Norte y EE UU no pasa de los ladridos y las posturas rituales. De momento, más allá de las sanciones, no espero que se pasen a las dentelladas. Las crisis ―esa contemporánea forma de la guerra― deberían ser desactivadas por procedimientos políticos. De otra forma, se volvería a la fatal forma clásica de la guerra. Es el nuevo procedimiento, la gestión de crisis, lo que EE UU intenta seguir. Es el camino de la política de sanciones y la presión sobre China que, como supuesto sostenedor de  Corea del Norte, podría hacer entrar en razón al régimen de Pyongyan. Bien que, a veces, uno tiene la sensación de que el pupilo norcoreano está escapando al control de su maestro chino.

En todo caso, si al final se concluyera que el camino de la gestión de crisis no frena el desarrollo de la amenaza norcoreana, seguramente la Casa Blanca cayera en la tentación de emplear la fuerza. En tal horizonte, pienso en la bondad del refrán: “el que da primero da dos veces”. Si yo entiendo algo del planeamiento operativo militar, nada me extrañaría que los amplios y refinados medios de obtención de inteligencia norteamericanos, estarían ya localizando y precisando la ubicación de los centros de mando y control, plataformas y vectores norcoreanos a neutralizar en el caso de una actuación fulgurante contra territorio de Corea del Norte. Pero, o mucho me equivoco, para eso último todavía falta mucho. Mucho.   

 

Pienso que, para los que creemos en el estado de derecho, es momento de obviar diferencias para apoyar y confiar en el Gobierno en la gestión de este gran problema español en Cataluña.

 

Y sobre el escenario nacional, éste está polarizado por el obsesivo camino del presidente de la Generalidad de Cataluña, hacia la realización de un referéndum ilegal de autodeterminación  el próximo 1 de octubre (1-O).  Sería el paso previo a una declaración unilateral de independencia que, en ningún caso, deberían producirse. El tiempo de las ambigüedades se ha acabado. No existe autoridad autonómica ni legislativo territorial que prevalezcan sobre la Constitución. Ésta es lo que fundamenta la autoridad de aquéllos. De tal forma, las anunciadas leyes,  “del referéndum” y “de transitoriedad jurídica y fundacional de la república”, nacerán muertas.

Pienso que, para los que creemos en el estado de derecho, es momento de obviar diferencias para apoyar y confiar en el Gobierno en la gestión de este gran problema español en Cataluña. Hay que confiar en que el Gobierno tendrá estudiados los escenarios posibles, así como las consiguientes respuestas, para hacer prevalecer el estado de derecho y prevenir su destrucción. Incluyendo las acciones y medidas para sustanciar inmediatamente, en su caso, las  responsabilidades en las que las autoridades autonómicas hayan incurrido al violar flagrantemente la ley.

No nos dejemos influenciar, ni dentro Cataluña  ni en el resto del territorio nacional, por las amenazas, descalificaciones, desórdenes, ataques al estado procedentes del bando independentista. Los anuncios de movilizaciones callejeras con que los más fanáticos intentan amedrentarnos ya están fuera del estado de derecho. El Estado debería estar preparado para intervenir garantizando a la población su derecho a disfrutar de la vida ciudadana en normalidad. Y si la Generalidad con su policía autonómica, no pudiera o no quisiera asegurar el normal ejercicio de las libertades ciudadanas, el Estado estaría obligado a hacerse cargo directamente del orden público en Cataluña. En primera instancia, con las FCSE. Y si fuera necesario, con otras fuerzas a su disposición.

Deseando fervientemente que no haya que revivir la misma historia 83 años después, no sé por qué me viene a la memoria el Parte Oficial de la Presidencia del Consejo de Ministros, D. O. del Ministerio de la Guerra, nº 232, del domingo 7 de octubre de 1934 (en la misma página, se publicaba el Decreto del Presidente de la República declarando el estado de guerra):

En Cataluña, el Presidente de la Generalidad, con olvido de todos los deberes que le impone su cargo, su honor y responsabilidad, se ha permitido declarar el Estat Catalá (…) Todos los españoles sentirán en el rostro el sonrojo de la locura que han cometido unos cuantos. El Gobierno les pide que no den asilo en su corazón a ningún sentimiento de odio contra pueblo alguno de nuestra Patria. El patriotismo de Cataluña sabrá imponerse allí mismo a la locura separatista y sabrá conservar las libertades que le ha reconocido la República bajo un Gobierno que sea leal a la Constitución (…) bajo el imperio de la ley vamos a seguir la gloriosa historia de España”.

 

Diario_Oficial_7_octubre_1934

 

*Pedro Pitarch es Teniente General del Ejército (r).

@ppitarchb