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Pedro, Pablo y la navaja de Ockham

Si hay una palabra que defina la cara de los españoles en la noche del 10 de noviembre es la de estupefacción.

 

Este país, todavía llamado España, parece un tablero de ajedrez donde los partidos de uno y otro signo están dirimiendo una batalla interminable que puede conducirnos al abismo. De oca a oca y tiro porque me toca. A nadie le importa nada el futuro de sus conciudadanos. Todos van a lo que van, a tocar el pelo del poder y  a conseguir ese “¡colócanos, colócanos, ay por tu madre, colócanos!” que cantaba Carlos Cano. Si hay una palabra que defina la cara de los españoles en la noche del 10 de noviembre es la de estupefacción. Aunque muchos habíamos avisado que estas elecciones no iban a servir para nada ya que nadie (ninguno de los dos bloques) conseguiría la mayoría necesaria para gobernar, las peores predicciones se han cumplido. Tanto izquierdas como derechas necesitan el apoyo de los nacionalistas para poder formar Gobierno. El peor de los escenarios posibles para tratar de escapar de la crisis que nos amenaza.Un desatino que ha provocado por pura ambición personal uno de los peores presidentes (tan malo o peor que Zapatero y Rajoy en collera) que hemos tenido desde la muerte de Franco, Pedro Sánchez Castejón, el “okupa de la Moncloa”. Si los barros de Rajoy y su inacción han traído el auge de Vox, los de Zapatero han provocado el descalabro de Ciudadanos y la radicalización del socialismo de mano de Sánchez. Vamos de mal en peor.

 

Remedando la copla del anillo de Jennifer López habría que preguntarle ahora a Sánchez aquello de “¿y el Gobierno pa cuándo?¿y el Gobierno pa cuándo?” porque, en el mejor de los casos si se llegara a algún acuerdo, algo bastante improbable, no tendremos nuevo ejecutivo hasta principios del año que viene. Un año más sin prespuestos, con casi todo congelado (pensiones, sueldos, ayudas y financiación autonómica incluídas) y esperando pacientemente que la segura y anunciada recesión económica dispare de nuevo la cifra del paro por encima de los seis millones. Un panorama decididamente desolador que podría haberse evitado si Sánchez se hubiese guardado su egocentrismo donde mejor le hubiese cabido, pactando el pasado mes de junio con Podemos o con Ciudadanos. Pero no, él, como el visir Iznoguz, quería “ser califa en lugar del califa” aunque ello nos llevara a todos los españoles al borde del abismo.

 

Y en esas estamos. Esperando a ver qué se les ocurre ahora para ponerle parches al desaguisado en el que estamos metidos con los independentistas de Bildu, del PNV, de ERC, de JperCat, de Compromis, del BNG, de la CUP, de Coalición Canaria, de Teruel Existe y de Unidas Podemos frotándose las manos en espera de que Sánchez los llame para formar eso que él denomina el “bloque progresista” que pueda sacarle las castañas del infierno en el que nos acaba de meter. Si España fuese una páis normal y los españoles no fuésemos una pandilla de navajeros deseando darle puñaladas al supuesto enemigo político, lo natural es que las dos fuerzas mayoritarias, PSOE y PP, alcanzaran algún acuerdo de gobernabilidad para sacar al país del atolladero, aunque tuviésemos que acudir de nuevo a las urnas en el plazo de un año. Pero no sean incautos. Goya nos retrató perfectamente en el “Duelo a garrotazos” y aquí nos va la marcha de la contienda y del enfrentamiento a cara de perro. Las palabras negociación y acuerdo tienen que ser erradicadas del Diccionario de la RAE. O eso, o cambiamos la actual Ley Electoral para evitar lo que está ocurriendo cada vez con más frecuencia.

 

Existe por ahí una antigua teoría económica del siglo XIV, el “principio de parsimonia”, que es más conocida como la de “la navaja de Ockham” y que viene a decir que ”en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable”. Es decir que la solución más fácil al problema de atomización y fragmentación del Parlamento surgido en estas elecciones es que las dos grandes formaciones mayoritarias facilitaran la solución. Para ello sus respectivos líderes, tanto Pedro Sánchez como Pablo Casado, tendrían que poner sobre la mesa de negociación sus cualidades de estadistas, algo que aún está por ver. De hecho, los españoles ya hemos comprobado estos años que el presidente del Gobierno en funciones es cualquier cosa menos un hombre de Estado al estilo de su antecesor Felipe González. Él va a lo suyo y lo de los demás se la trae al pairo. Sería una enorme sorpresa para los españoles que, en esta ocasión, Sánchez pusiese por delante el interés de los ciudadanos antes que el suyo propio.

 

Nos esperan, por lo tanto, unas Navidades más duras que el turrón de almendra. Más nos valdría a todos invertir lo máximo posible en la Lotería de Navidad y esperar que suene la flauta por casualidad para poder emigrar muy lejos de este país, todavía llamado España, que puede que en pocos meses se convierta en la imagen que Rodrigo Caro dio de Itálica, “Estos Fabio, ¡ay dolor!, campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa”. O, peor aún, el soneto de Quevedo que dice aquello de “Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados…” Pues eso. Que ustedes sean lo más felices que puedan mientras nuestros políticos dirimen, eso sí cobrando sus buenos salarios, el futuro que nos espera al resto de prigados.