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¿Para qué queremos políticos con estudios?

En democracias más éticas y con políticos más responsables si te la juegas y te pillan, te vas.

Hace unos días, Antonio Conde (alcalde de Mairena del Aljarafe) escribió en su tuiter lo siguiente: “Se exigió un título para dirigir cuando los políticos estaban poco formados. Los mismos, ante la exigencia, empezaron a sacarse títulos para desempeñar el cargo. Esos títulos comenzaron a ser más importantes que saber de política y se abandonó el título fundamental: la honradez”. Es prácticamente imposible no estar de acuerdo con lo escrito, una reflexión que da pie a un debate que no se ha tenido en un país como el nuestro tan acostumbrado a debates estériles e histéricos. Bien pensando, quizás es una bendición que no se ponga de moda una nueva polémica encuadrada en si alguien es mejor político por tener más estudios o los estudios, realmente, no hacen de un burro un gran profesor.

Debo admitir que no poseo una opinión demasiado firme al respecto. Hace años, cuando era joven y más ignorante que ahora, pensaba que una titulación universitaria, sobre todo si era producto de las Ciencias Sociales, habilitaba a la persona para entender y practicar mejor la política. En este sentido, tenía claro que un catedrático en sociología- por poner un ejemplo al azar- siempre sería mejor alcalde, diputado o representante en general que una persona con apenas el bachiller. Afortunadamente, el paso de los años y la experiencia me ha hecho entender que esta cuestión de la competencia de un político no debe, no puede, estar ligada a sus estudios y a sus títulos universitarios, porque la realidad nos impone una fórmula mucho más compleja que esta. He de decir que en mi paso por la política he podido conocer a catedráticos totalmente tóxicos e incapacitados para hacer algo bueno, y hombres con escasa formación académica con una visión de la vida y del ejercicio público mucho más coherente e interesante que los primeros. Otra cuestión es que existan charlatanes de feria cuya mejor coartada sea que están envueltos en togas académicas, pero no existe mayor verdad que aquella enseñada por la Biblia: “por sus frutos (hechos) los conoceréis” (Mt 7, 15-20).

Hay países donde se dimite cuando te pillan en una mentira curricular o en un plagio universitario; ¿son mejores democracias? No exactamente.

En la mayoría de ocasiones tenemos la suerte de que el político inepto suele combinar una oratoria nefasta con una ausencia absoluta de hechos destacables. Pero, por lo general, casi todos los que aspiran a una carrera política larga y creciente, se esfuerzan en presentar o adornar un curriculum que, con frecuencia, es directamente mentira. Hay países donde se dimite cuando te pillan en una mentira curricular o en un plagio universitario; ¿son mejores democracias? No exactamente. Son, simplemente, democracias más éticas y políticos más responsables: si te la juegas y te pillan, te vas.

Pero volviendo al inicio del artículo, lo que está sucediendo con Cifuentes va más allá de los últimos actos de descomposición del PP para entrar en el plano psicológico de los que se dedican a la política. ¿Tienen una necesidad irrefrenable de conseguir carreras en tiempo “récord” o masters de todo tipo con el fin de presumir? Es, en parte, una especie de prueba del complejo de inferioridad que pueden sufrir: por si alguien duda de mí, aquí tiene todos los estudios y todo lo que sé para que sepan lo “preparao” que estoy. Que, por cierto, es una frase muy utilizada por los votantes de derechas: “yo voto a menganito del PP porque está muy preparao”; ¿Que criticas a la vicepresidenta Soraya por ser una inutilidad absoluta a la que solo se le da bien conspirar?, la respuesta es la misma: “pues es una mujer muy prepará”; y así sucesivamente…

Por lo que, para concluir, hay un grave problema: no podemos saber si un político es mejor que otro simplemente mirando sus estudios.

Y ya si nos dedicamos a examinar la huella que han dejado los politólogos “estrellas” que fundaron Podemos y decidieron rescatar nuestra democracia de las garras sucias del malvado bipartidismo de la Transición, los resultados no pueden ser más desoladores: desaprovecharon todo el caudal de ilusión y de votos prestados de la sociedad española, para dedicarse a reproducir todos los errores internos y externos que solo pueden llevarte a la más absoluta irrelevancia. Ahí es dónde está ahora Podemos, que si no fuera por la inanidad política e intelectual llamada Pedro Sánchez y “su PSOE”, ya estarían en niveles próximos a los que dejó a IU Gaspar Llamazares.

Por lo que, para concluir, hay un grave problema: no podemos saber si un político es mejor que otro simplemente mirando sus estudios. La democracia y el ejercicio responsable de ciudadanía es mucho más complejo que un atajo empírico predeterminado para decidir nuestro voto como si fuera algo mecánico. Quizás en otra época la formación humanística de los candidatos se demostraba en su visión larga y en su firme determinación. Ahora, en cambio, lo que falla transciende lo que haya o no estudiado el político. Ojalá lo de Cifuentes solo fuese un problema de “titulitis”, porque se resolvería rápido. Es una gran mentira el creer que el estudio mecánico de una carrera o decenas de masters pueden suplir la falta de moral, de vergüenza, de ética, dignidad y estética, que son las bases imprescindibles de todo buen político.