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Pater Patriae, descanse en paz

La redención de la pobreza no vendrá de agitar la bandera de inspiración andalusí, ni de cantar un himno de inspiración jornalera contra un pretendido estado opresor .

Subir a los altares por el martirio. Como aquellos primitivos cristianos. A veces, uno tiene la tentación de comparar dos figuras históricas que no tuvieron el mismo discurso, ni la misma trayectoria, ni el mismo lugar, ni el mismo momento. Pero sí cabe extraerles el máximo común divisor: Blas Infante y Antonio Cubillo.

Ambos, ciudadanos significados de la periferia de un estado central y centrípeto. En ambos, la reivindicación de una identidad cultural, territorial, histórica y étnica, que proponía la articulación de un proyecto político concreto. En ambos, una admiración por África.

 

Y en ambos, por fin, la violencia represora del estado que se llevará la vida del andaluz, en el 36, y dejará incapacitado al canario en el 78, en su exilio argelino.

 

Podrían sacarse algunos parecidos más, pero no quiero aburrir. Quizás me interesa más una notable diferencia, ahora que se cumple el ochenta y dos aniversario del asesinato del andaluz. Se trata de la diferencia entre el impacto de la vida y la obra del uno y del otro, a favor del andaluz. Aunque solo sea porque este haya alcanzado la figura de leyenda y la categoría de padre de una patria peculiar, por decirlo de algún modo.

 

A fecha de hoy, urge revisitar la vida de Blas Infante y «El Ideal Andaluz», realizando un análisis crítico en su contexto histórico y cultural. Creo que caben pocas dudas acerca de las inquietudes sociales de Infante y su enorme preocupación por la situación del campesinado andaluz de hace un siglo. Cabe cuestionar, por otro lado, algunos elementos de su diagnóstico social y político – incluso valorados en su momento histórico -. No está uno capacitado para hacerlo en detalle, ni es este el lugar. Pero me gustaría avanzar algunas propuestas.

 

Podemos proponer que la última fase de la confección étnica de lo que hoy es Andalucía se realiza fundamentalmente durante el período que hoy conocemos como la Reconquista, desde la batalla de las Navas de Tolosa hasta la capitulación de Granada.

 

Durante ese lento avance de la corona castellana, los andalusíes se fueron retirando poco a poco, hasta quedar la bolsa final de Granada, confinada luego en las Alpujarras, dispersada un siglo después, y por fin abocada a la conversión o a la expulsión definitiva.

Con matices, podría proponerse que Andalucía era «Castilla la Novísima«. No hubo distingo real de etnia, lengua o religión con Extremadura, Castilla la Nueva o Murcia. Sí había restos de culturas anteriores. Arqueología, tiempos antiguos. Vestigios, impronta. Pero nada que confiriese a Despeñaperros más valor que el geográfico.

Al igual que en Portugal, en gran parte de España e Italia, y en extensas áreas del este europeo, el atraso económico y social se debió – y se sigue debiendo – a la distancia a los focos de comienzo de la revolución industrial y del capitalismo europeo, situados en torno al canal de la Mancha. O así se nos explica en textos básicos de Historia Contemporánea.

La ilusión de Infante y otros por el Islam y el pasado islámico nos recuerda a algunos a la ensoñación de Washington Irving en la Alhambra. Comprensiblemente horrorizados él y tantos como él por el fanatismo y la intolerancia del catolicismo patrio, pretendieron ver en Al-Ándalus un mito de tolerancia y convivencia pacífica de culturas y religiones que, visto a la luz de los hechos, inspira verdadera ternura. Entonces y ahora, falta nos hace a muchos que los medievalistas de verdad nos expliquen hasta dónde llegó la verdad y hasta dónde el mito.

Innegable, probablemente, el esplendor comparativo de la Córdoba de los siglos IX y X. Tan cierto como la decadencia posterior de aquella entidad política y todo lo que la acompañaba. Vino a salvarse, una vez y otra, por las oleadas sucesivas de «los hombres del desierto», como los almorávides, cuyo extremismo religioso les asemejó a las prácticas que vemos hoy en ciertos grupos radicales. Violencia extremista e intolerancia tuvieron, a un lado y al otro de la frontera, y por épocas, que de la Baja Edad Media arranca nuestra Salamanca y nuestro Toledo, por ejemplo. Por otra parte, es preciso subrayar que, entre los reinos llamados cristianos, la intolerancia, la violencia y el antisemitismo anduvieron repartidos de modo parejo, según el escozor del momento.

 

Notas breves, estas, que avanzo con la simple intención de proponer un marco de estudio – y una difusión no interesada – que nos permita comprender qué somos en realidad los andaluces desde una perspectiva histórica, y no mítica.

 

Desvelamos algunas claves del Korán de Blas Infante

 

Hubiera sido interesante preguntar a Infante cómo conjugaba su islamofilia– documentada en el excelente artículo de Alejandro Delmás Infante, en estas páginas – con el atraso comparativo social y económico de Marruecos, por ejemplo. Y con la situación de la mujer allá, mucho peor que la nuestra en los años treinta– y, ¡fíjense, lo que éramos nosotros! -.

Asesinan a Infante, en el 36, después de fracasar una vez y otra en la política. Lo mata el fascismo por idealista, por apuntar en relevancia, por ilusionar con un relato que no era aún, pero podía llegar a ser. Un relato al que le faltaban todos los elementos del rigor histórico – como al de Antonio Cubillo -, pero que tenía lo que tiene que tener un buen relato: hermosura y pasión. Un relato para los desposeídos de la tierra. Así se fabrican las leyendas. Me sé de uno que contó un relato así hace unos dos mil años, y tardaron poco en crucificarlo. Y fijaos lo que sigue dando que hablar.

Infante nos deja bandera, himno y patria. Nos deja la leyenda de un mártir visionario. Pero esa visión hermosa no debe engañarnos: la redención de la pobreza endémica no vendrá de agitar la bandera de inspiración andalusí, ni de cantar un himno de inspiración jornalera contra un pretendido estado opresor al que, queramos o no, aportamos el mayor contingente de ciudadanos y votos. La redención vendrá de comprender que eso del nacionalismo histórico en Andalucía es una solemne chorrada y que, si queremos salir del atraso, tenemos que dotarnos de equipos de gobierno que conjuguen capacidad técnica, sentido ético y dimensión social. Voluntad de integración social y económica en los espacios español y europeo, y abandonar – de una vez por todas – las banderas de los victimismos y las corrupciones institucionales que se apropiaron de la bandera y el himno de un hombre que jamás se pudo imaginar lo que harían con su legado.