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El paro y un señor de Córdoba

Amigos, no hemos valorado toda la riqueza de matices en las declaraciones del empresario cordobés, el señor Tamarit, sobre paro, cordobeses y gaditanos. Luego se disculpó, siguiendo la nefanda costumbre iniciada por el antiguo rey, contagiada ya a la nación entera. ¿He dicho nación y no plurinación? Discúlpenme, no volverá a ocurrir.

En realidad, no dijo nada no oído antes en esta España de tópicos étnicos. Ya saben, esos que describen a todos los que, por azar, o inmovilismo familiar, han nacido en el mismo sitio, como si de una sola cabeza con muchos cuerpos se tratara. Tras lo de los andaluces son vagos -afirmación que escuché, y no hace tanto, como si no fuera nada con él, a un nacido en Barcelona cuyos espermatozoides podrían rastrearse en Almería hasta por lo menos la batalla de Las Navas- llega la pugna interna por ver quien es más vago.

El empresario se sorprendió de que el ranking de las provincias con más paro lo encabezaran Cádiz y Córdoba. Si sirve para amortiguar el disgusto, hay empate técnico por la segunda posición entre Córdoba y Badajoz. Concluyó que, en el caso de Cádiz, eso es lógico. Son gente graciosa pero indolente a un tiempo, mientras en Córdoba tienen el espíritu de Seneca. Si, veinte siglos después, el espíritu de un romano se ha mantenido, ajeno al nacimiento y caída de varios imperios, e impregna el carácter de la zona.

 

En mi opinión, -confío no tener que disculparme por ella- son mejor los carnavales que el modelo Delphi.

 

Así pues, y esta es la pregunta que despiertan esas declaraciones. ¿Hay paro porque la gente no quiere trabajar? Responder requiere, antes, saber si, junto con desempleo, existen puestos de trabajo vacantes. No implica, en principio, que no se cubren por vagancia. Podría suceder que no existieran personas con las capacitaciones que requieren los nuevos empleos. Me explico. Imaginemos que una zona se dedicaba a fabricar puertas. Todos eran carpinteros. Cierra esta actividad y surge una de fabricación de microchips. Aquellos no están preparados para esto. Habría carpinteros en paro y empleos sin cubrir. El fantasma del paro estructural aparece.

Andalucía ha tenido siempre una tasa de paro superior a la media nacional. No es nuevo, ni tendría que ser aceptado como una característica propia de la tierra al nivel de los afamados carnavales. En el momento de mayor confluencia, era superior en cinco puntos, allá por 2006. Cuando el paro alcanzó su máximo en España, 2013, la tasa andaluza superaba en once puntos la nacional. Al finalizar 2017 ya “solo” es superior en ocho puntos. Cádiz, por cierto, además de ser la provincia con la mayor tasa de paro, un 30%, también es la que más lo ha reducido en tres años – 2015 a 2017- En 12 puntos desde el 42% con el que acabó 2014.

No obstante, lo importante de esas declaraciones y otras similares que escuchas en Andalucía -incluyendo a mi cuñado y su tesis de que Franco puso todas las empresas en mi barrio de Vitoria- está precisamente esa mentalidad pasiva que refleja: la iniciativa empresarial, el empleo, es algo que viene de fuera. ¿No nos recuerda al caso Delphi?

En mi opinión, -confío no tener que disculparme por ella- son mejor los carnavales que el modelo Delphi. El Carnaval no puede deslocalizarse y genera actividad económica y empleo. La conclusión de aquella experiencia de la factoría de Puerto Real es que captar inversiones es deseable, pero porque ofreces algo que en otro sitio no pueden dar. Ese algo no es, al menos no solo, dinero y ventajas fiscales.

 

El empresario de Córdoba declara que los que vengan de fuera es que mejor inviertan en su provincia y las reacciones son discutir sobre quien es vago y quien no, pero no sobre la esencia, cómo aprovecha Andalucía la recuperación para no quedarse también atrás en la nueva economía.

 

Recordemos Delphi, que no se si aún colea. Hasta 2010 cada trabajador había costado al contribuyente 110.000 euros. Luego es que ya no miré más. La empresa desde 1986 había recibido unos 270 millones en subvenciones y planes de formación. Podrían haberse ubicado en cualquier lugar del mundo. Justo enfrente, Marruecos, tenían factorías y unos sueldos que ríete tú. Lo que no tenían es una vinculación con la zona por la formación o experiencia laboral de los trabajadores o la existencia de proveedores. Se instalaron por las subvenciones. Desde el comienzo, por tanto, el fantasma de la deslocalización estaba ahí. Lo que después hicieron unos y otros -incluyendo un sindicato propio de trabajadores- para acabar cerrando ya se ha analizado mucho.

Aprendamos del pasado. El empresario de Córdoba declara que los que vengan de fuera es que mejor inviertan en su provincia y las reacciones son discutir sobre quien es vago y quien no, pero no sobre la esencia ¿cómo aprovecha Andalucía la recuperación para no quedarse también atrás en la nueva economía, la de la globalización y la robotización? Los poderes públicos y la sociedad andaluza quizás deberían reflexionar sobre las oportunidades que se dejaron pasar por decisiones que la propia sociedad adoptó en el pasado; sobre si aquellos Acuerdos de Concertación andaluz -¿seis?- sirvieron para algo más que una foto y sobre como emplear los recursos públicos cuando de empleo hablamos.