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Otros tiempos

Muchos añoramos transformaciones sensatas, sofocadas a pesar de su muy antiguo origen griego al sentirse agredidas las religiones por el gran pecado de razonar.

 

El pasado resulta en demasiadas ocasiones un títere movedizo por la discontinuidad de la memoria y sus opacidades idealistas. Pero lo ajado puede trastornar el presente y originar conflictos, pudiéndonos quedar presos de él si abandonamos la crítica.

Pero nuestro estólido presente, muy pródigo en papanatismos admiradores a personajes orgullosos de sus analfabetismos, acaparadores de las portadas de los periódicos y de las noticias televisivas, nos empuja a la desesperada para entresacar aspectos positivos de otros tiempos. Porque brotes de envidia surgen cuando algunos acontecimientos afloran. Es el caso de los funerales por Newton en 1727 al ser llevado su ataúd por dos duques, tres condes y el lord canciller. Fue un homenaje al trabajo científico, reconocido por la gran figura intelectual del filósofo y ensayista Voltaire al dejar escrito: «Por ser grande en sus afanes matemáticos fue inhumado como un rey entregado al bien de sus súbditos».

Muchos añoramos transformaciones sensatas, sofocadas a pesar de su muy antiguo origen griego al sentirse agredidas las religiones por el gran pecado de razonar. El cambiar las mentes no resulta fácil porque hasta los procesos educativos pretenden reproducir los planteamientos anteriores, olvidando el deseo y la obligación de intentar, al menos, acomodar a las nuevas generaciones en una sociedad diferente.

Me parece radicar en la menguada clase media del siglo XIX, ahora socorrista de sus hijos mientras encuentran un horizonte, la encargada de soportar tan complicada labor. También estuvo la sufrida clase evitando polarizaciones, incluso durante la II República. Ahora, en el leviatán presente ─valga el llamativo ejemplo─ muchos añorantes de la consolidación de Podemos permanecen perplejos por el craso error de su líder, el ‘Marqués de Galapagar’, un señor de recóndita sangre burguesa y de actitudes déspotas. Muchos de aquellos compañeros en la igualdad, formados en asambleas participativas callejeras han huido desengañados. Porque el origen de los problemas reside en nuestra irracionalidad. Don Pablo fagocitó a IU ─cosa de evidencia pasmosa─ y ahora le mendiga al sanchismo para conseguir un acomodo con un  opúsculo al bipartidismo tradicional en su versión de ‘la casa común’ y asilo en las tempestades. Un día está contra el bipartidismo y al siguiente pacta con él.

 

En este proscenio histórico brilla la figura de Erasmo de Rotterdam: «Quiero ser ciudadano del mundo, compatriota de todos, o mejor, un extraño para todos. Siempre he tenido el mundo por patria».  

 

Estas palabras podrían haber retumbado en la sala del Tribunal Supremo para ser escuchadas por los ‘héroes’ separatistas, europeos ellos, tan irracionales todos.

Sin embargo, conmueven nobles noticias, desapercibidas. A la periodista francomarroquí Zineb el Rhazoui la salvó la pereza porque estaba en Casablanca cuando se produjo el atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo. La víspera no tuvo ganas de volar a París para asistir al consejo de redacción. Se levantó temprano y envió un correo electrónico sobre el tema de su artículo: las recién aprobadas normas jurídicas del Estado Islámico sobre la compraventa de mujeres, las esclavas sexuales, sus edades, precios, deberes y obligaciones. Después de mandar el mensaje regresó a la cama. Ahora vive amenazada por su combate contra el islamismo, considerándolo fascista. Valga mi admiración por decir: «Para emanciparse de la dictadura política deben emanciparse antes de la dictadura de Alá». Hoy es la mujer más protegida por el gobierno francés y, en cierto modo, vive secuestrada.

Ahora, cuando la gente votó ha colocado a las fuerzas políticas en auténticos atolladeros para explicar con claridad la gestión de los pactos. La génesis de los problemas está en nosotros porque somos sus autores, aunque la mayoría de las cosas sabidas las hayamos leído o escuchado dándolas por ciertas. Y, aunque con certeza no sabemos casi nada del pasado ni tampoco del presente, en absoluto constituye una excusa para desertar y aún menos para exigir aclaraciones.