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El odio como arma política

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez*

Muchas veces he escrito que en este país hace falta aún una gran dosis de cultura política y democrática. A veces, incluso, pienso que también cívica. Sobre todo fomentar la cultura del respeto; muchos hablan del respeto pero pocos saben lo que es. Creo que los españoles hemos aprendido a soportarnos los unos a los otros sin acabar en una guerra civil, pero a duras penas sabemos respetarnos. El valor de la opinión del otro y del disenso es algo que se suele tomar como un ataque personal y como una amenaza que se debe neutralizar. Una democracia no puede construirse sobre el bloqueo, la intransigencia y el oportunismo amoral. Las sociedades que quieren basar su progreso en estos 3 pilares tan tóxicos y destructivos acaban caminando hacia atrás y pudriéndose lenta pero inexorablemente.
En este sentido cuantas veces hemos escuchado eso de si merece la pena perder amistades por discutir sobre política. Un razonamiento, en sí mismo, que muestra el nivel de intransigencia que existe en esas mentes dispuestas a romper una relación personal por no votar al mismo partido. Y qué decir cuando en navidades y grandes eventos familiares nos advierten antes del convite de que no saquemos el tema de la política, del fútbol y de la religión. Pero sobre todo la política, importante no tocar. Quizás sea una reminiscencia de 40 años de dictadura que presentaba el debate político como un pecado en la intimidad que si transcendía públicamente se convertía en delito.

¿No va a ser posible tener amigos, y buenos amigos además, que no compartan nuestra visión sobre la política? Otra cosa es que sepamos discutir con ellos sin que se agriete la amistad.

Es muy triste darnos cuenta como han pasado otros 40 años en democracia y casi no hemos conseguido superar esa naturaleza cainita que sigue presente entre muchísimos españoles cuando discuten sobre política. Como diría San Agustín, la ciudad de Caín parece ser nuestro sino nacional sin remedio posible. Aún así también debemos discernir cuando alguien utiliza “la política” para distanciarse o romper ciertas amistades, usando un atajo para no admitir el coste de quitarse de encima a alguien molesto de manera sincera y directa. Bien pensado, si en ocasiones ha surgido el amor entre políticos del PP y del PSOE, incluso entre nacionalistas de ambos bandos, ¿no va a ser posible tener amigos, y buenos amigos además, que no compartan nuestra visión sobre la política? Otra cosa es que sepamos discutir con ellos sin que se agriete la amistad.
Pero dentro de esta escala cainita, nada supera en la actualidad a la realidad que se vive internamente en el Partido Socialista. Un partido que está absolutamente roto, fraccionado, enfrentado y perdido sin que existan indicios de una posible recuperación. Señalar a un único culpable de esta situación es arriesgado y, además, sería injusto. Por supuesto que el principal se llama Pedro Sánchez, seguido de su camarilla del “NO” y apuntalado (qué ironía) por la cobardía calculadora de esa alternativa interna que el 28 de diciembre se quedó con el gatillo atascado y así ha llegado hasta nuestros días: atascados y sin atreverse a tocar el claxon.

El problema de esa alternativa a Pedro Sánchez, llamada Susana Díaz, es que no ha funcionado su “sombra del terror” que tan eficaz ha sido para mantener disciplinado y callado al PSOE de Andalucía.

El problema de esa alternativa a Pedro Sánchez, llamada Susana Díaz, es que no ha funcionado su “sombra del terror” que tan eficaz ha sido para mantener disciplinado y callado al PSOE de Andalucía. De Despeñaperros para arriba se ha encontrado con una militancia, o una élite atrincherada en Ferraz, inmune al aliento orgánico tradicional que exhala la presidenta de la Junta cuando tiene que tratar los asuntos del partido. Y ante esta falta de temor al simple nombre de “Susana”, Susana se ha visto bloqueada y sin la iniciativa que siempre ha presumido de llevar en sus batallas internas.

Porque esto del terror susanista no es una leyenda ni una fantasía, sino algo tan real que parlamentarios y parlamentarias (ya ex ) de su propio equipo se han visto defenestradas por el simple hecho de haber deslizado algún comentario poco amable sobre la presidenta en alguna confidencia privada. Susana Díaz ha sido tan hábil que ha ido, por un lado, recompensando poco a poco a sus enemigos internos mientras al “desleal” o al “traidor” pillado en un renuncio lo ha expulsado de manera fulminante del paraíso, enseñando así la lección al partido en Andalucía de que es imposible la crítica sobre o contra ella porque a la vez que va premiando a sus “opositores”, va sentenciando a las tinieblas al afín que tenga algún atisbo de duda sobre su figura. Moraleja: quien critica a Susana, y esto transciende, se queda solo y “marcado”.

Moraleja: quien critica a Susana, y esto transciende, se queda solo y “marcado”.

¿Cuál ha sido el antídoto de Pedro Sánchez contra esto? La ideología del odio, tanto al enemigo externo (el PP y Podemos), como a la alternativa interna (Susana Díaz y presidentes autonómicos socialistas). Porque no en otra cosa se basa el discurso del “No es No”, en el odio puro e implacable. No en vano el odio es un arma muy eficaz cuando se polariza el marco de convivencia y uno no tiene nada ilusionante y alternativo que ofrecer para convencer a unas mayorías. Cuando lo que se trata es de salvar tu sillón sin importante ni tu partido ni tu país, no te calientes mucho la cabeza: recurre al odio porque gracias a ello podrás cavar muy honda tu trinchera aunque no sepas que tarde o temprano se convertirá en tu tumba. Entre otras cosas porque cuando siembras odio dentro de tu propio partido, de tu propia casa, es imposible que puedas llegar muy lejos cabalgando sobre él.
Ya advirtió Maquiavelo que la situación ideal para un príncipe era ser amado y temido al mismo tiempo. A unas malas, mejor temido que amado; pero temido sin llegar a ser odiado. Algunos, en cambio, no han tenido otra ocurrencia que alimentar el odio a terceros para sembrar sobre ello su supervivencia, creyendo que esos vientos no se volverán contra él tempestades.

*Politólogo