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Orgullos, novias y otras excelencias

Algo directamente relacionado con cuestiones muy delicadas está por ahí, muy cercana a las viandas y otras necesidades.

Algunos paisanos seguimos a la espera de la celebración del orgullo heterosexual, algo justo en una sociedad sensible con la igualdad. No obstante, nos consolamos con nuestro rey emérito por su mérito ─cacofonía inevitable─ al mantener el pendón de los carpetovetónicos en peana de homenaje  contra vientos y sabinos. Las de los alfredoslandas y compañía, o sea, esas muchachas rubias venidas de los fríos suecos al calorcito de unos iberos irradiadores de amorosos arrebatos. Ahora, los demás, solo nos atrevemos a un recatado reojo por si acaso alguna nos denuncia por acoso.

Uno, abuelo y suegro por más señas, aprendió a escrutar en su hijo el grado de entusiasmo por su futura nuera, y vista la altura alcanzada en el termómetro sentimental, consideró conveniente calzarse zapatillas de plomo para no dar un paso en falso y romperse la cadera de marras. El peor negocio en el mundo consiste en mirar de reojo a la recién llegada porque, antes o después, llega una bandeja de plata con la fotocopia de alguna comisión.

¡Cómo no!  tengo en alta estima al CNI por sus numerosos espías y la calidad de los mismos, aunque resulta inevitable algún contraespía de tapadillo.

 

Quería exponer una propuesta largo tiempo larvada: el nombrar miembros honorarios a la señora Urbano y al señor Peñafiel porque de pertenecer a la plantilla nos hubiésemos ahorrado mucho dinero, y disgustos la Casa Real, eso si nuestro emérito se hubiese dejado, claro.

 

Es cierta la pérdida de la germanófila tendencia española porque ahora casi un juez de paz de un pueblo alemán trae cogidos por las partes vulnerables a los máximos tribunales españoles para regocijo del trío de presidentes catalanes, ellos, tan enlazados de amarillo fuerte con su rosquito solapeño para evitar, quizás, el dicho: «Esos no se comerán un rosco…». Pues a este paso encargarán a sus pasteleros dentro de poco una monumental tarta con un caganer de caca amarilla en lo alto  para celebrar su república, aunque tal como van las cosas nada sería de extraño nos anticipáramos los demás en proclamar la nuestra.

En el devenir histórico ─bien sabido es─, en el solar patrio la gente se acuesta monárquica y se levanta republicana o aplaude a rabiar a Franco en la Plaza de Oriente para proclamar nuestro aislamiento o a los pocos días se da codazos para votar democráticamente.

Don Alfonso Guerra, consultado su eficaz oráculo, lo dijo: «Dentro de poco a España no la conocerá ni la madre que la parió», ni su padre ni nadie de la familia, digo yo. ¿Quién nos iba a decir el elevado número de antimonárquicos pertenecientes a la Casa Real? Ni a propósito se comenten tamaños despropósitos, redundancia expresamente escrita, claro. No descarto la concatenación de la última etapa de los reinados: el exilio.

Si de cualquier familia se tratase con un ¡allá ella! el tema del cotilleo pueblerino quedaría ignorado, pero algo directamente relacionado con cuestiones muy delicadas está por ahí, muy cercana a las viandas y otras necesidades. Además, pagamos a las instituciones para facilitarnos la vida, en absoluto para amargarla.

Nunca tuve una novia rubia, tal vez por un temor misterioso latente en el éter, ¡impensable a mi edad! y mucho menos después de metabolizar los disgustos de nuestro emérito monarca, el pobre.